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España España · Madrid
Voto de Charles:
7
Aventuras. Acción En tan sólo veinticuatro horas, tres agentes del servicio secreto británico que investigaban una red de tráfico de drogas aparecen asesinados en extrañas circunstancias. Todas las pistas conducen a Mister Big y a un diplomático llamado Katanga. El agente 007, James Bond, es enviado a Nueva York para investigar al enigmático personaje. (FILMAFFINITY)
27 de octubre de 2015
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
James Bond, ya lo supo Ian Fleming, necesitaba renovarse, no reinventarse.
Los intentos tímidos de cambiar de actor interpretando eran solo eso, intentos, porque por muy variadas y diferentes que fueran las misiones siempre estaba de fondo el problema principal, que era un agente duro como el acero, irónico e insolente.
El perfecto ideal de la Guerra Fría, que sin embargo se gastó de tanto usarlo, y nadie se atrevía a contrariar el "si no está roto, no lo arregles".

Pero llegó Roger Moore, y con él la posibilidad de que el icono del espionaje pudiera ser un hombre vulnerable, ligeramente ingenuo.
Conocíamos una vez más a James Bond, pero de otra manera: recibiendo órdenes en su apartamento, con ligera burla de sus superiores sobre sus jueguetes ultratecnológicos, y "pillado" en sus costumbres de mujeres de hoy pero desconocidas mañana (magnífica, santísima Moneypenny que disculpa uno y mil deslices). Era otro, pero era el mismo, algo que se ha hecho característico en él.
Ahora sí, hay espacio para un nuevo comienzo.

Y menudo comienzo: 'Vive y Deja Morir' es refrescante para 007.
Con la dosis justa de tensión de ayer, modernidad de mañana y exotismo peligroso nunca visto, contando con la genial ventaja de que el agente nunca ha funcionado mejor que en situaciones donde no controlaba del todo lo que se está poniendo en juego.
Créditos que casi se dirían conjurados en un rito vudú ponen el ambiente para la misión que viene, situada en el ficticio país de San Monique, bastante adecuado para un cóctel al borde de lo irreal en el que caben magia, ciencia y espionaje, pero siempre manteniendo los pies en el suelo. Porque lo mejor de admitir la realidad es darse el gusto de transgredirla.

James Bond se ve lanzado a un mundo que no controla, y responde de la única manera que sabe, con la más afilada ironía, y la proverbial cara de palo que Roger Moore dedica a cada segundo que coquetea con la muerte. Estamos todo lo lejos que se puede estar de la sequedad irónica de Connery, y menos mal.
Imposible es ignorar el hecho de que la raza negra juega un papel predominante en San Monique, y parece que forman parte de una hermandad con iguales objetivos, liderados por su presidente y gran jefazo Kananga. Pero se podría argumentar que no existe el foco del racismo: simplemente se elige presentar una visión exagerada y deformante de una raza entera, que acaba por resultar amenazadora por su capacidad de casi absurda instantánea comunicación entre miembros pertenecientes a un mismo culto, aproximándose a la caricatura sin caer en la descalificación. Difícil, pero acaba saliendo a cuenta cuando Bond parece totalmente amenazado por una cultura que no comprende y en la que claramente desentona en todo (el rubio de ojos azules en un bar de gente afroamericana donde se respira amenaza).
La extrañeza se va apoderando de la aventura, y se agradece que por una vez la amenaza no sea el arma militar de turno, sino la simple superstición transformada en arma poderosa para doblegar voluntades: los fetiches de mirada digital fusionan lo mejor de ambas. El Barón Samedi, típico ídolo louisiano, aparece para tomar parte, y se sigue sin tener claro si su entidad sobrenatural será fruto de tecnología, de magia vudú, o simplemente puede corromper las propias reglas de la historia cuando le venga en gana.

Aunque si realmente hay magia aquí será en la misteriosa Solitaire, chica Bond con honores, inocente y frágil, dominada por hombres, pero de mirada magnética y habilidades sobrenaturales que la dan una personalidad muy distinta a cualquier otra calientalmohadas de James. Lástima que esté más atada al destino de sus cartas y no de cierta liberación femenina que podría haber reivindicado, pero incluso cuando Bond marca sus cartas se nos demuestra que no existe más futuro que el que uno se crea (y de paso ahí está el de la licencia para matar, burlándose del sinsentido místico que le rodea).
Kananga como villano da el agradecido respiro a Blofeld, componiendo el definitivo tirano sin escrúpulos, ese que entra en las Naciones Unidas y es más peligroso que cualquier maleante que se esconda en bases secretas, porque todo el mundo sabe dónde encontrarle, pero no todos llegan a él si no le da la gana (todos los engaños, puertas secretas y sorpresas que ocultan sus guaridas son de un ingenio digno de aplauso). Su comunión de lo moderno con lo arcano solo redondea un villano para el recuerdo, el que sabe que ha ganado porque pulsa los resortes adecuados de su comunidad.

Entró James Bond en una nueva etapa, renovado y con energía.
Y casi era tanta la novedad que te preguntas si todo no ha sido magia del Barón Samedi que se despide guiñándote el ojo.
Charles
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