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España España · sevilla
Críticas de Jlamotta
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Críticas 126
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
29 de mayo de 2014
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
En pleno 2014, creo necesario lanzar una rápida mirada atrás en el tiempo para desmenuzar las claves del éxito del llamado séptimo arte. Seré breve. El cine nació de la ambición del hombre por filmar la realidad. El primer film de la historia, Salida de los obreros de la fábrica, de los hermanos Lumiere, no es más que eso, un grupo de obreros saliendo de una fábrica. Igual que La llegada del tren consistía, literalmente, en mostrar la llegada de un tren a la estación de La Ciotat. En ese momento, el cine se alimentaba de la propia realidad, sin necesidad de ficcionar absolutamente nada. Más adelante, las adaptaciones teatrales y literarias eran incluso más frecuentes que los argumentos originales. Tanto, que se tuvo que crear una sección específica para ello en los premios. Es decir, el cine se surtía de las otras artes para su desarrollo y expandir así su público potencial. Y nadie veía nada raro en ello. Incluso era una forma de "culturizar" un medio joven e inexperto. Con los años, la cinematografía se transformo en una especie de esponja que absorbía todo aquello que podía para su uso:biografías, cómics, atracciones, hechos históricos. Pero llegaron los videojuegos. Y, con ellos, la controversia. Lamentablemente, aún hay muchos sectores que consideran a los mismos como un arte menor, reservado únicamente para niños y adultos con síndrome de Peter Pan. Evidentemente, estos argumentos son esgrimidos por gente que jamás ha llorado con la saga Metal Gear Solid, que no ha tenido la ocasión de maravillarse ante la inmensidad y riqueza de los mundos de Final Fantasy o de divertirse como un enano con cualquier Sonic o Super Mario. Son personas que desprecian sin catar, que opinan sin conocimiento de causa, convencidos de su superioridad intelectual por el simple hecho de no haber tocado en su vida el mando de una consola. Ciertamente, horribles adaptaciones a la gran pantalla como la saga Mortal Kombat, Resident Evil o Tomb Raider no ayudaron demasiado. Otra cosa son las películas sacadas directamente a vídeo, como Street Fighter, Fatal Fury o Tekken, donde la calidad era en algunos casos incluso notable. Pero estas no llegaban a los críticos. Y en esas aparece Edge of Tomorrow, adaptación de un manga de Hiroshi Sakurazaka. No de un videojuego, de un manga. Sin embargo, si he soltado el tocho anterior es debido a su semejanza estilística con Edge of Tomorrow. Porque Doug Liman adapta las cualidades de dicho medio a su película con un resultado muy distintivo. A modo de "shooter", seguimos las andanzas de Tom Cruise en una espiral de acción sin fin, con un agilidad narrativa altísima y una sensación endemoniada de vértigo debido al efectivo uso tanto del montaje como del sonido. Inclusive hay momentos donde se exige tanto aguante al espectador que este acaba cansado, extenuado, desbordado, sin aliento. Pero no harto. Ni mucho menos. Es una montaña rusa con pequeños parones para coger aire pero, cuando menos te lo esperas, ya estás en marcha otra vez. Y mueres con Cruise. Y vives con Cruise. Y mueres. Y vuelves a resucitar. Como en un checkpoint eterno. Y ojo, entiendo a quien le sature este tipo de planteamiento tan físico, pero que eso derive en una crítica destructiva a los videojuegos (que las hay) es una completa estupidez. Como apunté al principio del artículo, el cine se nutre de todo lo que puede, y la mezcla entre este y los videojuegos puede ser muy beneficiosa si cae en las manos adecuadas. Porque estos últimos son, pese a quien le pese, un arte.

