Modesto peliculón, que se dice, el que entrega aquí Sam Raimi, ese director amante de lo bizarro y el cachondeo. Esta vez, se diría, quiero hacer algo serio; no Serio, ojo, que cualquier producto puede serlo, si se le da empaque. Serio en el sentido de cortante, frío, casi gélido (la nieve ayuda, claro); serio por arrojar escasa luz a un tema equivocadamente ensoñador como sería encontrar cierta bolsa de dinero, para ti, sin hacer nada por merecerla, sin tener ni idea de qué hacer con ella, ni de cómo manejarte, jodido humano de pacotilla. De ahí que un plan sencillo jamás lo sea, ni una decisión unidireccional, sino ambivalente... consecuencias, consecuencias, consecuencias. La mente carbura de forma diferente en parajes helados como éste, por mucho que Bridget Fonda intente ser el referente intelectual, colmado de buenas ideas. En términos relativos, por supuesto. Siempre, siempre, siempre.

Total, que lo que empieza siendo un rutinario paseo en coche con un desvío inesperado y el consiguiente y fabuloso hallazgo deviene en una intriga muy sólida y pulida en los detalles, con un guión impecable plagado de buenas frases y geniales situaciones, fruto de la creatividad de un guionista que hizo su trabajo; además de contar con unos actores entregados y un director que, esta vez serio, rodó con sumo gusto y sentido estético, en plan clasicote, ya lo dije, un peliculón. Con dos cojones.