La violenta previa y los primeros meses de la dictadura militar argentina como marco histórico para los días de un grupo de estudiantes secundarios.
Todo el tiempo la película peca de solemnidad: los alumnos parecen cargar sobre sus hombros el peso de la historia sin darse la oportunidad de relajarse. La trama tampoco se relaja y arrastra una pesadez que confunde con oscuridad por los años de plomo y si bien la realidad social y política era tan grave como peligrosa, no se trasmite la vitalidad de una juventud entusiasta que los lleva a militar a pesar del riesgo de sus vidas.

Una película cuyas intenciones no colman las expectativas.

Una de piratas. Con peleas de goleta a goleta, traiciones, amores, ambiciones y redenciones. No falta nada. Sin embargo, Ermmano Olmi desarma el relato de piratas para construir uno con voz propia, con una cadencia pausada (que tomaría prestada Peter Weir para Capitán de Mar y Guerra) con recursos narrativos que sorprenden (el montaje es un personaje más), estética teatral para hilar la historia, voz en off impecable de Bud Spencer (su lectura del poema dedicado a la pirata Mary Rae es conmovedora) y un equilibrio entre el paisaje y los hechos que son plenamente disfrutables.

Una película disruptiva, sorprendente, bella, hipnótica y atrapante.

Esta película se transformó en un clásico del cine argentino por su temática. Incluso en Argentina todavía el título refiere inmediatamente a una relación homosexual entre hombres. Este logro es mérito de una película que mantiene el interés gracias a una estructura lúdica, para nada rígida, lejos de la solemnidad y del golpe bajo.

El film es una larga introspección del Roberto del título acerca de su homosexualidad. No se lamenta, no se avergüenza, simplemente se pregunta cómo llegó a tener sexo con un hombre (no queda muy en claro si se enamoró o no) además de refutar cada cuestionamiento pacato de la sociedad. Y la película no duda en ridiculizar la moralidad retrógrada de la Iglesia, el patriarcado, el matriarcado y el matrimonio. Este recurso, sorprendente para la época, también pone en una encrucijada a la película que la resuelve con un final ambiguo y muy preciso.

Para verla sin reservas.

Esta película es la primera que Jerry Lewis protagonizó sin Dean Martin. Y se nota. Desde el principio, es una película con una atadura moral que no tenían las anteriores películas del dúo con lo cual el personaje de Lewis queda encorsetado en una moralidad y civilización que hasta ese momento no tenían. Además, la ausencia de Dean Martin es palpable y Darren McGavin no lo puede reemplazar. Tampoco puede el propio Lewis que entona una canción sosa que corta el ritmo de la película. No obstante, hay dos momentos de genialidad absoluta, puro Lewis (el gag con el Themerin y la toma de huellas dactilares) salvan el resto del metraje.

The Delicated Delnquent es el cierre del ciclo de Martín y Lewis sin Dean Martin. Y sin dudas, la más deshilachada película de Lewis.

Wajda repite la estructura de El hombre de mármol y el resultado no es el mismo. Lo que en El Hombre de Mármol el relato sobre la construcción de un ídolo trasciende la coyuntura política y se transforma en una muy buena película, en El Hombre de Hierro opera al revés porque la premisa de la película es la destrucción de un ídolo (en este caso desde la difamación) pero repitiendo el método desde el relato que El Hombre de Mármol.

De esta manera, Wajda fuerza la estructura de El Hombre de Mármol para contener el guión de El Hombre de Hierro y, sinceramente, la película demuestra que era innecesario.