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Sueños de juventud

Drama. Comedia En una familia de clase humilde, el padre y el hijo están satisfechos y se conforman con trabajar en una tienda; en cambio, la madre y la hija no dejan de urdir toda clase de estratagemas para intentar subir socialmente. Cuando la hija conoce al hombre de sus sueños, la madre arrastra al padre hacia un peligroso negocio, y planea impresionar al chico con una cena. (FILMAFFINITY)
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
17 de marzo de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos encontramos ante un ejemplo, como hay muchos, donde el paso del tiempo ha hecho efecto en una obra muy estimada en la época de estreno, pero que hoy no engancha como antes y resulta difícilmente creíble en algunos aspectos.

No obstante el peso del Hollywood clásico es tal, que por dañada que pueda parecer ahora este obra, mantiene su solvencia porque cuenta una historia, lo hace con ritmo, consigue entretener, y aunque no llega a emocionar ni a impactar, tiene el empaque de la solidez y destreza a la hora de contar historias que existían en la mejor y más reconocible forma de hacer cine que ha dado este arte, el de los grandes estudios.

Pero volviendo al inicio, si bien el film mantiene el tipo en general, muchas de sus partes adolece de cierta falta de verosimilitud. Todo se presenta con extrema rapidez, el enamoramiento es demasiado fácil, y el conflicto carece de tensión. Hay demasiado convencionalismo, clichés, alguna brocha gorda en el desarrollo argumental, y Stevens, pretende ser Capra, pero no lo consigue.

Capítulo aparte, y reconozco que no exento de polémica, es la interpretación de Katherine Hpburn. Por supuesto es una de las grandes, y esto no ofrece discusión, pero ya me ha pasado varias veces que su regisitro, sobre todo en sus primera etapa, es demasiado lineal, poco matizado, hace ese tipo de papel de inocente soñadora en exceso artificial, que aunque la situación lo requiera, no varía en ningún momento, resultando a veces la interpretación un tanto pasada, y más aun vista ahora. En este aspecto, me parece más natural, aunque también mucho más secundario, el papel de Fred MacMurray, aunque eso si, un tanto lastrado por la inexplicable ausencia de un mayor peso argumental de su personaje.

En cualquier caso, más allá de las dudas que ofrece, sigue siendo un exponente del mejor cine que jamás conoceremos, y que a pesar del tiempo pasado, y del polvo y telarañas que posee, no deja de ser una obra agradable de ver y muy digna.
zymu
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8 de julio de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No quiero engañar a nadie: su calidad de imagen y sonido es mejorable, pero a los amantes del cine antiguo les gustará esta comedia romántica muy cuidada, que protagoniza una jovencísima Katherine Hepburn en el papel de una muchacha con sueños de grandeza. Lo que más me gustó fueron los preparativos y la consecución de la famosa cena en la que madre e hija pretenden impactar al pretendiente, mientras que el padre y el hermano, de naturaleza más natural y sencilla se encuentran fuera de sitio. Me hizo gracia la historia y seguramente a cualquier espectador le hará recordar con una sonrisa los nervios por agradar cuando viene un novio o novia a casa...
Francie
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21 de junio de 2018
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pese a mi rendida admiración por el cine del despreciado George Stevens, no puedo sino reconocer el escaso y caduco valor de este melodrama social –género más acorde a las dotes de un Clarence Brown, por ejemplo- en el que Stevens, más proclive a los melodramas íntimos y reflexivos, se siente incómodo, incapaz de domesticar un argumento injustificadamente folletinesco sobre una pobre chica pobre con delirios de grandeza fantasiosa que hace lo posible por congraciarse con las pretenciosas huestes de la alta sociedad.

El problema de la película es que todos los personajes son desagradables y resulta difícil empatizar con ellos: la avariciosa madre, la hija idiota o el impulsivo padre. Tampoco contribuye mucho a la función la sobreactuada actuación de la Hepburn –este era un papel más para Joan Crawford-, con su estilo declamatorio y engolado que, afortunadamente, fue desapareciendo con el paso de los años y que enfatiza en exceso la ñoñería romántica y ridícula de un personaje bastante irritante en su parla ridícula e ilimitada, acompañada de un Fred MacMurray del que lo mejor que se puede decir es que habla poco.

