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Voto de Antonio Morales:
7
Musical. Comedia. Romance Un multimillonario (Yves Montand) se enamora de una estrella de Broadway (Marilyn Monroe) que protagoniza un espectáculo en el que se ridiculiza a los millonarios. Para conocerla, convence a Milton Berle, Bing Crosby y Gene Kelly (que se interpretan a sí mismos) para que lo instruyan en las artes de la comedia, la canción y el baile, con el fin de incorporarse a la compañía de teatro. La actriz cae bajo su hechizo, pero, ¿cuánto tiempo ... [+]
1 de marzo de 2015
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tan sólo el gran George Cukor en la dirección podía llevar a buen puerto, una obra sin pretensiones y ligera para el lucimiento de Marilyn que el Estudio intentaba explotar con cine-formula y poco riesgo, así que la película repite la figura del magnate de incognito que se enamora de una de las actrices de una compañía de teatro en la ruina. La maestría de Cukor, como su innato sentido de la medida y el buen gusto, quedan una vez más de manifiesto en esta deliciosa película, un prodigio de sensibilidad y refinamiento. Es, a parte de una de las mejores composiciones de Marilyn Monroe, un esmerado trabajo de elegancia y exquisitez.

Con música del gran Cole Porter y coreografía genial de Jack Cole. Los cameos de Bing Crosby, Gene Kelly y Milton Berle son seguramente de lo mejor, junto a las curvas poderosas y rotundas de Marilyn, lo más auténtico de una película que es toda ella artificiosidad, papel “couché”, bambalina sobre bambalina, y quizá lo único real es el aireado romance entre Marilyn Monroe e Yves Montand. Es tan misteriosa la química entre ellos cuando comparten plano que hasta resulta fácil creer que existiera realmente con las cámaras y luces apagadas, compartiendo sus inseguridades y miedos, la una porque lo suyo era crónico y no había psiquiatra en el mundo capaz de ayudarla, el otro porque era su primer papel en Hollywood.

Su interpretación en el arranque del film con el tema “My heart belong to Daddy”, ensayada durante semanas, pertenece al reino del glamur como paradigma de la verdad interpretativa, el lugar al que se llega sólo por dos caminos: por el de la sencillez innata que da el talento, y por el de la perfección técnica del que recorre cada mueca, cada entonación, cada sílaba. No faltan críticos musicales convencidos de que Marilyn podía haberse labrado una carrera como cantante y seguramente habría vendido muchos más discos que Doris Day. Hoy sabemos que Mailyn estudiaba cada noche los discos de Ella Fitzgerald. La malla negra y transparente que luce en este número musical (tantas veces recordada) semicubre el cuerpo más erótico que nunca lució, ya muy cerca de la vaporosidad de los mitos, y permite adivinar también, aunque sea bajo el velo oscuro de la incomprensión, la frustración personal de un mito.
Antonio Morales
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