Las habitaciones rojas

Les Chambres Rouges es un inusual thriller psicológico bastante inquietante y turbador, escrito y dirigido por el canadiense Pascal Plante el cual se revela como un director a tener en cuenta en sus próximos trabajos.

La película cuenta la historia de algunas jóvenes obsesionadas y fascinadas, al estilo groupie, con un despiadado asesino en serie, llamado Ludovic Chevalier, que está siendo juzgado por secuestrar, violar, torturar y desmembrar a tres adolescentes, grabándolo todo en video para comerciar las snuff movies en la dark web.

Este planteamiento sirve a Pascal Plante para realizar una interesante, sugestiva y aterradora mirada sobre la fascinación que provoca la maldad en la sociedad y la relación entre la tecnología, el anonimato y la violencia. Una sociedad en muchos casos obsesionada con lo truculento y malsano que emparenta directamente a los consumidores de la pequeña pantalla de un ordenador con psicópatas salvajes, creando una sugestiva simbiosis de retroalimentación. Siendo capaces muchas “buenas” personas de descender al averno más abyecto con tal de saciar su deseo de morbo enfermizo.

Pascal Plante se nutre fundamentalmente del cine de Michael Haneke y de referentes como Tesis de Alejandro Amenabar o The Killing of a Sacred Deer de Yorgos Lanthimos, para a través de una realización fría, aséptica y austera a la par que hipnótica, junto a un excelente uso del sonido y la banda sonora, y de un reparto que esta fenomenal, sobresaliendo enormemente las dos protagonistas, Juliette Gariépy y Laurie Babin Fortin, quienes llevan todo el peso de la cinta, brindarnos un singular, potente e incómodo thriller psicológico.

A pesar de todo lo bueno mencionado, la película no alcanza las cotas de grandeza y conmoción por dos detalles (no menores). Un montaje en algunos pasajes moroso que desequilibra el ritmo de la película, y un final, que se desmarca de lo visto a lo largo del metraje, que se vuelve convencional (y poco creíble) e improcedente para la turbiedad e insania contada.

Película anodina y aburrida, que apunta muy alto pero se queda en nada. Es un continuo ‘quiero y no puedo’.

Las críticas profesionales de FA no pueden, a mi juicio, ir más desencaminadas.

“Un viaje de terror implacable”. De acuerdo con el ‘Un’, lo demás no aplica.

“Una película de miedo psicológico inquietantemente brillante.” ‘Una película’, sí, el resto, nada de nada.

Con estas críticas y la buena nota media, me esperaba tensión, intriga, morderme las uñas, sorprenderme y/o emocionarme un poco; pero me he quedado tan impávida como la protagonista, Kelly-Anne.

Es una chica muy guapa, a la par que muy inteligente. Gana buenos dineros en partidas de póker online. Su personaje no tiene ninguna profundidad, es una caricatura, un cliché. Sale de la nada y va hacia la nada. Una bella y enigmática mujer. Suele permanecer con cara de piedra, sin inmutarse, callada. De vez en cuando se queda mirando fijamente, con intensidad, y no sabes si es que te quiere asesinar o está haciendo mentalmente la lista de la compra.
Si le preguntas algo, a menudo no te contesta, porque ella es así, misteriosa, y no se rebaja a responder, que es muy de gente de a pie que no sabe hackear y tal.

Ningún personaje está desarrollado, son meros cartones bidimensionales como los que se recortan en la infancia para jugar con ellos. Pero una historia que tampoco lo está, no necesita más. No se sabe muy bien a dónde quiere ir a parar, cuáles son sus motivaciones.

Continuamente se alargan escenas sin motivo, como por ejemplo, la de los alegatos iniciales en la sala del juicio. Tendría razón de ser si la película fuera judicial, pero no lo es, por lo que no viene al caso ponernos la perorata entera de la fiscal y del abogado defensor.

El final me pareció absurdo y me dio vergüenza ajena. En fin. Una pérdida de tiempo.

Les chambres rouges es una película bien escrita, narrada e interpretada, demasiado lenta para mi gusto, pero no por ello deja de ser recomendable. Sin embargo, la ponen como las mejores del año. El motivo de que yo no le haya dado más nota está en el spoiler.

Una inquietante e inteligente película que nos plantea el morbo y la fascinación de algunas mujeres a las cuales les atraen asesinos y psicópatas que están encarcelados. Una peligrosa obsesión muy bien planteada en este film canadiense de Pascal Plante (Falsos tatuajes).

Ludovic Chevalier está acusado de ser el Demonio de Rosemont, un asesino en serie que secuestró, torturó, abusó sexualmente y mató a tres niñas menores de edad, todo ello filmado con cámaras y subido a Internet. Su juicio despierta mucho interés en los medios de comunicación. Allí conoceremos a Kelly-Anne una chica joven que asiste a todas las sesiones del proceso. Es modelo y jugadora de póker profesional, también le gusta navegar por los rincones de la Dark web en Internet para buscar snuff movies.

Ella es una especie de "groupie" con una retorcida admiración por el asesino, en el juicio conocerá otra chica con las mismas expectativas que ella. Pero Kelly-Anne oculta algo más y va más lejos de la mera atracción, algo que consigue desconcertar al público hasta saber sus intenciones.

