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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Terror Secuela de la exitosa "Expediente Warren" (2013) que presenta un caso real de los renombrados demonólogos Ed y Lorraine Warren. Para resolverlo viajan al norte de Londres para ayudar a una madre soltera que vive con sus cuatro hijos en una casa plagada de espíritus malignos. (FILMAFFINITY)
17 de junio de 2016
14 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una presencia extraña mora en la oscuridad, donde tú no puedes verla.
No sabes si te atacará o tan solo se quedará inmóvil, donde tenga la seguridad de que su visión te helará la sangre. Esperas y esperas, pero tú estás a salvo fuera de la pantalla: temes por las personas que están dentro.
Esta es la esencia de la fórmula James Wan para generar terror.

'Expediente Warren: El Caso Enfield' es, a la vez, refinamiento de esa fórmula hasta casi la perfección y la afirmación de una verdad tan turbia como cierta: el Mal, lo tenebroso, lo escalofriante, existe y está en todas partes, aunque solo sintamos su presencia cuando nos toca su mano helada.
Ya lo comprobamos con Ed y Lorraine Warren en su día, y aquí en su primera secuencia, un breve apunte sobre el conocido caso de Amityville: con parsimoniosa determinación, Lorraine recorre los pasos del asesinato de toda una familia, dándose cuenta de lo relativamente fácil que las fuerzas oscuras penetran en la normalidad, infestándola y rompiéndola para siempre. El Mal existe, exacto, pero además se antoja imparable.
Y gusta de regodearse en el dolor ajeno y la debilidad humana: no deja de ser revelador que, entre dos caminos, Lorraine escoja el más oscuro, porque quiere buscar una razón, un motivo contra lo perverso. No lo hay, y eso es desolador.

El siguiente corte nos lleva a Enfield, barrio londinense de familias trabajadoras, que sobrellevan como pueden los inconvenientes del día a día y trabajan sin descanso para que sus hijos lleguen a ser todo lo que ellos no pudieron. Es un mérito increíble que Wan elija entonces rebajar el tono del relato y apostar antes por el drama costumbrista que por el terror más inmediato, pero eso es porque quiere que su familia trabajadora nos importe, mientras que no dejamos de mirar por encima del hombro por lo que hemos visto en la casa de Amityville.
El horror acaba llegando, por supuesto, en forma de progresivas notas discordantes, agazapadas en cada detalle cotidiano, dejando claro que disfrutan de los gritos de sus víctimas. Una inocente canción infantil se convierte en la pesadilla retorcida de la medianoche, mientras que la geografía de la modesta casa pasa a ser un laberinto inquietante con presencias en cada esquina: lo que antes era mundano, casi miserable, ahora adquiere otra dimensión bajo la influencia del Mal.

Sin embargo, pasa algo inesperado a otros ejemplos del género, o quizás no tanto habiendo visto el primer caso de los Warren: se suceden los sustos, pero nunca se pierde de vista el factor humano, fundamental para que no dejen de importar los primeros.
Pequeños momentos, aquí y allá, donde sea entre perversas apariciones, buscan aportar calor sobre la frialdad imperante, como es una soberbia versión del "Falling in Love With You" de Elvis punteada por Ed, o las mini-confesiones que Lorraine le dedica a la chica acosada por una sociedad brutal con lo diferente. Poco a poco, y sin que nos demos cuenta, nos ha ganado el sentimiento altruista de los Warren, su cruzada personal, y su comprensión del Bien como lo que mantiene unidas a las personas.
Los sustos, entonces, dejan de ser "sólo" sustos, y se transforman en algo mucho más peligroso: algo que amenaza con romper esa unidad, y dejarla corrompida para siempre por el Mal.

Es curioso, sin embargo, que para tratarse de una historia que defiende ese concepto como absoluto e imparable, también deja la puerta abierta a que si no lo conociéramos no sabríamos agradecer su ausencia.
Por eso, quizás, la determinación que toman todos sus personajes es enfrentarlo, como demuestran su clímax final, definido por la impotencia que da la soledad, y la última anotación real que se hace referente al caso: todos de un modo u otro nos enfrentamos a nuestros fantasmas, aunque no tenemos que hacerlo solos.

Por eso la conclusión no tiene tanto que ver con el mudo convencimiento de que los fantasmas siguen ahí fuera.
Sino que, todo lo contrario, se trata de una celebración por aquellos que nos ayudan a ahuyentarlos.
Charles
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