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Drama. Romance
"Había una vez un joven príncipe cuyo padre, el rey de Oriente, lo envia a Egipto para encontrar una perla. Pero cuando llega, el pueblo le sirve una taza. Al beberla, se olvida de que era el hijo de un rey, se olvida de la perla y cae en un profundo sueño." El padre de Rick (Christian Bale) solía leerle esta historia cuando era un niño. En la actualidad, siendo Rick ya adulto, el camino hacia Oriente se extiende ante él. (FILMAFFINITY)
5 de febrero de 2016
11 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un hombre recorre solo el desierto.
Ya conocemos su historia. Según cuentan, un Príncipe fue enviado por su padre, el Rey del Este, hacia el Oeste, Egipto, tierra de maravillas y sueños, buscando una Perla fantástica de las profundidades del océano. Pero al llegar, bebió de una copa que le hizo olvidar quién era, y para qué estaba allí, mientras su padre siempre esperaría verle regresar.
Ese hombre es el Príncipe, buscando ese algo, buscando la Perla, viajando sin descanso hasta encontrarla. Haciendo algo tan poco ajeno a la propia humanidad como buscar una perfección que ni sabemos si existe.
'Knight of Cups' es un viaje, huelga decirlo.
Una inmersión en las dudas de nuestro propio ser, en los recuerdos y personas que se dejan atrás, pasando por las sensaciones efímeras de fama y fortuna, hasta el propio renacimiento, que nunca nos puede ser dado, solo puede ser encontrado. Nuestra alma está atada a la tierra, pero ansiamos la luz que vemos en el cielo, y hacia allí miramos, incansablemente, perdiendo el interés por lo que nos rodea.
Podría la Perla ser el camino hacia esa luz que estábamos buscando, la que hace tanto tiempo nos prometieron. No lo sabemos, pero debemos averiguarlo.
Primero, el mundo nos envuelve, y después se sacude: un terremoto prueba al hombre que sigue vivo, sigue en esta realidad, trivial y vacía tras las fiestas con excesos. Rick se sorprende, corre saliendo a la calle, y el Príncipe despierta de su letargo para buscar la promesa de otro tiempo. "¿Dónde me he equivocado?" es la primera pregunta que susurra, confundido, sin saber quién llenó la copa o la acercó a sus labios.
Acude a echar las cartas del Tarot tras confesar que no sabe cómo empezar, buscando algún tipo de guía, y como tales las cartas aparecerán en su camino. Unas cartas que no son ajenas a nadie, por lo que emprendemos el viaje con él, al Oeste, a la Perla.
"La Luna" es la primera. Caprichosa y cambiante en sus caras, guarda la clase de misterio que la desnudez libertina de otras estrellas menores nunca podría. Vivamos como nunca hemos vivido, hagamos todo lo que hasta ahora nos quedaba por probar. La extrañeza de lo cotidiano sigue ahí, de fantasías imaginarias en la trastienda, en la mente escriba de Rick una dama del Renacimiento Francés bien podría cruzar una calle de Brooklyn, pero ese sinsentido no importa, porque después brilla la luna llena.
Lo malo de la luna es que acaba siendo nueva tarde o temprano, desapareciendo, llevándose su calor, consciente de que no la buscábamos a ella, sino al Sol que refleja. Cansancio, una vez más entramos en las tinieblas, y descansamos.
Quizá la sangre de nuestra sangre tenga la respuesta, pero nuestro sino lo marca "El Ahorcado". Así es, pues, un ahorcado, un medio hombre que sobrevive con la soga al cuello, deseoso de que algún día aflojará mientras cree esquivar la promesa de la muerte. Le queremos, pero también le odiábamos, y nos damos cuenta de esos sentimientos son demasiado profundos para ser eliminados.
No hay Perla aquí, solo miseria a pie de calle y en los edificios por encima de ella: nuestro padre, nuestro hermano y nosotros, un pasillo de hombres ahorcados esperando pacientemente su turno uno tras el otro, actuando ante un público invisible que les juzgará de igual manera. Les queremos en su arrogancia y en su culpa, pero no podemos quedarnos en el pasillo. Este no era el padre que nos hizo partir en el Este, porque no ha advertido la luz de nuestra promesa en los ojos.
