Dignas, comerciales y palomiteras a más no poder, las dos primeras entregas de Blade habían sido bastante dignas con respecto al gran legado del cazador de vampiros por excelencia en Marvel. La tercera entrega parecía que iba a cerrar el homenaje con el anhelado enfrentamiento entre el protagonista y Drácula, el rey de los no-muertos, un claro guiño a la mítica colección "La tumba de Drácula" donde ambos ya se habían enfrentado en las viñetas.

Con un arranque ingenioso a la altura de Marv Wolfman y Gene Colan, creadores del personaje, la cinta comienza con una buena trampa creada por los no-muertos, quienes logran que Blade asesine por accidente a humanos. Esto le convierte en objeto de tertulias televisivas y presa prioritaria de los policías. Buenos ingredientes para tenernos pendientes de esta secuela.

Y justo entonces, a partir de ahí todo se va al garete. No solamente porque nos vamos a encontrar con una de las versiones más descafeinadas del rey de los vampiros, todo en la película parece sacado de un videoclip poco inspirado. El bueno de Kris Kristofferson, uno de los secundarios más queridos de la franquicia, aparece poco, quizás intuyendo el desastre que se va a desencadenar.

No tiene nada de extraño que Ryan Reynolds, ahora muy cómodo y feliz con la exitosa Deadpool, no quiera saber nada de una posible cuarta entrega donde él repita como Hannibal King. Mítico detective que homenajeaba los relatos pulp, aquí queda reducido a un par de chistecitos poco creíbles, sin generar ninguna química su grupo o él mismo con un Blade que va a la suya.

Snipes sigue manteniendo bien el tipo en las escenas de acción, aunque pone el piloto automático en las otras. Es un metraje que parece una moto muy ruidosa que luego desaparece por la calle sin habernos aportado nada realmente.