Cuatro notas de amor

Una residencia para músicos retirados. Cada uno con su particular ego y algunos con viejas rencillas personales. Y en el horizonte el habitual concierto de "fin de curso" que servirá para obtener fondos para la residencia y marcar, a su vez, el límite de la película.

Suena a historia ya vivida, a reescritura, a recreación sin mayor gloria y, mucho menos, profundidad. No emociona, no engancha y el metraje se sucede plano, sin profundizar en cualesquiera de las historias que se sugieren y cierran con rapidez. Como si el guionista hubiese querido pasar de puntillas, edulcorándolo todo y haciéndolo inverosímil con tamaña simpleza en el desarrollo.

Salvan la película las interpretaciones y los leves toques de humor. En todo caso, un filme que distrairá al fervoroso de los musicales y quizás llegue a gustar a cierto sector de la tercera edad, por la temática que trata y la agria sutileza cómica con la que se tocan ciertos temas inherentes a las últimas rondas.

Evidentemente, no es apta para todos los paladares. Dejando al margen quien sea el director, ni su trabajo como actor y mucho menos la edad que pueda tener, debo reconocer que me ha encantado. Para sumergirse en el guión, mucho me temo que o bien hay que tener una cierta edad o como es mi caso estar rodeado de personas mayores, cuyas vidas poseen una riqueza extraordinaria que en muchos casos va y viene en función de sus limitaciones derivadas de la edad que atesoran. Si a todo lo expuesto le añadimos el elenco magistral, y unos pasajes musicales deliciosos, el resultado es al menos para mi, una delicatessen.

Para su debut en la dirección, Dustin Hoffman se ha ido a Inglaterra (excelente decisión) y ha decidido homenajear a la farándula: por una parte a los músicos que emocionaron tanto a auditorios de ópera como a teatros populares donde reinaba El Mikado (la película transcurre en una residencia para músicos ancianos, y con el bolsillo forrado, todo hay que decirlo), y por otra a sus compañeros de profesión, los actores, de los que toma a algunos de los más egregios representantes del cine y la escena británicos: la gran Maggie Smith, un recuperado, y todavía apuesto, Tom Courtenay, el incomparable Michael Gambon, el robaescenas Billy Connolly, y la pizpireta Pauline Collins, junto con otros muchos más actores y músicos que conocieron el éxito en su momento (conviene no perderse los títulos de crédito finales). Filma nuestro Dustin con humildad y serenidad una historia que podríamos acoger al subgénero tan en boga de "comedia geriatrica", sin alzar la voz, casi de puntillas, disfrutando de cada plano y, por supuesto, de cada gesto de esos gigantes que desfilan por la pantalla casi como si se encontraran en una fiesta privada y se lo estuvieran pasando en grande. Domina la elipsis para no añadir ni un minuto más de lo conveniente y arrulla al espectador con una historia bien construida y vetebrada por Ronald Harwood, otro veterano. Y sin azúcar ni sacarina, cosa muy importante. Una agradable sorpresa.

Es una película de viejos, pero pensar que sólo es para viejos y viejas es tan absurdo como decir que hay que tener quince años para disfrutar de Romeo y Julieta, ser un asesino para gustar una película de crímenes etc,, etc.
Es una película y basta. Con un guión lineal y excelente. Con una dirección inteligente, una fotografía magnífica y una interpretación que desprende ternura, sabiduría y un poco de mala leche.
Tan medido todo, tan bien hecho que se hace cortísima.
Eso sí: quienes disfrutamos con la música clásica tenemos ventaja, porque es una delicia oír cosas como el brindis de La Traviata. Se quiere más y nos reímos cuando se nos escamotea el cuarteto de Rigoletto. Es de las pocas películas que me apetecer verla de nuevo, al día siguiente.

El Sr. Hoffman ahora, a la vejez viruelas, quiere ser director de cine. Pues muy bien, hombre. Pero así no, pardiez. Tampoco hay por qué ponerse a hacer cine cultureta de arte y ensayo de ese que no hay quién lo entienda o, incluso, aguante, pero es que lo que hace este buen señor no es cine, ni siquiera; es abrir un plato precocinado, calentarlo y clin, servirlo.

La película ya estaba hecha antes de que el Sr. Hoffman se pusiera manos a la obra. El guión se lleva repitiendo desde los tiempos de Capra, y aún más, desde la época de Verdi, que no es que yo sepa nada de ópera, pero busqué información sobre el argumento de Rigoletto y tanchán, ¡clavadito oiga!

Tampoco tiene mucho mérito lo de poner delante de tu cámara a Maggie Smith. Esa señora te hace la peli ella solita, sin que tú, como director, importes un carajo. No te digo ná si a eso le añades un montón de viejecitos entrañables y virtuosos, que están todo el rato tocando y cantando una música maravillosa. En fin, que menudo morro, Sr. Hoffman.

La película es una exquisita ñoñada, de factura británica pero marcado sello USA, que se ve sin problemas porque todo, lógicamente, funciona bien. Lo único que falla es el Sr. Hoffman, que desde que se puso a hacer el Rainman, ya nunca levantó cabeza.