Interesante propuesta de serie B de la mano de Jack Sholder, director más bien mediocre que se aventuró con esta producción después de rodar la secuela de “Pesadilla en Elm Street” (1984).

La propuesta no puede ser más simple: un extraterrestre se dedica a colarse en los cuerpos de la gente y los controla de forma física y mental. El alienígena parásito no dudará en colarse en los cuerpos más diferentes: un ejecutivo, un hombre que está haciendo la compra, o incluso una stripper. El agente del FBI Lloyd Gallagher (Kyle MacLachlan en su época pre-Twin Peaks) y el policía Tom Beck (Michael Nouri) son los encargados de seguirle la pista al alienígena según ciertas costumbres del mismo, a saber: matar por matar, escuchar heavy metal y conducir coches de lujo.

El filme combina la ciencia-ficción de serie B con el thriller urbano de las por entonces modernas “buddy movies” con gran acierto y maestría, además de añadir ese toque de “mala leche” hilarante y divertidísimo del extraterrestre que se lo pasa bomba haciendo de las suyas, y hace pasarlo bomba al espectador. Son especialmente impagables las escenas en las que el alienígena juguetón se mete en el cuerpo de William Boyett.

El tratamiento que Sholder le da a la cinta es lo que la hace destacar por encima de otras por el estilo. A pesar de la gélida mirada de MacLachlan y la investigación de los crímenes, la película no es nada seria sino todo lo contrario, se ríe de sí misma de forma sana y permite al respetable reírse a la vez, lo que ni mucho menos le resta un ápice de calidad o interés.

Su escasa recaudación en taquilla no es fiel reflejo de su calidad, ya demostrada en Sitges y Avoriaz. El tiempo le ha ido dando la razón.