El recurso de la confusión mental y que pasen cosas raras porque el protagonista está mal del coco es algo ya visto. Pero Brad Anderson, que ya jugó con esto mismo en “El maquinista”, sabe llevarnos por donde quiere, y que nos hagamos un lío mental. Llega un punto que ya no sabemos que pensar porque cualquier solución es posible.
Al final son originales y hábiles, porque pasamos de la supuesta locura a la conspiración de tráfico de órganos en las emocionantes secuencias finales, pero para volver finalmente a la explicación por el cacao mental de Ray, que se lo ha imaginado todo tras el porrazo en la cocorota. Como digo, no es algo que no hayamos visto ya en el género, pero creo que la película está muy bien contada para que nos dejemos caer en sus trampas.
También tiene que ver con el manejo de la culpa, uno de los sentimientos que más hacen sufrir al ser humano cuando hay un trauma por ese motivo.