Una puesta en escena brillante, una atmosfera paranoica de la protagonista que no muestra sentimientos sobre el dolor ajeno. (Una gran actuación de Juliette Gariepy ), una historia que provoca ansiedad aun sin ver absolutamente ningún crimen. Eso es el valor de esta gran película, que puede considerarse de las mejores del año.
Destino Arrakis.com

*La fascinación por lo horrible

Las habitaciones rojas inicia cuando lo hace el juicio de Ludovic Chevalier (Maxwell McCabe-Lokos), presunto asesino de tres adolescentes que fueron grabadas mientras las torturaban y mataban. Los vídeos de los crímenes han provocado el escándalo de los ciudadanos y el gozo de los perturbados que navegan por la dark web. Kelly-Anne es una elegante e inescrutable modelo que acude al juicio desde el día uno. Las motivaciones detrás de esta obsesión por el caso son ahora un misterio que escapa a toda lógica. El largo proceso judicial de Chevalier salpica toda la trama y, lejos de diluir el thriller con los recursos propios de un drama judicial, se complementa al punto de que en la corte suceden algunas de las mejores escenas de la película.

La puesta en escena en Las habitaciones rojas es fría y sofisticada, a la medida del más que moderno apartamento de Kelly-Anne y el Montreal del siglo XXI que engloba toda la acción. Ya desde el inicio el tono queda determinado, con la entrada en la luminosa y rectilínea sala de justicia en la que sucederá buena parte de la película. Lo cierto es que este abordaje a la acción, frío y distante formalmente, y también emocionalmente por la sobria protagonista, es el idóneo para explicar esta historia.

*Cyber-thriller

Podríamos considerar a Las habitaciones rojas un cyber-thriller, porque la tecnología juega un papel fundamental en aquello que se nos está narrando. Kelly-Anne es el producto último de la generación digital, alguien que no solo comprende y domina al detalle todo lo que Internet ha traído, sinó que va un paso más allá y puede manipularlo para su provecho personal de un modo que aquellos menos diestros en lo digital solo podemos soñar. Y como producto último de lo tecnológico, sabe llegar a lo más hondo y oculto de la red, una dudosa proeza que no hace más que insensibilizar su persona y dejar sus rasgos más humanos sepultados.

Precisamente, vamos a poder ver el lado más emocional y empático de Kelly-Anne cuando traba una improbable amistad con Clementine (estupenda Laurie Babin), una pasional muchacha en las antípodas de Kelly-Anne en todo menos en una cuestión: ambas están fascinadas con el caso y con la persona de Chevalier. Clementine viene de un pueblo, Kelly-Anne es hija de la gran ciudad. Una no tiene ni donde dormir, la otra se hace de oro a diario con el póquer online. Y, aunque tienen edad similar, una es poco hábil con la tecnología, mientras que la otra es poco menos que hacker en su tiempo libre.

Pese a las numerosas diferencias, la complicidad que surge entre las dos nos recuerda que Kelly-Anne no es una princesa de hielo inaccesible, a la vez que nos brinda las escenas más cálidas y humanas que hay en Las habitaciones rojas. Una amistad inesperada pero creíble, cuyo desarrollo ha de decidir claramente a qué dirección se encamina Las habitaciones rojas.

*En lo más profundo de la red

El morbo por lo cruel y lo grotesco tiene su máxima expresión en el fenómeno fan que se ha producido con muchos asesinos y criminales, sea en los Estados Unidos o en nuestro propio país. Es una atracción malsana e injustificable que en Las habitaciones rojas se ejemplifica con las groupies de Chevalier, pero más allá de la ficción nos está hablando también a nosotros, los espectadores. Las producciones sobre asesinos en serie y matarifes psicópatas se multiplican sin parar y algunas de ellas se convierten en auténticos taquillazos. Llegamos al punto en el que 'se pone de moda’ al asesino de turno, como podríamos decir de Dahmer tras Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer.

El modo que escoge Plante para abordar este morbo hacia lo criminal es fiel a su crítica: no espereis ver las infames cintas de los asesinatos de las adolescentes, porque no encontraréis absolutamente nada explícito. En ese fuera de campo, en no querer compararnos a Kelly-Anne y Clementine y dejarnos fuera del escándalo gratuito, Plante evita pecar precisamente de aquello que considera tan repudiable. En línea con la estética del film, también es la opción más sofisticada. Respecto al tema central, que no deja de ser las snuff movies, imposible no acordarnos de Tesis, de Amenábar.

*Conclusión

Pascal Plante nos hace reflexionar sobre aquello que consumimos como espectadores. En una industria donde el morbo de la sangre y la crueldad es una apuesta segura, Las habitaciones rojas reacciona al auge del true crime y, sin condenarlo, nos recuerda los peligros de la desensibilización. Kelly-Anne vive en un mundo frío y donde impera la tecnología más puntera. Tanto que parece ciencia ficción, cuando no deja de ser nuestra realidad. Tensa y macabra aún sin mostrar una gota de sangre.

Escrito por Daniel Moya Calero