Indigestamente pasada de moda y, mal que me pese, indigna de un director del talento y la sensibilidad de George Stevens.
Gould
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11 de octubre de 2018
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ah, esos pueblos del profundo sur donde la segregación racial estuvo vigente hasta hace relativamente poco. No era de extrañar que los prejuicios fueran mucho más lejos que eso y que abarcaran otros ámbitos además del color de la piel. Como tener el mal gusto de no nacer con un pan bajo el brazo.
No es que los Adams vayan mendigando por las esquinas precisamente. Puestos a quejarse de ser pobres, hay millones de familias al lado de las cuales los Adams son como la realeza británica. Lo cierto es que estos modestos ciudadanos no pasan hambre, tienen un techo decente bajo el que guarecerse y ropa normal que ponerse. Pero si vives en un pueblo como South Renford, que tiene pinta de ser uno de esos reductos de la más rancia cerrazón, si tu apellido no es de abolengo, entonces da igual que te rompas los cuernos, porque no eres nadie, y nunca lo serás.
Esa es la píldora amarga que se tienen que tragar día tras día las mujeres Adams, madre e hija, a quienes los desprecios de la élite del pueblo afectan mucho más que al padre y al hijo. Mientras ellas desesperan por ascender en el escalafón, a ellos les da igual y son felices en su relegada posición. Pero en aquella sociedad de principios del siglo veinte que apenas había evolucionado desde hacía décadas, el status de las mujeres venía definido por el de los hombres, y no importaba que ellas fuesen inteligentes y refinadas y con miras elevadas, porque si ellos no lo eran, entonces las condenaban a ellas al ostracismo. Totalmente injusto pero era lo que había.
Para el espectador actual puede parecer en algunos momentos que la situación de Alice y su madre no es para tanto y que son dos quejicas (hay tantísima gente que no tiene prácticamente nada, al contrario que ellas.) Pero si uno se detiene a reflexionar sobre el contexto en el que tienen ¿la desgracia? de vivir (pueblo pacato donde todos tienen que bailar al son de los ricos), se comprende mejor. ¿Es el señor Adams un egoísta por no haber pensado en el futuro de Alice, una joven hermosa y sensible que carece de perspectivas de tener un pretendiente que le ofrezca lo que ella merece?
Por eso la señora Adams presiona a su marido implacablemente. Porque Alice no es feliz. Se muere por pertenecer a un mundo que la rechaza descaradamente y sin el menor miramiento bajo la apariencia de sus modales elegantes, un mundo de buitres disfrazados con plumas de seda.
Porque, seamos francos... ¿Quién quiere ser pobre? De acuerdo que, como dijimos, ella no es pobre de necesidad, pero lo mismo da en South Renford, porque la hacen sentirse como si lo fuera. Todo está en el color del espejo en el que te miras y en el rasero que te marcan. Si no hubiera tanto snob insufrible en el pueblo y si el resto de la población pasara de ellos, Alice podría haber sido una chica feliz y valorada.
Pero no es así, y ella tiene que emplear sus formidables armas femeninas fingiendo ser quien no es, aunque no engaña a nadie, pues su etiqueta está ahí firmemente impuesta en su sitio, a la vista de todos. Por muy bonito que sea el vestido que lleva a la fiesta de los Palmer, no es de los caros y está pasado de moda, pues no es la primera vez que lo luce. Los adornos que le ha añadido no lo ocultan.Y nadie olvida que su padre es un simple empleado de segunda categoría.
Bueno, puede que no a todos esos snobs les importen tanto esos detalles. Puede que haya alguien que aprecie las cualidades de Alice, debajo de su desesperación por agradar y aparentar que es una gran dama.
Pero hay una gran diferencia entre Alice y las damas de alcurnia que la ningunean, y es que ahí la única y verdadera dama es ella.
No tardas en descubrirlo a medida que te involucras en su lucha, que por momentos es tristemente patética (la cena organizada por la entrañable actriz que fue oscarizada pocos años después, Hattie McDaniels, es el culmen de lo ridículo, no sabes si partirte de la risa o salir por pies), y observas cómo Alice mantiene el tipo a pesar del barco que se hunde a sus pies, no como una necia señorita digna de lástima, sino como la gran mujer que es.
La gran mujer que sueña con amar y ser amada por alguien a quien respete de verdad y que la valore como ella es.
¿No es eso con lo que la mayoría sueña?
Vivoleyendo
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