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España España · Madrid
Voto de Charles:
7
Drama Son los últimos días de agosto. Diane, una vieja y vitalista estrella de cine, y su pareja visitan a su hija Lane en su casa de campo. Lane es una mujer depresiva, cuya vida está marcada desde la infancia por el asesinato del amante de su madre, a la que culpa de su mala suerte. Lane está enamorada de Peter, un escritor, pero éste ama a Stephanie, que le corresponde, aunque está casada. (FILMAFFINITY)
27 de agosto de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bien mirado, el verano es un gran engaño.
Nos distrae con sus horas sin huella, su cálido sabor, el movimiento de la gente entre el hogar y la casa de la playa, los eventos inesperados y las confesiones nunca dichas. Parece una época del año en que todo se nos antoja infinito, imposible de desaparecer próximamente.
Pero lo cierto es que acaba pasando, y llega el otoño. Lo que antes parecía lógico ahora es solo una nota a pie de página susurrada a media voz, en la que esperamos que nadie se fije.

'Septiembre' sucede justo en el punto intermedio. Los rescoldos del verano aún siguen calentando, pero sacamos mantas para el invierno.
Elaine, Peter y Stephanie pasan esa recta final en la casa familiar de Diane y Lloyd, y en principio nada debería salir mal, al fin y al cabo es verano, pero sucede lo de siempre, lo más inesperado: que todos ellos se encuentran en la encrucijada de sus vidas, con otro año a punto de empezar, y planteándose si lo quieren pasar de la misma manera.
Se cree que el nuevo año empieza en navidad, pero tendemos a olvidar que suele ser en septiembre cuando la gente vuelve a empezar: nuevas esperanzas, nuevos proyectos, nuevos trabajos, que con suerte durarán hasta el verano que viene, otro placentero paréntesis en los que podremos dejarlos a un lado.

Da la sensación de que tanto Peter, como Stephanie, como Elaine lo conciben así ahora, pero sucede por matrimonios insatisfactorios o relaciones infructuosas: de otra manera, seguirían afrontando septiembre como un nuevo capítulo de sus vidas, otro mes para la colección, como hacen Diane y Lloyd.
Sin embargo, su situación personal les permite soñar, con la persona deseada, con la situación deseada, como tristes náufragos dejándose llevar por una corriente de aprobación personal y externa, sin tener un puerto que les dé algo de cobijo. A ellos se suma Howard, cuarentón viudo, suspirando por la candidez de Elaine, la más clara muestra de con el tiempo que no importa tanto la edad o la carne como el cariño.
La propia Elaine se agarra a Peter para superar un pasado triste, y Peter mientras tanto rechaza ir a ver aquella película de Kurosawa porque le gustaría pasar un rato más con Stephanie, la cual volverá a finales de verano con su rígido marido. Podría parecer el peor de los culebrones, pero te lo crees porque has visto a Stephanie bajar la mirada mientras observa a Peter.
Porque sabes que Elaine se leerá hasta la última letra de los escritos de Peter, sean buenos o no.
Y porque, te das cuenta, Peter puede que ni haya escrito la mitad del libro que dice, mientras fantasea con las palabras adecuadas para decirle a Stephanie que no quiere que se vaya.

Los "fallos" emocionales no dejan de sorprendernos: ¿por qué querer al que no nos quiere y no querer al que nos quiere?
Ah, quizás porque sería demasiado fácil, porque nos agarramos a fantasmas que recompongan nuestra vida marchita, tal vez porque en secreto necesitamos un alimento fantasioso y escogemos el de las relaciones que nunca serán.
Por eso no es casualidad que la sinceridad aflore en un apagón de luz, punteado con una continua, perfecta, sonata por parte de Stephanie que de tan natural llegamos a confundir con hilo musical de la propia película: es el mejor momento para mostrar las almas heridas, en la penumbra, sacarlas a la venta y ofrecerlas a quién sepa remendarlas, mientras los demás vendedores o compradores no se enteran de nuestra puja.
Hasta Diane tiene un posible comprador, un fantasma de su pasado que conjura en un juego infantil, como muestra de que el romance fantasioso permanece vivo pese a que podamos buscar otro compañero y otra cara junto a la que despertarnos.

El embrujo termina, las luces vuelven, y se toman decisiones.
Algunas de ellas cambiarán vidas, otras cambiarán intenciones, y las que más arderán furiosamente antes de desaparecer arrolladas por la rutina que sigue, por el calor del verano que todo lo confunde.
La vida sigue, eso es todo, y quizá en el fondo sabíamos que no había ninguna posibilidad.
¿Llegará el próximo verano? Quién sabe, ojalá que tenga otras ilusiones y otros proyectos, aunque si así fuera este quedará en un olvido piadoso (y es maestría de Allen recrear esa sensación tan mundana, tan inalcanzable para otras ficciones, como el "mañana será otro día, que también olvidaremos").

Al final, se pone el tocadiscos en vez de tocar el piano, un hilo musical más cotidiano, más imperfecto si se quiere.
Demostrando que incluso algo tan maleable como la naturaleza del querer necesita un tiempo para volver a ser perfecto, después de haberse demostrado falible.
Charles
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