"El Ermitaño" nos aguarda en su burbuja de oros y mármoles, bellas mujeres con las que hace mucho el deseo se esfumó para dejar paso al juego, y promesas de futuro. Pero nos confiesa, calmadamente, que él hace mucho que renunció a buscar la Perla, que si existía una luz absoluta él prefería probar las de menor calor, pues hay suficientes para calmar su ansia. El desengaño sucede, pero también vemos el lado amargo de la búsqueda, la que ha perdido su razón de ser, y prefiere las fiestas llenas de habitaciones donde no sucede nada.
Reflexionamos en el agua, lo único no contaminado por el ruido inútil, y esperamos el "Juicio". Un camino lleno de fuegos que ya ardieron y se extinguieron, mucho antes de que supiéramos por qué. Esa mujer, ese matrimonio, probablemente era algo parecido a una Perla, pero ahora el cristal de una casa demasiado grande para ambos nos separa, como la muralla física de unos sentimientos nunca correspondidos o escuchados. El ruido de las discusiones se desvanece, aunque siempre quedará el recuerdo de la paz que encontramos. Creemos ver otras parejas, otras almas, que si encontraron su Perla y emprendieron el vuelo a la luz.
Sale "La Torre", y la vemos. Una torre hecha de promesas de riqueza, promesas de amor, a la que todo el mundo entra sin mirarse a la cara, sin compartir nada. La torre que pensamos que nos mantendría a salvo, y nos llevaría a la luz, hoy aparece ruinosa y queremos bajar a la tierra de la que nos levantó: arriba no hay respuestas, pero abajo tampoco, ni en las estrellas menores ni entre los ahorcados a los que se les prometió su propia torre.
"El Sol" dura poco, parecía una Perla, pero no lo es, solo es una persona, con sus miedos, temores y creencias. ¿Entonces la Perla no puede ser una persona?
Parece que no, hasta que sale "La Suma Sacerdotisa" que sí que podría serlo. Ella nos inicia en su religión, un mundo de neones nocturnos, inhibiciones y gente que se proclama dueña del saber, pero no hallamos paz en su Iglesia, solo la desconcertante sensación de que no era este nuestro camino.
(El viaje continúa en el "Spoiler", por falta de espacio)
Ya conocemos su historia. Según cuentan, un Príncipe fue enviado por su padre, el Rey del Este, hacia el Oeste, Egipto, tierra de maravillas y sueños, buscando una Perla fantástica de las profundidades del océano. Pero al llegar, bebió de una copa que le hizo olvidar quién era, y para qué estaba allí, mientras su padre siempre esperaría verle regresar.
Ese hombre es el Príncipe, buscando ese algo, buscando la Perla, viajando sin descanso hasta encontrarla. Haciendo algo tan poco ajeno a la propia humanidad como buscar una perfección que ni sabemos si existe.
'Knight of Cups' es un viaje, huelga decirlo.
Una inmersión en las dudas de nuestro propio ser, en los recuerdos y personas que se dejan atrás, pasando por las sensaciones efímeras de fama y fortuna, hasta el propio renacimiento, que nunca nos puede ser dado, solo puede ser encontrado. Nuestra alma está atada a la tierra, pero ansiamos la luz que vemos en el cielo, y hacia allí miramos, incansablemente, perdiendo el interés por lo que nos rodea.
Podría la Perla ser el camino hacia esa luz que estábamos buscando, la que hace tanto tiempo nos prometieron. No lo sabemos, pero debemos averiguarlo.
Primero, el mundo nos envuelve, y después se sacude: un terremoto prueba al hombre que sigue vivo, sigue en esta realidad, trivial y vacía tras las fiestas con excesos. Rick se sorprende, corre saliendo a la calle, y el Príncipe despierta de su letargo para buscar la promesa de otro tiempo. "¿Dónde me he equivocado?" es la primera pregunta que susurra, confundido, sin saber quién llenó la copa o la acercó a sus labios.
Acude a echar las cartas del Tarot tras confesar que no sabe cómo empezar, buscando algún tipo de guía, y como tales las cartas aparecerán en su camino. Unas cartas que no son ajenas a nadie, por lo que emprendemos el viaje con él, al Oeste, a la Perla.
"La Luna" es la primera. Caprichosa y cambiante en sus caras, guarda la clase de misterio que la desnudez libertina de otras estrellas menores nunca podría. Vivamos como nunca hemos vivido, hagamos todo lo que hasta ahora nos quedaba por probar. La extrañeza de lo cotidiano sigue ahí, de fantasías imaginarias en la trastienda, en la mente escriba de Rick una dama del Renacimiento Francés bien podría cruzar una calle de Brooklyn, pero ese sinsentido no importa, porque después brilla la luna llena.
