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Voto de Vivoleyendo:
8
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Intriga. Romance
Un atractivo vividor coincide en el tren con una joven ingenua que acabará teniendo que pagarle el billete. Más adelante, vuelven a encontrarse en una fiesta y, tras un breve romance, ella decide casarse con él, a pesar de la oposición de su padre. Considerada por todos, incluida su familia, una solterona, está empeñada en demostrarles que alguien la puede amar. (FILMAFFINITY)
13 de septiembre de 2010
28 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ah, la duda… Es como un veneno de efecto progresivo, cuyos estragos se amplifican cuanto más corroe el espíritu. Un gusano en el corazón de una manzana, horadando con lentitud y persistencia.
Uno puede llegar a dudar de su misma madre si la presencia de lo equívoco invita a ello. Si uno se encuentra en una situación ambigua en la que lo mismo puede ser blanco que negro, y en la que el único cordel del que disponemos para agarrarnos es la confianza, entonces ese cordel es tan fino como el hilo de una telaraña. La confianza debería bastar. Pero… ¿Basta? ¿Nos conformamos con el supuesto de que hay amor, de que hay un vínculo profundo? ¿Es una estupidez cerrar los ojos y creer que somos tan importantes para esa persona como para estar convencidos de que no nos haría daño a sabiendas? Y, aún así, aunque demos por hecho ese nexo ¿indestructible?, es suficiente con que el gusano de la sospecha se nos implante dentro para que veamos demonios por todas partes.
Seguro que todos alguna vez hemos reflexionado en lo mucho que cuesta construir y mantener una relación duradera (sea familiar, fraternal o sentimental), y en lo facilísimo que es que la construcción, tan trabajosamente levantada, peligre o incluso se venga abajo en un solo segundo, o en menos todavía, en la fracción de segundo que tarda el cerebro en prender la chispa en la mecha. Uno no tiene más que percibir algo que a la imaginación se le antoja raro o fuera de lugar, atar cabos y… ¡Pum! El gusano ya se está comiendo la manzana, la mecha ya se ha prendido. Da igual que creyéramos conocer a esa persona, da igual que hayan pasado seis meses o treinta años de trato y/o convivencia. Si la ambigüedad está presente, si no hay evidencias de blanco ni de negro… Esa oruguita pertinaz roerá los cimientos, los pilares, a la velocidad del relámpago, y por más que la pequeña porción racional trate de colocar las cosas desde una perspectiva optimista, positiva, exenta de patetismo y truculencia… Se trata ciertamente de una porción demasiado frágil y superficial para triunfar sobre el miedo, la incertidumbre, la desilusión.
Triste, sí. Y puñetero. Pero es la verdad. La mente se pone a elucubrar probables conspiraciones, mentiras, un entramado completo de engaños con el que esa persona que declara querernos tanto tal vez nos la está pegando por detrás de las narices. Eso llegamos a intuir en lo que tarda un pensamiento en pasar por el entendimiento, sin necesidad de articularlo en palabras.
La sospecha. Uno de los sentimientos más raudos que existen.
Comenzamos a sorprender (o así lo notamos, sea cierto o no) secretos sin revelar, vallas de un coto de caza privado al que no tenemos acceso. O quizás todo es producto de la paranoia que nos está consumiendo. La zozobra no se marcha nunca. Una vez plantado el germen, y si no hay una explicación plena, veraz y convincente, y sobre todo si nuestros ojos no ven la prueba de la inocencia… Nada podrá arrancarlo.
Uno puede llegar a dudar de su misma madre si la presencia de lo equívoco invita a ello. Si uno se encuentra en una situación ambigua en la que lo mismo puede ser blanco que negro, y en la que el único cordel del que disponemos para agarrarnos es la confianza, entonces ese cordel es tan fino como el hilo de una telaraña. La confianza debería bastar. Pero… ¿Basta? ¿Nos conformamos con el supuesto de que hay amor, de que hay un vínculo profundo? ¿Es una estupidez cerrar los ojos y creer que somos tan importantes para esa persona como para estar convencidos de que no nos haría daño a sabiendas? Y, aún así, aunque demos por hecho ese nexo ¿indestructible?, es suficiente con que el gusano de la sospecha se nos implante dentro para que veamos demonios por todas partes.
