Hace tiempo, digamos dos décadas, ver el nombre de Robert De Niro en el reparto de una película te predisponía ya en su favor. Sabías que, como mínimo, sería interesante, y que te brindaría una interpretación digna, seria y responsable. De repente, se cruzó en su camino Una terapia peligrosa y cayó en la convicción de que era un gran actor de comedia, craso error, y que ya estaba bien de películas "arty", y que había llegado el momento de ganar dinero a mansalva apareciendo en cualquier mamarrachada donde le pagaran bien. Ahora, el nombre de Robert De Niro en el reparto provoca escalofríos, sudores fríos y unos inmensos deseos de abandonar la sala. Cosa que debería haber hecho en este caso. Un asesino profesional (John Cusack, otro que tal; debería tomarse mucho más en serio la elección de los títulos en los que interviene) ha de esperar en un motel la llegada de su jefe para entregarle una maleta misteriosa, sin abrirla. Da la impresión de que todo el mundo desea la dichosa maleta, y entonces aparece en escena una misteriosa mujer, la femme fatale que no podía faltar en un thriller... Cuando averiguas en qué consiste el encargo, llevas tiempo ya maldiciendo a director, guionistas e intérpretes, y la sensación de que te han tomado el pelo no para de aumentar. Voy a seros sincero. Sólo un motivo impidió que abandonara el film: Rebecca Da Costa. La boca lasciva de Rebecca Da Costa. El trasero turgente de Rebecca Da Costa. Los pechos rebosantes de Rebecca Da Costa. Es la única que se toma en serio el bodrio, pobrecita mía. Todo lo demás es un fiasco. No sé cómo era el guión original de James Russo, ni por qué dos ganapanes lo retocaron hasta convertirlo en este desastre, pero peor no podía ser. Estáis advertidos.