Tras films muy menores como Jumper o Mr and Mrs Smith, Doug Liman da con su mejor versión desde 2002 con The Bourne Identity. Suyo y de su equipo técnico es todo el mérito referente a la acción, poderosa hasta decir basta, construyendo escenas de largo recorrido, donde empalman impacto tras impacto, emoción tras emoción, en pos de conseguir impresionar al espectador. Algo que logran holgadamente. Realmente, cuando se presencia buena acción en los últimos en los que se suele pensar es en los guionistas. En este caso, veo justo detenernos un poco en Christopher McQuarrie, Jez Butterworth y John-Henry Butterworth (amén desde luego del autor del material original, Hiroshi Sakurazaka). Destacando a McQuarrie, autor de los excelentes libretos de The Usual Suspects, Valkiria o Jack Reacher (corramos un tupido velo con The Tourist y Jack the Giant Slayer). Da la sensación de que han ido todos a una en cuanto a los objetivos principales de la película. El argumento tiene similitudes con Matrix, Groundhog Day e incluso Memento en algunas partes. Pero, afortunadamente, a pesar de contar con una trama aparentemente enrevesada, solo se deduce de ello en el apartado visual, pues en el narrativo queda muy claro que no pretenden inventar la penicilina. Su trabajo es hacer que la acción no devore la humanidad de la película. Construir, a base de detalles (tampoco hay mucho espacio para ello), una historia con la que nos podamos identificar y justificar, en buena parte, el festival de tiros. No es difícil, pues el personaje de Cruise solo puede evolucionar y acabar en un estado diferente al presentado. A pesar de tratarse de ciencia-ficción, probablemente el género más complicado para generar empatía, la simpática descripción de un protagonista torpe que se siente un pez fuera del agua es acertada.

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Jlamotta
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7
23 de mayo de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hollywood está cambiando. La mutación se viene percibiendo desde hace unos años, cuando los grandes estudios se dieron cuenta de que con una buena historia, gente responsable y con talento a las riendas del proyecto, y un reparto de categoría no solo se conseguían los mismos o incluso mejores registros financieros que con producciones estúpidas, mal gestionadas y de baja calidad artística, sino que incluso la tan ansiada consideración crítica crecía. Prestigio. Nominaciones. Premios. Reconocimiento. Una forma de pensar más propia de las compañías independientes, de los sectores marginales del séptimo arte, que de Warner Bros y compañía. Pero, de momento, y hasta que encuentren una manera de fastidiar el invento (que lo harán, de ahí la constante regeneración periódica a la que han de someterse fruto del desgaste de productos otrora exitosos) esta nueva mentalidad nos está reportando muchos y muy buenos momentos. Y, por supuesto, a los fans del cómic también. Ambos sectores se sienten cuidados, valorados y respetados, siempre dentro de un margen comercial al que hay que someter al producto de marras, y que entra dentro de lo razonable, pues su verdadero objetivo no deja de ser amasar ingentes cantidades de dinero. Pero, sinceramente, se agradece que su perímetro de acción haya dejado de estar orientado exclusivamente a la chavalería y se haya extendido hacia otros círculos algo más exigentes. No nos engañemos, un blockbuster siempre va a ser un blockbuster, y si nuestra mentalidad hacia él es exigir que cambie la historia del cine o reclamar algo que ni siquiera está presente en las viñetas en las que se basa (comentarios que he tenido la ocasión de oír, aunque parezca mentira), estamos condenados a sufrir decepción tras decepción. En consonancia con esto, X-Men:Days of Future Past es una de las aproximaciones más certeras, en cuanto a tratamiento y observación de personajes se refiere, que el cine comercial actual puede ofrecer. Porque, si, hay acción, explosiones, persecuciones, fuegos de artificio, situaciones increíbles y enfrentamientos a lo bestia, pero también hay personajes que sienten, sufren y padecen. Y, afortunadamente, Synger y Kinberg otorgan preferencia a esto último. Realmente, todo lo que no hubiera sido de esta forma, hubiera significado una pequeña desilusión, pues X-Men:First Class (Matthew Vaughn, 2011) sentó unas interesantes y coherentes bases para lo que las posteriores secuelas de la saga deberían ser. La exploración de unos personajes que nos conocemos de memoria, ya sea por la relevancia del cómic o por sus numerosas apariciones en pantalla (contando el spin-off de Lobezno), desde una nueva perspectiva (su juventud, el pasado) prometía un sinfín de posibilidades para futuras explotaciones de la franquicia. Precisamente eso es lo que prevalece en esta nueva y fresquísima historia de superhéroes. Una sensación de innovación constante, de insolencia y descaro, no ya por su trama en si, sino por la metodología empleada para tratarla y, sobre todo, por su oposición al encasillamiento cómodo. Sus ganas de contar nuevas historias son mayores que su conformismo.