Lo malo de la luna es que acaba siendo nueva tarde o temprano, desapareciendo, llevándose su calor, consciente de que no la buscábamos a ella, sino al Sol que refleja. Cansancio, una vez más entramos en las tinieblas, y descansamos.
Quizá la sangre de nuestra sangre tenga la respuesta, pero nuestro sino lo marca "El Ahorcado". Así es, pues, un ahorcado, un medio hombre que sobrevive con la soga al cuello, deseoso de que algún día aflojará mientras cree esquivar la promesa de la muerte. Le queremos, pero también le odiábamos, y nos damos cuenta de esos sentimientos son demasiado profundos para ser eliminados.
No hay Perla aquí, solo miseria a pie de calle y en los edificios por encima de ella: nuestro padre, nuestro hermano y nosotros, un pasillo de hombres ahorcados esperando pacientemente su turno uno tras el otro, actuando ante un público invisible que les juzgará de igual manera. Les queremos en su arrogancia y en su culpa, pero no podemos quedarnos en el pasillo. Este no era el padre que nos hizo partir en el Este, porque no ha advertido la luz de nuestra promesa en los ojos.
"El Ermitaño" nos aguarda en su burbuja de oros y mármoles, bellas mujeres con las que hace mucho el deseo se esfumó para dejar paso al juego, y promesas de futuro. Pero nos confiesa, calmadamente, que él hace mucho que renunció a buscar la Perla, que si existía una luz absoluta él prefería probar las de menor calor, pues hay suficientes para calmar su ansia. El desengaño sucede, pero también vemos el lado amargo de la búsqueda, la que ha perdido su razón de ser, y prefiere las fiestas llenas de habitaciones donde no sucede nada.
Reflexionamos en el agua, lo único no contaminado por el ruido inútil, y esperamos el "Juicio". Un camino lleno de fuegos que ya ardieron y se extinguieron, mucho antes de que supiéramos por qué. Esa mujer, ese matrimonio, probablemente era algo parecido a una Perla, pero ahora el cristal de una casa demasiado grande para ambos nos separa, como la muralla física de unos sentimientos nunca correspondidos o escuchados. El ruido de las discusiones se desvanece, aunque siempre quedará el recuerdo de la paz que encontramos. Creemos ver otras parejas, otras almas, que si encontraron su Perla y emprendieron el vuelo a la luz.
Sale "La Torre", y la vemos. Una torre hecha de promesas de riqueza, promesas de amor, a la que todo el mundo entra sin mirarse a la cara, sin compartir nada. La torre que pensamos que nos mantendría a salvo, y nos llevaría a la luz, hoy aparece ruinosa y queremos bajar a la tierra de la que nos levantó: arriba no hay respuestas, pero abajo tampoco, ni en las estrellas menores ni entre los ahorcados a los que se les prometió su propia torre.
"El Sol" dura poco, parecía una Perla, pero no lo es, solo es una persona, con sus miedos, temores y creencias. ¿Entonces la Perla no puede ser una persona?
Parece que no, hasta que sale "La Suma Sacerdotisa" que sí que podría serlo. Ella nos inicia en su religión, un mundo de neones nocturnos, inhibiciones y gente que se proclama dueña del saber, pero no hallamos paz en su Iglesia, solo la desconcertante sensación de que no era este nuestro camino.
(El viaje continúa en el "Spoiler", por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Las cartas se vuelven a barajar, y solo queda "La Muerte".
Pero no parece que nos espere, pues de pronto atisbamos la Perla: en forma de otra mujer con la que viajamos a nuevos lugares, otras Iglesias, donde esta vez parece que sí está el camino. Nos cuentan que en el momento presente, en esto, está la verdadera perfección, y parecería que despierta algún recuerdo casi olvidado, algo que nunca contemplamos.
Queremos querer, e incluso por una vez nos permitimos el sueño, la fantasía de algo bueno antes de que suceda.
Pero la carta sacada es La Muerte. No hay final que el murmullo de las olas pueda callar, no hay desierto que se pueda cruzar sin pensar que nunca veremos el final.
Solo quedan ruinas sin secretos, donde acaban todas las cosas. Acudimos a otra Iglesia, de los que han perdido el rumbo: un sacerdote nos habla, el supuesto mensajero cercano a la luz, y nos revela que el sufrimiento es enseñanza, nunca final.
