Te vas haciendo mayor, ya han pasado más de 20 años desde “El viaje de Chihiro” y… llega un momento en que piensas que el cine de animación ha perdido su magia. Es comprensible, viendo la deriva de Pixar y los peligros que se avecinan con la IA. Pero de repente, Miyazaki regresa.

Lo hace con una peli que, según dicen, es su testamento. Se puede entender así. Hay cosas que hemos visto en títulos anteriores. No significa que se esté repitiendo. Hay planos, imágenes, ideas de una originalidad imposible de encontrar en otro sitio. Y luego además hay una parte… digamos “trascendental”, a la que no estamos acostumbrados en el cine Ghibli y que enriquece el resultado.

A nivel artístico, “El chico y la garza” consigue mejorar si cabe un poco más todo aquello que nos gusta del universo Miyazaki. La primera escena por sí sola es un verdadero prodigio. A nivel narrativo, esta película está pensada para que nos recreemos en ella, sin las prisas de nuestro mundo.

Si después de verla encuentras fallos, cosas que sobran y cosas que faltan, te pido que rebobines. Rebobina hasta el chaval que fuiste y... vuelve a verla.

Soy de los que corren a ver esta peli espoleados por la novela. Es un aliciente, pero al final se convierte en un lastre. Y otro lastre, más gordo todavía, es madrugar y hacerse hora y pico de autobús para asistir al estreno en el Festival de San Sebastián esperando aquella Coixet de "Mi vida sin mí" o "La vida secreta de las palabras". Conoces la novela, conoces la trayectoria de Coixet. Te haces ilusiones.

Te llevas un batacazo a medias. Hay unas cuantas decisiones mal tomadas, empezando por los protagonistas. Laia Costa es una gran actriz, pero esto no es "Foodie Love" y este papel sencillamente no le va. Hay una negrura, una tormenta interior en el personaje femenino de la novela que aquí no se ve. Kovik Keuchkerian... físicamente puede resultar un acierto e interpretativamente podemos decir que se ciñe al personaje, pero tampoco funciona. Hugo Silva y Luis Bermejo, en cambio, sostienen razonablemente bien sus roles.

De todos modos, el gran personaje tendría que ser el pueblo donde se centra la historia. Porque esta es la historia de una mujer contra un pueblo. Y el motor del conflicto no queda bien resuelto en la película. Ni a nivel de guion, ni a nivel de fotografía, ni de pura localización.

La música, que tanto ha marcado las grandes películas de Coixet, aquí funciona a medias. Lo que funciona muy bien, y estamos ante una genialidad de la directora, es el final. Pero nueve minutos no consiguen arreglar del todo las dos horas previas.

La referencia más próxima que tengo a esta película es la serie ochentera "Bioman". No conocía para nada "Kamen Rider" ni toda la subcultura que seguramente ha generado. Para alguien como yo, que en materia superhéroes y catástrofes está completamente abducido por el Marvel Cinematic Universe, ver "Shin Kamen Rider" es una bocanada de oxígeno puro.

A nivel de efectos especiales estamos ante algo absolutamente subversivo. Es una peli capaz de mezclar el CGI más avanzado con volteretas y transformaciones calcadas a las que se hacían en el audiovisual japonés de hace medio siglo. Al principio puede provocar risotadas, pero acaba resultando fascinante.

En cuanto a la historia, no hace falta bucear en toda la mitología previa para pillar el argumento. Esto va de una amenaza muy chunga para la humanidad y de un ciborg llamado Hongo que tiene que hacerle frente. Ahora bien, al protagonista se le van añadiendo capas de dramatismo, de dilemas éticos, de reflexiones muy locas sobre la felicidad y el bien común a las que no estamos nada acostumbrados, por muy shakesperiano que pueda parecer todo por momentos.

El delirante vestuario, el montaje a machetazo limpio, la depuradísima escenografía, la sobriedad interpretativa, la ironía latente, las peleas que tan pronto son asépticas como se resuelven con un festín de sangre... todo este coctel acaba generando una obra imprescindible para cualquiera que quiera abrir horizontes.

"Shin Godzilla" ya fue en su momento un verdadero revulsivo para una saga que parecía completamente agotada. Ahora, con "Shin Kamen Rider", Hideaki Anno lo vuelve a conseguir.

¡Madre mía cómo reacciona la gente ante lo extraño! Da la sensación de que, tras triunfar en Sundace, lo que la industria le pedía a Miranda July (como a todo el mundo) era agachar la cabeza y rodar algo tirando a convencional. A poder ser para una plataforma. La apalearon seis años después con "El futuro" y ahora, cuando insiste en hacer algo especial, tampoco es que consiga una catarata de reconocimientos. Ni falta que le hace.

Lo curioso es que "Kajillionaire", por lo menos en su desarrollo, es férreamente convencional. Una historia de crecimiento, de despertar, a costa de liberarse del yugo familiar. Con muchos toques cómicos, con una fina pincelada de crítica social y el suspense necesariamente asociado a una peli de robos. Lo diferente en este caso son los personajes, que en manos de cuatro actores menos curtidos habrían derivado en cuatro estrambotes. Muy de agradecer cómo Evan, Gina, Richard y Debra se colocan al servicio de la peli.

A un nivel "primario", es una peli de aventuras que te reconecta con el niño que fuiste leyendo a Poe, Lovecraft o el mismo Joseph Conrad. También puede reconectarte con el chaval que se lo pasó como un enano con "Depredador" o "La costa de los mosquitos". Y para quienes buscan en el cine sensaciones, las van a encontrar, y muy intensas, si se fijan en aspectos como la banda sonora o el sobrecogedor escenario elegido.

A un nivel un poco más sesudo, probablemente estemos ante la peli sobre los niños-soldado más fascinante que se ha rodado . Hay también una sabiduría en el abanico de recursos fílmicos de un director millennial que para sí querrían muchas vacas sagradas de Hollywood. El ritmo, perfectamente sincopado entre la brutalidad y pinceladas de ternura, hace que cien minutos se me hagan escasos.

Si a Boyero le pone nervioso no entender los diálogos, basta con que active los subtítulos. Tanto los Monos, como una arriesgada Julianne Nicholson, nos regalan unas interpretaciones que dejan huella.