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Voto de Antonio Morales:
9
Drama A finales de la Época Heian en el siglo XII, el gobernador de un pueblo es enviado al exilio. A pesar de que su familia quiere ir con él, ninguno podrá acompañarle, pues, engañados por una vieja que se hace pasar por sacerdotisa, son vendidos como esclavos por separado: la madre por un lado y los hijos por otro. (FILMAFFINITY)
7 de abril de 2014
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El intendente Sansho”, para mi gusto, una de las grandes obras de Mizoguchi, es una película sobre el amor y la piedad, sobre la justicia y la bondad, sobre la música de la imagen, que sirviéndose de una peripecia personal, propone la pintura política y social de un periodo histórico muy concreto. Pero estas afirmaciones – que podrían incluir también su atractiva estructura legendaria, su belleza recitativa, su canto a la solidaridad humana, al prevalecimiento de la dignidad por encima de la tortura y las vejaciones, a la lucha contra la injusticia social y tantas otras cosas – serían un pobre resumen de lo que es un film de imágenes hermosas, justas y bellas al que sería injusto desgranar plano a plano, de la elegancia de los encadenados, de la fluidez de los pasos temporales, de la captación vital del paisaje. La película transciende mucho más allá de sus propuestas, aún siendo numerosas, y es una búsqueda de la verdad y la belleza a través del arte.

Según sus colaboradores, Mizoguchi nunca se mostraba satisfecho con su trabajo y les sometía a un proceso de depuración personal que les hacía dar lo mejor de sí mismo. Ese mismo proceso de depuración en el cine de Mizoguchi alcanza en sus últimas obras un grado de expresión artística difícilmente superable. La puesta en escena de “El intendente Sansho”, su tono visual, en el que son capitales los movimientos de cámara amplios y pausados, la distribución de los espacios y la serena belleza de la composición, posee tanto rigor artístico como respeto al espectador. Mizoguchi se aproxima a los sentimientos de los personajes sin violar nunca su intimidad, insertando sólo algunos primeros planos de forma esporádica; la distancia a la que se sitúa la cámara del director japonés siempre parece la más adecuada. Cuando los esclavos sufren el castigo del hierro candente, el cineasta saca de campo la acción más cruenta y elude recrearse en la brutalidad. Igualmente ocurre con otras escenas decisivas, nunca son explícitas.

Mizoguchi confiere a su cine un ritmo particular, que él pretendió (en parte con éxito) que fuese identificable como propio del cine japonés. En el ritmo de sus películas intervienen el movimiento de los personajes, de la propia cámara, la sucesión de los planos, las secuencias y la misma banda sonora. En esta película tanto el ruido del agua, que es el elemento que vincula las separaciones, la muerte y el reencuentro de los protagonistas, como la música tradicional japonesa, contribuyen de una forma nada despreciable a mantener ese ritmo interno que tanto preocupó a su director. “El intendente Sansho” habla con una deliciosa ingenuidad sobre el derecho inviolable del hombre a la libertad, sobre la dignidad del ser humano y sobre la honestidad. El mismo fondo que residía en los tres consejos que le dio el gobernador a su hijo Toshío antes de partir hacia el exilio, y que su madre le hizo repetir hasta que estuvo segura de que formaban parte ya de su propia conciencia: “Un hombre que no tiene compasión es como un animal. Todos hemos nacido iguales. No seas nunca cruel con tus semejantes”. Sabias reflexiones del maestro Mizoguchi, un profundo humanista del que todos debemos tomar nota.
Antonio Morales
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