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La maldad no existe

Drama Cuatro historias sobre la fortaleza moral y la pena de muerte que cuestionan hasta qué punto la libertad individual puede expresarse en un régimen despótico. (FILMAFFINITY)
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Críticas 19
Críticas ordenadas por utilidad
10 de julio de 2021
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por supuesto que la tesis inconformista de Mohammad Rasaulof es impactante, pero su película contiene muchos más elementos reivindicables. De hecho, el primer relato despertó mi interés mucho antes de identificar la temática que engloba el trabajo: la asfixia de un día a día encadenado a las obligaciones, la desgastadora interacción con la familia, la asunción de un programa preestablecido que no deja hueco para la libre elección... la exposición de la triste vida de Heshmat resulta interesante de por sí, más allá del sorprendente desenlace. Com también lo resultan los personajes secundarios, especialmente la mujer del protagonista, cuya apariencia egoísta esconde, según descubriremos, una sobrecarga de responsabilidades hacia una hija desatendida. Por eso, más allá de su (también reivindicable – y necesaria - ) denuncia, La vida de los demás es perfectamente defendible en tanto que producto de altas cualidades cinematográficas. También en el campo formal: su planificación oscila entre lo realista y lo estilizado, la fotografía entre el naturalismo y el manierismo. Se trata de una película que busca el punto exacto de seducir al espectador sin caer en el empalago.

Centrándonos ahora en el contenido, es de agradecer que el director deje espacio para la esperanza. Así lo demuestran los tres relatos que siguen al primero. Aunque ni siquiera en este aspecto abandona del todo el campo formal: Rasaulof nos presenta un atractivo juego de contrastes entre el activismo y el conformismo, arrancando con la presentación de un personaje totalmente pasivo para luego saltar al activismo más explícito. Ahí no hay duda, pero la cosa se complica en los dos últimos relatos, dónde Rasaulof nos presenta dos protagonistas cuyas decisiones, diametralmente opuestas, provocan igualmente trágicas consecuencias. Sólo una de ellas, no obstante, preserva alguna posibilidad de redención. En todo caso, ambos personajes son conformistas, de un modo u otro: el primero por la falta de reparo en obedecer cualquier orden y el segundo por la tranquilidad con que decidió alejarse de la civilización para centrarse en su propia y exclusiva seguridad. Sin embargo, sólo uno de ellos se decidió a sortear la imposición, motivo por el cual las trágicas consecuencias de su acto pueden ser entendidas y, tal vez, perdonadas (no así el primer caso). Ahí es donde Rasaulof sitúa la linea que separa el conformismo del compromiso.

Finalmente, está la cuestión política. Porque La vida de los demás es, digámoslo ya, un producto activista. Como se anuncia en su prólogo, Mohammad Rassaulof tiene pendiente la resolución de dos juicios y su entrada en prisión parece inminente. De hecho, y según él mismo cuenta, el título que nos ocupa fue rodado de forma clandestina, lo que hace más meritorias todas sus virtudes. De ahí mi insistencia en remarcarlas: con facilidad la cuestión política eclipsa (algo comprensible) todo el apartado artístico. Sea como fuere, lo cierto es que el trabajo del director tiene un carácter muchos más comprometido que el de la mayoría de sus compañeros. Para entendernos, Abbas Kiarostami nos hablaba a través de alegorías y laberintos de realidad / ficción, Asghar Farhai apela a conflictos de carácter universal como los celos, la envidia y la avaricia mientras que Jafar Panahai propone juegos meta-lingüísticos (la causa jurídica que tiene pendiente es, de hecho, el resultado de haber montado una de las dos películas por las que Rassaolof fue denunciado). Mohammad Rassaolof, en cambio, es mucho más directo: su trabajo señala sin disimulo los fatídicos resultados del opresivo régimen iraní. Y el hecho de que su persecución política no haya logrado acabar con la carrera del director, ni siquiera con su talento, es algo que debe celebrarse.
Martí
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30 de mayo de 2022
0 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin duda es una buena película, con su interés; pero para los que hemos conocido la dictadura franquista y la enorme película tragicómica de 1963: “El verdugo” de Luis García Berlanga, con el gran José Isbert, “La vida de los demás” aporta poco más. De esta última me quedo, sin embargo, con el impactante final de la primera historia..

Es universal que, desgraciadamente y como ambas películas señalan, en paises a los que todavía no haya llegado por completo la civilización europea del siglo 21, la profesión de verdugo continúa siendo un oficio tan respetable como el de cocinero o enterrador. Y como bien se muestra, son los regímenes politico-policiales y sus circunstancias, en los que a cada individuo le toca vivir, o major dicho, sobrevivir.

