Los primeros minutos dan clara cuenta de que estamos ante una obra con reminiscencias al neorrealismo. Primero nos adentramos en el modus vivendi de los capos de las distintas familias y los sangrientos soldados del ejército en un vecindario de aspecto apocalíptico gracias a la inocente mirada de un pequeño recadero y aprendiz de mafioso de nombre Totó, quizás como homenaje al niño de "Cinema Paradiso". A partir de ahí se inicia el seguimiento sobre una docena de personajes largos bajo el poder de la omnipresente maquinaria camorrista: el "ideólogo" que comercia con residuos tóxicos, la pareja de incorregibles delincuentes, el "pagador" de las pensiones a las familias de los encarcelados, el sastre que se vende al empresario chino del textil ...; en el cual el director nos muestra de una forma austera (gracias a una acertada ambientación, con una paisajística derruida y carentes de toda lírica) pero al mismo tiempo cruda y alejada de todo artificio, las innumerables ramificaciones de una organización que todo lo toca a distintos niveles y de que manera afecta a quienes están bajo su influjo o por el contrario a los que intentan escapar de él.