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Voto de Vivoleyendo:
8
Drama Remake de un film mudo dirigido por el propio Ozu en el año 1934. Narra la historia de un grupo de actores ambulantes que van a parar a una pequeña población de provincias. Allí el actor principal se reencuentra con una antigua amante y con un hijo ilegítimo. (FILMAFFINITY)
10 de diciembre de 2014
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las aguas del río fluyen sin cesar. No se detienen en ninguna parte. Siguen inexorablemente su curso hasta el final, engullidas por el mar.
Muchos son como el río. No se sienten lo bastante tentados por ningún puerto, ninguna orilla, ningún refugio cálido en un recodo. Pasan con su ímpetu tumultuoso, refrescando el aire, su cantarín sonido rompiendo el silencio. Dejando frutos de su paso al regar las tierras fértiles.
No están hechos para quedarse.
Ella siempre lo ha sabido, y se conforma. Lo aceptó tal como era, agua nómada, hierba errante que seguiría su camino. Le regaló lo más precioso que le podía dar y se marchó.
Así son también esas compañías de teatro ambulante que conocen demasiado bien los estragos de la carretera, la dureza del cambio constante, una sucesión de pueblos y ciudades donde no siempre son acogidos con entusiasmo. No son buenos tiempos para el arte clásico, el kabuki languidece. Hoy día el público no entiende de esas cosas. Ozu dirige su particular y elegante elegía hacia la progresiva pérdida de algunas hermosas tradiciones ancestrales, devoradas por la velocidad de esta era moderna.
El actor maduro que ha conocido épocas mejores, el agua nómada, la hierba errante, ya no muy lejos de su desembocadura, regresa a este pequeño puerto donde quedó el más preciado fruto de sus andanzas, pues por muy inquietos que uno tenga los pies, la sangre es más espesa que el agua.
El tórrido verano abrasa y todo el mundo, ya sea lugareño o forastero, se derrite con resignación, abanicándose con parsimonia, sentados sobre los suelos de madera, bebiendo sake y fumando. No hay prisa en los ademanes, las conversaciones son parcas, un ritual de cotidianas fórmulas corteses, educadas sonrisas y silencios sutiles. La impaciencia, la pérdida de la compostura, son graves faltas a la etiqueta y solamente un ocasional arrebato muy pasional e impulsivo, motivado por algún momento crítico, llegará a romper la contención usual de los modales.
La cámara discreta pero observadora, situada a una media altura estratégica, capta con un tacto excepcional el ocaso del gran actor en horas bajas, que presintiendo la vejez en los huesos siente la llamada de la sangre, del mañana joven que comenzará un ciclo nuevo después del que él pronto cerrará.
Ella volverá a recibirlo como al viejo amigo por el que ya no siente aquella lejana pasión de juventud. Permanece un cariño fraternal y no experimenta celos de otras mujeres de las que él se encapriche. Nunca ha pretendido ser la única en su inestable corazón. Lo conoce bien. No es hombre de una sola mujer. Pero ella sí es mujer de un solo hombre. No ha habido otro y fue suficiente con amarle a él durante aquel breve romance.
Él ha regresado con su compañía teatral y su controladora amante para ofrecer sus representaciones y visitar a su pequeña familia. En este verano ardiente muchas cosas van a dar un giro drástico, como el agua del río que tras una tormenta cambia su curso.
Y todo esto lo filmó Ozu con la fotografía más bella del cine oriental de antaño, captando la atmósfera de lo cotidiano donde la vida, como el río, fluye suavemente con su mezcla de esperanza y melancolía, marchando siempre con ilusión hacia adelante y añorando siempre todas las orillas a las que ya no podrá retornar.
Vivoleyendo
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