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Voto de Vivoleyendo:
9
Comedia El señor Hulot (Jacques Tati) no tiene trabajo, ocupándose de llevar a su sobrino Gérard (Alain Becourt) a la escuela y traerlo después a la ultramoderna casa de su hermana (Adrienne Servantie), casada con el señor Arpel (Jean-Pierre Zola), quien intenta ocupar a su cuñado en la empresa de fabricación de tubos de plástico en la que trabaja. (FILMAFFINITY)
3 de febrero de 2009
36 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jacques Tati propone un regreso a la infancia. Huir de la rutina, de la frialdad, de la hipocresía, de la mecanización, de la dependencia excesiva de las tecnologías, de la vacuidad, de las falsas apariencias. Del automatismo monótono de una vida demasiado cuadriculada.
Para el pequeño Gérard, la única vía de escape de su ordenada (y aburrida) vida es su patoso y despreocupado tío materno. El señor Hulot es el contrapunto a la casa demasiado ultramoderna de Gérard y sus padres, al esnobismo de éstos, a su obsesión por el orden y la limpieza, a sus maneras de señores para quienes una mota de polvo o un objeto fuera de su sitio es motivo de disgusto, a su costumbre de adular a vecinas estiradas y a amigos superficiales…
El contraste entre el impecable, moderno, impersonal y soso barrio de Gérard, y el agradable, ruidoso, sucio y vetusto barrio de Hulot está especialmente marcado. Por un lado, casas y construcciones de severas líneas donde predominan los grises, los matices metálicos, los jardines vanguardistas “mírame y no me toques”, todo tipo de accesorios electrónicos, muebles diseñados más para presumir y vanagloriarse de estar a la última, que para la comodidad. Una cocina con absurdos adelantos, espacios donde la expresividad se reduce al mínimo… Por otro lado, un vecindario anticuado, de colores cálidos, descampados cubiertos de vegetación y salpicados de escombros por aquí y por allá donde los niños juegan, gente que habla alegremente de sus cosas, mercadillos al aire libre, vendedores que pregonan, compradores que regatean, un barrendero con mucha cachaza, carros tirados por mulos, chicas que flirtean… La música de acordeón y piano acompaña a Hulot y a Gérard cada vez que ellos se dejan seducir por la magia de ese ambiente confortable y familiar, donde Hulot se encuentra a sus anchas en su modesto pisito y es querido por sus vecinos, y donde Gérard es feliz con sus amiguetes, cometiendo travesuras y atiborrándose de buñuelos que compra en un puesto ambulante, lejos de la mirada reprobatoria de sus padres.
Y así es la vida de este hombre con alma de niño, sin complicaciones, protagonizando una divertida burla a la civilización actual, saliéndose de los caminos trillados y del afán de perfección y de ostentación (simbolizados por ese tráfico que avanza con ridícula sincronización, por esas flechas indicatorias, por esas máquinas que siempre hacen lo mismo, por esa ama de casa que realiza todas las tareas domésticas con pulcro orden, por esas vecinas que visten ropas caras y de dudoso gusto por el simple afán de alardear).
Hulot no entiende de esas cosas algo tontas del progreso. Como Charlot en “Tiempos modernos”, no está hecho para el trabajo en serie, ni para estar sujeto a unas pautas rígidas, y que es un desastre absoluto cada vez que pisa la impoluta casa de su sobrino, causando alguna que otra hilarante catástrofe.
Pero sí sabe cómo ganarse el corazón de un niño.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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