Ese sufrimiento son las cartas al Oeste del Padre que nos quería ver regresar, que de esa manera nos alienta a seguir, de nuevo, diciéndonos que todas las pruebas están para ser superadas.
La ilusión de Perla que Rick ha encontrado no tiene cara: solo vemos sus bellas formas en la piscina, su semilla en forma de otro Príncipe que también deberá partir a buscar su tesoro. No hace falta, los ideales no deberían tener imagen, cada uno tendrá la suya propia.
Puede que el Padre nos pusiera en este mundo para que viajáramos al Oeste, a buscar nuestra Perla, pero a la vez puede que fuera él quién sabía que no recordaríamos nada una vez llegáramos, y que tendríamos que empezar de nuevo. Lo que sí es cierto es que este viaje no es algo extraordinario aunque se nos pueda aparecer así: todos somos el Caballero de Copas, en viaje a Egipto, buscando una joya marina que las más de las veces se nos escapa, creemos encontrar y a lo mejor se desvanece.
"Hay tanto amor que llevamos dentro... y nunca lo damos" susurra Rick. La verdadera Perla ya nos acompaña en el viaje, y su riqueza es compartirla, como descubren cientos antes de nosotros, que nunca nos podrían haber contado el secreto: solo lo descubre uno mismo.
Terrence Malick construye un viaje percibido en sensaciones, lo puebla, nos sumerge en él y nos invita a contemplarlo, hasta en sus más pequeños detalles.
Es el triunfo absoluto cinematográfico, hacer que el espectador se identifique con la historia. Pero aquí no solo es eso, sino que somos parte de la experiencia: caminamos, caemos, sentimos y terminamos con Rick.
El viaje ha terminado. Pero comienza otro. La luz nos espera, al final del camino.
Pero no parece que nos espere, pues de pronto atisbamos la Perla: en forma de otra mujer con la que viajamos a nuevos lugares, otras Iglesias, donde esta vez parece que sí está el camino. Nos cuentan que en el momento presente, en esto, está la verdadera perfección, y parecería que despierta algún recuerdo casi olvidado, algo que nunca contemplamos.
Queremos querer, e incluso por una vez nos permitimos el sueño, la fantasía de algo bueno antes de que suceda.
Pero la carta sacada es La Muerte. No hay final que el murmullo de las olas pueda callar, no hay desierto que se pueda cruzar sin pensar que nunca veremos el final.
Solo quedan ruinas sin secretos, donde acaban todas las cosas. Acudimos a otra Iglesia, de los que han perdido el rumbo: un sacerdote nos habla, el supuesto mensajero cercano a la luz, y nos revela que el sufrimiento es enseñanza, nunca final.
Ese sufrimiento son las cartas al Oeste del Padre que nos quería ver regresar, que de esa manera nos alienta a seguir, de nuevo, diciéndonos que todas las pruebas están para ser superadas.
La ilusión de Perla que Rick ha encontrado no tiene cara: solo vemos sus bellas formas en la piscina, su semilla en forma de otro Príncipe que también deberá partir a buscar su tesoro. No hace falta, los ideales no deberían tener imagen, cada uno tendrá la suya propia.
Puede que el Padre nos pusiera en este mundo para que viajáramos al Oeste, a buscar nuestra Perla, pero a la vez puede que fuera él quién sabía que no recordaríamos nada una vez llegáramos, y que tendríamos que empezar de nuevo. Lo que sí es cierto es que este viaje no es algo extraordinario aunque se nos pueda aparecer así: todos somos el Caballero de Copas, en viaje a Egipto, buscando una joya marina que las más de las veces se nos escapa, creemos encontrar y a lo mejor se desvanece.
"Hay tanto amor que llevamos dentro... y nunca lo damos" susurra Rick. La verdadera Perla ya nos acompaña en el viaje, y su riqueza es compartirla, como descubren cientos antes de nosotros, que nunca nos podrían haber contado el secreto: solo lo descubre uno mismo.
Terrence Malick construye un viaje percibido en sensaciones, lo puebla, nos sumerge en él y nos invita a contemplarlo, hasta en sus más pequeños detalles.
Es el triunfo absoluto cinematográfico, hacer que el espectador se identifique con la historia. Pero aquí no solo es eso, sino que somos parte de la experiencia: caminamos, caemos, sentimos y terminamos con Rick.
El viaje ha terminado. Pero comienza otro. La luz nos espera, al final del camino.