Todo ello lo describe bien este film. Lo recomiendo, pero también que, el que no la conozca, vea despues la película de Berlanga, mucho menos laureada por la injusta invisibilidad internacional en que se vió envuelta en aquellos oscuros años de la España de los 60.
Norbert
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22 de enero de 2023
1 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las bolsas.
Se queja del empleado la mujer, se queja el hombre de la mujer, se queja la niña del padre, se queja otra vez la mujer de otro según ella tan incompetente, llegan a casa y se queja la madre de la hija. La única que parece que no se queja es la abuela.
Van y vienen.
El taburete.
Unos hombres jóvenes duermen, o lo intentan por lo menos, juntos, están haciendo el servicio militar, eso parece. Uno de ellos está muy preocupado, se caga por la pata abajo, y habla con la novia por el móvil todo el rato, cada dos por tres con el teléfono. Un compañero gordo se queja mucho de él, de su actitud cobarde, pusilánime y latosa, de niño mimado que no ha roto un plato, un sin sangre. Ese mismo compañero que estaba a un metro de las continuas conversaciones del protagonista de este tramo o relato con su citada novia, en un suspiro se vuelve a quejar por enésima vez de él, rezonga, y le recrimina, sí, al mismo, a ese, al que llevaba toda la noche de cháchara con su ya muy citada novia delante de él, que no llama a nadie, que es una vergüenza, que por lo menos llame a su novia de una vez por todas, que ya va siendo hora, y no lo dice en broma, no sonríe, no es sarcasmo ni ironía, habla en serio, habla de esa ya citadísima novia con la que había estado hablando hace un minuto, e iba a hablar al segundo siguiente, ese mismo chico en sus mismas narices. Normal. Al mismo tiempo, tras varias interesantes disquisiciones, intríngulis y dimes y diretes con por medio pastillas, cincuenta millones, mucho dinero, hermanas enfermas y demás tragedias, contemplamos con toda la naturalidad del mundo como el protagonista de este tramo narrativo tan cobarde, pusilánime y latoso, niño mimado que no ha roto un plato, un sin sangre o solo simplemente con conciencia se convierte en Chuck Norris, de Hamlet pasa a Rambo tan tranquilamente, sin alardes, para qué, en un nanomicrosegundo o santiamén con toda la sangre fría que quepa o cabe en ese momento se hace el amo del cotarro, de esclavo a jefe, el rey de la baraja, y se toma o coge el mundo por montera, de su capa hace un sayo, claro.
Las flores (y las piedras si te pones).
Amazing shit happens. Las casualidades existen. Solo hay que fijarse. Sí. Ese justo es o era el otro, el de la foto. Y tú también eres o eras aquel, el del dichoso y jodido taburete. Y ella estaba en medio, viéndolas venir, tan cerca, tan lejos.
Por qué no. Corre, amigo, corre. O llora. Como un río, como un crío.
El médico o el zorro y la serpiente también.
Las buenas acciones tarde o temprano se acaban cruelmente pagando, lo comido por lo servido, quid pro quo. Dios ni olvida ni perdona, pasa la cuenta, no le hace ninguna gracia, para majo él. Retirarse del mundanal ruido, al igual que huir del mal, tampoco es esa siquiera la gran solución. La muerte te espera en Samarra o en Matalascañas, a la vuelta de la esquina. Y los hijos te sacarán los ojos con la cuchara de comer las lentejas. Muere. Calla. Para. Sangra.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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24 de febrero de 2023
1 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Obra sosegada en su mayor parte, como es habitual en el cine de autor oriental. Dividida en cuatro cortos independientes, que sólo tienen en común un tema de fondo: la pena de muerte. Correctamente dirigida e interpretada en el primer segmento, no tanto en los demás, flojeando especialmente el segundo.

Siempre se agradece un alegato contra la tiranía iraní. Sin embargo, no se avanza por el buen camino si se hace con mensajes que apuntan a otros tipos de socialismo, de corte izquierdista.

No es la gravedad de la pena lo que más importa, sino el "delito" penado. En Irán se condena cualquier tipo de disidencia: izquierda, liberales... Y estos últimos no impondrían una tiranía alternativa en caso de llegar al poder. Eso es lo más grave que sucede en Irán.

Lo siento, pero por mucho que guste a los progresistas europeos, un granjero no puede permitir que el zorro se coma a las gallinas. Nada ganarían los iranís sustituyendo una tiranía por otra diferente.

Alguno ha comparado a Rasoulof con Farhadi. Pero, salvo en el estilo, no tienen nada que ver. El talento del segundo es notablemente superior, tanto en lo cinematográfico como en lo político. Eso sí, él no tiene una hija tan guapa, que se sepa.
Lorentz
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