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España España · Madrid
Voto de Charles:
5
Aventuras. Acción Tras pasar unas merecidas vacaciones en Francia, el agente secreto James Bond recibe una llamada del Jefe M para realizar una peligrosa misión relacionada con unos diamantes en bruto desaparecidos... (FILMAFFINITY)
26 de octubre de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un paso en falso quiso devolver a James Bond a la saga, al auténtico, al genuino.
Y se tuvo la suerte de que Sean Connery, descansado, conciliador, y libre de la presión de tener que rodar secuela a los dos días de terminar dijo "qué demonios".

Vista como el canto de cisne de Sean Connery, 'Diamantes para la Eternidad' parece un fin de fiesta de alto lujo.
Localizaciones paradisíacas, persecuciones vibrantes, siniestros esbirros, Blofeld otra vez, Las Vegas, dos chicas Bond... todos los elementos que deberían alumbrar una aventura de 007, más presentes que nunca, y esta vez en Norteamérica, como signo implacable de que el agente británico ya tenía poco que conquistar.
Podía recostarse y dejar que la misión se escribiera casi sola.

Shirley Bassey vuelve para cantar que los diamantes son para siempre, al contrario que los hombres, que te pueden dejar abandonada en plena noche. Toda una ironía en una saga cuyo principal cometido ha sido en "usar" hombres para pulimentar sus muchas caras diamantinas.
El regreso de Bond, de ese James Bond que conocemos, no se hace esperar, pero esta vez viene acompañado de violentos interrogatorios en la búsqueda de su peor enemigo: se podría decir que Connery casi desea atravesar la pantalla con su energía, mostrando que ha vuelto totalmente.

Lo que sigue lo conocemos de sobra, por suerte o por desgracia.
Casi una osadía, por lo simple, pero una virtud por el poco reparo en ocultar que se quiere demostrar que nunca otro agente secreto fue tan increíble como este.
Está escrita la aventura con una ingenuidad que roza la tomadura de pelo: la infiltración a una base enemiga la culmina la persecución en un módulo rodante réplica de los primeros que pisaron la Luna. Todo puede suceder, a la búsqueda de los diamantes que traen de cabeza a todo el mundo.
El secreto, o el sabor, o cómo se quiera llamar, está en esas escenas pequeñas, tan pequeñas que pasan ya desapercibidas: el sensual perfil en la habitación en penumbra de una mujer que James ha conocido en el casino, en la trabajosa y sutil entrada en el ático de un magnate que no es lo que parece, o en una lucha limitada pero tensa en un ascensor que se convierte en trampa mortal. Momentos que se pierden, en un torrente de locura, gozosa locura, pero locura a fin de cuentas.

Momentos que dejan claro que no hacían falta las persecuciones aparatosas para impresionar, o los sicarios dobles para derrochar originalidad (sicarios dobles que, sin embargo, son más acertados en la piel de unos enfermizos psicópatas a sueldo, que en la de dos mujeres ligeras de ropa).
Solo hacía falta confiar en el material base sin inflarlo hasta alcanzar el más rocambolesco sinsentido.
"¿Cómo recuperaremos los diamantes?" pregunta, sin que la respuesta parezca merecer la pena, Tiffany (chica Bond desagradecida hasta el extremo, que la rotunda Jill St. John aprovecha en cada momento de cáracter, y en cada segundo de bikini).

A quién le importan los diamantes.
El verdadero diamante es el (mundo del) agente de Ian Flemig, y la verdadera ganancia, si alguna vez la hubo, era verle por última vez en la piel del hombre que lo encarnó inicialmente.
Charles
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