Si no hay tiempo para morir, menos hay para perderlo en películas tan malas, la verdad.
Porque la saga Bond está ya más muerta que muerta.
El enésimo villano atormentado y deforme, propietario de una isla con resort de base secreta, se enfrenta aquí a un agente 007 trasnochado, acartonado y, lo peor, ÑOÑO, en una trama manida, aburrida y sin ningún interés donde sobra metraje por todas partes. Todo es cansino y lo hemos visto tantas veces que se puede ver la película con piloto automático, sabiendo todo lo que va a suceder y cuándo.
Y si te duermes no pasa nada. Seguro que tus sueños llevan muchísima más imaginación que la que le han echado a este bodrio.