Mel Gibson era Dios en Hollywood gracias a la saga de Mad Max y la franquicia de Arma letal, y encima había logrado alabanzas de crítica y público por su labor como director, después de obras como Braveheart y Apocalypto. Pero he aquí que emitió, en estado de ebriedad, presuntas opiniones antisemitas, y el chivato de Joe Eszterhas, (mediocre) guionista en decadencia y destinado a la cola del paro, se apresuró a denunciarle para congraciarse con los mandamases judíos de la industria del cine. Y ahí empezó el infierno de Mel, condenado a la invisibilidad y la exclusión. Tal vez Vacaciones en el infierno no deje de ser una parábola de su ascensión y caída, la historia de un delincuente que acaba en una cárcel mexicana de pesadilla (dicen que inspirada en una auténtica), y que consigue sobrevivir gracias a un niño que conoce el tinglado. Gibson vuelve al cine de acción pura y dura, pero uno añora lo que habría hecho Peckinpah con ella. A los fans de Arma letal, entre los cuales no me cuento, les habrá gustado un montón. A destacar la aparición de Daniel Giménez Cacho como uno de los malos.