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España España · Madrid
Voto de Charles:
6
Aventuras Adaptación del famoso relato de Kipling ambientado en la India colonial británica que narra las aventuras de Mowgli, un niño abandonado en la selva, que se cría entre animales salvajes. (FILMAFFINITY)
24 de abril de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay que querer a los narradores valientes.
Porque de qué otra forma se podría llamar al productor que, en plena 2º Guerra Mundial, decide volver la vista a un clásico de la literatura universal, plagado de conversaciones entre animal y hombre, y dice: "esto será película".
Ahí está la valentía, y tal vez quizás la magia, de contar una magnífica historia a cualquier precio con el único objetivo de embelesar a la audiencia, como la que narra el viejo hombre indio que nos da la bienvenida a este relato.

'El Libro de la Selva' reviste así de un encanto especial y difícil de ignorar, que convierte lo que podría haber sido un delirio de adaptación en el perfecto material del que están hechos los mejores cuentos.
La jungla se abre a nuestros ojos como pocas veces se ve: plagada de colores, de encantos y misterios, plena en maravillas y a la vez reservada solo a los que saben vivir en ella. Nuestro narrador nos cuenta como la soberbia de los hombres llegó hasta el extremo de erigir una ciudad en medio, solo para terminar siendo devorada por las enredaderas y el olvido.
Esos hombres, por su parte, son los que ahora la temen, conscientes de que nada puede vivir en ella, y la atacan como pueden, matando bestias salidas de sus entrañas.

Mowgli, en ese contexto, no es tanto una anomalía como una puerta de entrada a ese mundo impenetrable, visto por maliciosos que piensan que si un niño pudo domar la selva también podrán ellos.
Sin embargo, no hay orgullo por lo conquistado en sus maneras: Mowgli, el chico rana, habla con los monos como si de viejos familiares se tratara, y es capaz de reducir los imponentes animales colgados en el salón de un hombre a decepcionantes cacerías tras bestias cansadas y viejas. La verdad queda patente, a nuestros ojos y a los de la encantadora muchacha fascinada por él, de que este niño está lejos de ser un hombre, y solo ha aprendido a vivir en paz con su selvático hogar de acogida.

Sigue siendo niño pese a ganar las persecuciones contra un poderoso tigre, sí, pues ¿de qué otro modo se podría describir a una persona que usaría un rubí de incalculable valor para tirar de los bueyes?
En el retiro imponente y azul intenso de la ciudad perdida de la jungla, un edén irreal lleno de estatuas monumentales, que quizás representen viejos dioses hace mucho tiempo olvidados, Mowgli y la muchacha solo juegan entre riquezas sin prestar atención a ellas, con el único objetivo de divertirse o quizás solo llevarse un recuerdo de su aventura juntos. A sus ojos, ese lugar posee algo de la magia que antaño tuvo, nada que ver cuándo los maliciosos lo ven y solo son consumidos por su propia avaricia.
Ellos son los mismos que niegan la conquista de Mowgli a su gran enemigo Shere Khan, de nuevo por considerarlo demasiado débil, mientras que luchan unos con los otros por unas simples monedas. El camino a la madurez del chico refleja por contraste esa miseria moral: de una victoria ganada con honor y esfuerzo, poblada de riesgos ante las mandíbulas de un tigre y los engaños de una astuta pitón, vemos como los de la aldea solo persiguen un camino fácil y rápido, azuzando el miedo en los corazones de sus semejantes y despreciando todo lo que no pueden comprender.

Por eso no es extraño ver a Mowgli exclamar, con férrea determinación "la selva es mi único hogar".
El niño se vuelve hombre, abrazando las raíces que le vieron crecer, y dejando de lado el amor fugaz que encontró en la muchacha y su madre adoptiva.
Porque tal es la magia de este cuento, que nos muestra una jungla eterna sin final, bajo la cual ninguna mano humana o divina puede prosperar.
Charles
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