Seguro que todos alguna vez hemos reflexionado en lo mucho que cuesta construir y mantener una relación duradera (sea familiar, fraternal o sentimental), y en lo facilísimo que es que la construcción, tan trabajosamente levantada, peligre o incluso se venga abajo en un solo segundo, o en menos todavía, en la fracción de segundo que tarda el cerebro en prender la chispa en la mecha. Uno no tiene más que percibir algo que a la imaginación se le antoja raro o fuera de lugar, atar cabos y… ¡Pum! El gusano ya se está comiendo la manzana, la mecha ya se ha prendido. Da igual que creyéramos conocer a esa persona, da igual que hayan pasado seis meses o treinta años de trato y/o convivencia. Si la ambigüedad está presente, si no hay evidencias de blanco ni de negro… Esa oruguita pertinaz roerá los cimientos, los pilares, a la velocidad del relámpago, y por más que la pequeña porción racional trate de colocar las cosas desde una perspectiva optimista, positiva, exenta de patetismo y truculencia… Se trata ciertamente de una porción demasiado frágil y superficial para triunfar sobre el miedo, la incertidumbre, la desilusión.
Triste, sí. Y puñetero. Pero es la verdad. La mente se pone a elucubrar probables conspiraciones, mentiras, un entramado completo de engaños con el que esa persona que declara querernos tanto tal vez nos la está pegando por detrás de las narices. Eso llegamos a intuir en lo que tarda un pensamiento en pasar por el entendimiento, sin necesidad de articularlo en palabras.
La sospecha. Uno de los sentimientos más raudos que existen.
Comenzamos a sorprender (o así lo notamos, sea cierto o no) secretos sin revelar, vallas de un coto de caza privado al que no tenemos acceso. O quizás todo es producto de la paranoia que nos está consumiendo. La zozobra no se marcha nunca. Una vez plantado el germen, y si no hay una explicación plena, veraz y convincente, y sobre todo si nuestros ojos no ven la prueba de la inocencia… Nada podrá arrancarlo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Eso es lo que implica para Lina amar a Johnny y convivir con él. Una continua serie de sobresaltos alternados con alivio, y de vuelta al sobresalto, y al alivio en un ciclo sin fin.
¿Se ha casado con un encantador caradura liante pero inofensivo, o con un encantador criminal? Él sería un sueño de hombre si no fuera porque… Una nunca tendrá la certeza de si ese vaso contenía simplemente leche o algo más.
Vivir con él no es aburrido, no. Ni seguro. Ni es la clase de hombre que destila paz en su compañera. Es como una montaña rusa que cada vez hace un recorrido distinto, desconociendo si se descarrilará en la siguiente curva. ¿El amor es tan ciego como para soportar sin tregua los envites de la duda? ¿Se puede resistir tanto?
Eso le tocará decidirlo a Lina…
Si se está tan enamorado… Lo que resta hacer es abrocharse bien el cinturón de seguridad, cruzar los dedos y rezar para que el vagón no se salga de la vía en la próxima revuelta.
¿Se ha casado con un encantador caradura liante pero inofensivo, o con un encantador criminal? Él sería un sueño de hombre si no fuera porque… Una nunca tendrá la certeza de si ese vaso contenía simplemente leche o algo más.
Vivir con él no es aburrido, no. Ni seguro. Ni es la clase de hombre que destila paz en su compañera. Es como una montaña rusa que cada vez hace un recorrido distinto, desconociendo si se descarrilará en la siguiente curva. ¿El amor es tan ciego como para soportar sin tregua los envites de la duda? ¿Se puede resistir tanto?
Eso le tocará decidirlo a Lina…
Si se está tan enamorado… Lo que resta hacer es abrocharse bien el cinturón de seguridad, cruzar los dedos y rezar para que el vagón no se salga de la vía en la próxima revuelta.