Entiendo que para muchos espectadores una película como la de Sam (para abreviar), con tantas idas y venidas de tantos personajes, con las extravagancias propias del cine de Spike Lee, sea un plato demasiado fuerte para según qué momento. El cine es a menudo indigesto, cierto cine es mejor dejarlo para el momento adecuado, así que si te zampas a Sam cuando no toca, puedes acabar molesto y enfadado.

No sé si fue eso pero al contrario, no sé si fue la potencia de la Sorvino plantándole cara a su marido, la cresta de Brody o el típico final catártico que de repente hace que todos tus músculos se relajen y te quedes como flotando en el aire de placer. El cine puede ser así, trágicamente insano e insoportable para algunos mientras que para otros es drogaína en vena. Por suerte para mí, todo lo que han visto mis ojos de Sam ha sido un espectáculo maravilloso. Desde la ambientación al thriller propio de una trama que avanza y se precipita ladera abajo sin frenos. Todos los personajes aportan su empujón y vas lanzándote hasta que quieres llegar al frenazo final para valorar si es cierto, si una vez todo se ha detenido es realmente una gran película...

Y lo es, rotundamente se trata de una película enorme...

Claro, para eso hay que entender que Sam no es el único zumbado que aparece en la pantalla. Todos están más allí que aquí, todos tienen su peligro y al final va a parecer que esa sociedad enferma tiene lo que se merece. Que nadie se esconda, da igual, nadie está a salvo de Sam.