“El espíritu del 45”, del querido británico Ken Loach, queda especialmente reservado a personas que estén verdaderamente interesadas en la comprensión del inicio del denominado “Estado del Bienestar”. El documental está centrado en Inglaterra, tras el triunfo, después de la 2ª Guerra Mundial, del gobierno laborista de Clement Attlee. No pueden pasar desapercibidos por su autenticidad los testimonios de personas que narran una infancia de enfermedad, miseria, y desamparo, y que se enorgullecen desde la dignidad de lo que entienden como un logro compartido de la clase obrera la entrada en vigor de las políticas de aquel gobierno: una sanidad universal y de calidad, pública, al igual que otros servicios o industrias, que hasta aquel momento se regían por el exclusivo afán de lucro de sus propietarios. Es cierto que puede resultar tedioso o cansino el visionado de la nacionalización de cada servicio público, y que se echa de menos una visión crítica sobre el “gobierno grande”, el trato discriminatorio de las “minorías”, la burocracia, o la ineficiencia que dieron pábulo a las críticas neoliberales. Pero en todo caso resulta una obra interesante, que nos conecta con las grandes ilusiones que iniciaron un ciclo de progreso que hoy experimenta ataques despiadados de la derecha conservadora en el poder y que, al menos por ello, merece ser atendida para comprender mejor cuanto podemos llegar a perder.

Me siento indignada tras visionar el documental de Tony Gatlif sobre el movimiento 15-M que se extendió por toda Europa en el 2011, y que está presuntamente basado en ¡Indignaos!, el texto de Stéphan Hessel: Y digo “presuntamente” porque el resultado es sumamente alejado de la visión analítica de aquel. Asistimos durante una hora y media que se hace excesivamente larga y tediosa a un remedo que, queriendo ser poético, resulta falso, pretencioso, incomprensible. Se pretende reflejar una suerte de inmersión de una joven inmigrante africana en Europa en pleno auge del movimiento de los ciudadanos “indignados”, sin que se alcance a vislumbrar la verdadera intención del director: ¿El drama de los sin papeles? ¿Una especie de falsa integración entre la inmigrante y los activistas? Lo cierto es que causa auténtica lastima el transcurrir del documento e igualmente deja frío el resultado final: No basta, ni sacia, el interponer periódicamente frases más o menos contundentes o planfletarias sacadas del testo de Hessel, como pretende Gatlif, para dotar de materia veraz y/o potente a una obra artística. En definitiva, no merece perder el tiempo con el mismo.

Esta película me ha recordado a la obra del gran A. Miller, adaptada el cine en 1985: "Muerte de un viajante",. Y es que su protagonista es, como en esta, un comercial, un hombre vencido por el peso de un trabajo duro, desagradecido, marcado por los ritmos del mercado, que muestra una vez más las grietas del sueño americano.

En Glengarry...observamos a seres absolutamente subumidos en personajes depredadores, cínicos, triunfadores, como el interpretado por Al Pacino de forma espléndida, pero también a seres vencidos, rotos, los famosos perdedores o looser americanos, que tratan de convencer a posibles clientes, posiblemente tan derrotados como ellos, de las ventajas de una compra más. La película destila una tensión permanente y una tristeza inaudita que embarga el alma de cualquier persona sensible.

La película comienza mostrándonos a un joven adolescente complicado, que alterna explosiones de genio con una actitud apática y retraída. Nos cuesta entenderle y le sentimos desde una considerable distancia y rechazo emocional.

Poco a poco, sin embargo, entendemos que detrás de esa fachada, se encuentra un alma herida de algún modo, con una tremenda sensibilidad, que a través de un personaje maravilloso como es el de su hermanastra, que invade precipitadamente sus planes, se abre, se descubre, y saca lo que tiene dentro.

Estamos ante dos seres que viven en el márgen. Dos ángeles caídos, que sufren, que buscan desesperadamente. La unión accidental entre ellos logra que adquieran la fuerza perdida, a través del reconocimiento del otro, del ser un espejo en el que ven retratadas, recíprocamente, sus miserias y debilidades, pero también su enorme belleza, arte, y fuerza para seguir viviendo.

La escena en la que suena la canción de Bowie es definitamente sublime y fielmente expresiva de esa unión transformadora.

Una pequeña y gran película: tan dura como hermosa y esperanzadora.

No considero que esta película sea una gran obra del cine. Ni mucho menos. Sin embargo, creo que su gran virtud reside en la capacidad de acercar al gran público el pensamiento de la intelectual María Zambrano, una mujer valiente, con una gran inteligencia, en ocasiones más cercana a la poética que a la filosofía, como apunta de forma claridivente el personaje secundario interpretado por María Galiana, con fresca lucidez. El duelo interpretativo entre Pilar Bardem y María Botto tiene una gran fuerza: emana de ellas, sin esfuerzo, esa hermosa complicidad que de vez en cuando surge de forma milagrosa entre dos personas. Igualmente hermoso es el apunte constante sobre la memoria oficial que ha venido silenciando la potentísima voz y acción de las mujeres en nuestra Segunda República y la posterior historia de exilio,silencio, y violencia, fruto del fascismo. Recomendable a todo el que sienta curiosidad por una grandisima y libre pensadora.