Porque, como digo, el inicio de la historia no es que sea tremendamente original ni rompedor. Es, de hecho, lo más flojo del film. Por una mera cuestión de memoria acumulativa. Quien más quien menos, ha visto más de una vez a personajes viajando en el tiempo y teniendo que convencer al escéptico de turno de la credibilidad de sus palabras en pos de una misión cuyo objetivo es salvar la humanidad. Por este motivo, esa sensación de déjà vu y, sobre todo, su espacio ocupado en la estructura de la película, es el primer y único escollo que salvar a la hora de dejarse llevar y perderse en un mundo de fantasía y freaks con dones divinos. Es, posiblemente, el único inconveniente de una trama ambiciosa a más no poder pero que, en cuyo fondo, se esconden unas pretensiones simples y puramente orgánicas. Synger y Kinberg continúan con el renovado modelo orquestado en la primera parte por Matthew Vaughn y sus guionistas Jane Goldman, Ashley Miller, Jamie Moss, Josh Schwartz y Zack Stentz (recordemos que la historia partía de la cabeza del propio Synger) y proponen una continuación lógica en cuanto a exposición y proceso de personajes pero radicalmente cambiante si tenemos en cuenta las teóricas normas en cuanto a segundas o terceras partes en las producciones de superhéroes. En lugar de optar por oscurecer cada línea de guión, dispensar a la acción de un toque pesimista o poner todos los huevos en la cesta del villano canalla pero carismático prácticamente indestructible, la elección no es otra que mirarse al ombligo. En una jugada teóricamente arriesgada, el pensamiento de que estos personajes aún no han sido completamente mostrados y estudiados, nos lleva a un cruce entre los mutantes clásicos y sus herederos. Retroalimentación que se llama. Y, ojo, que las opciones descartadas no es que no sean aceptables, simplemente que no serían consecuencias lógicas de los actos acontecidos en la primera entrega. Hubiera sido cercenar la progresión natural de su predecesora. En cambio, si que tendría sentido en una tercera entrega, tras lo sucedido en esta. Porque ahora si que se tiene el pleno convencimiento de que los personajes se han enfrentado a diferentes vicisitudes y piedras en el camino como para incluir elementos externos en su evolución. Se puede decir que esta X-Men presenta una interacción constante entre ellos mismos, no sin cierta dosis de morbo, en la que comprobamos como fueron en sus días jóvenes, lo que ya conocemos y ellos no (en este caso, el espectador está representado por Lobezno, un personaje carismático y empático que tiene nuestra admiración desde hace años, por lo que hay momentos en los que las versiones pasadas de Magneto, Profesor X y cía son más espectadores de la función que nosotros mismos).

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Jlamotta
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7
15 de abril de 2014
77 de 128 usuarios han encontrado esta crítica útil
Suele ocurrir, en esta alocada y descontrolada vorágine de adaptaciones de cómics que parece no tener fin, que la compañía de turno elija para llevar el timón de su mastodóntica producción a un director de renombre, a un artesano o a un autor. Más o menos, son las tres variantes que nos podemos encontrar en esta clase de productos. Warner Bros confió su murciélago de los huevos de oro a Christopher Nolan. El objetivo de dicha decisión no era otro que el de aprovechar el tirón de las primeras películas del británico, cuyo éxito le estaba abriendo camino a pasos agigantados en la industria hollywoodense, gracias a la notable Memento y a la inferior Insomnia. El director de The Prestige cambió radicalmente la visión que el público tenía respecto a Batman, en parte gracias a un tratamiento oscuro e intenso del personaje principal y sus allegados. Algo que sería altamente imitado por gran parte de las películas de superhéroes posteriores. En este caso no se buscaba tanto el toque Nolan, como el apellido Nolan. Pero, afortunadamente para Warner Bros (y para nosotros como espectadores), la mirada del director se impregnó en cada fotograma. Por supuesto, también existe el caso contrario. Contratar a un artesano no es una elección desdeñable cuando la película cuenta con un guión con personalidad y las indicaciones parecen partir de la oficina de los productores más que de la silla del realizador. Captain America: The First Avenger (Joe Johnston), Iron Man 1&2 (Jon Favreau), The Incredible Hulk (Louis Leterrier) o Green Lantern (Martin Campbell) son buenos ejemplos. El hecho de contar con una estrella de repercusión internacional como Chris Evans, Robert Downey Jr., Edward Norton o Ryan Reynolds, minuciosamente arropada bajo el manto de grandes secundarios, debía propiciar esta falta de afecto por la elección de un director mínimamente competente. Y, por último, los autores. Saltos al vacío de personas que manejan presupuestos millonarios con fe ciega en directores cuya visión se presupone diferente al resto. Igualmente, al estar amparados en famosos rostros de Hollywood que arrastran de por si a una legión de seguidores, se podría decir que el riesgo es relativo, calculado. Este grupo lo engloban gente como Joss Whedon y sus The Avengers, Matthew Vaughn y X-Men: First Class, Bryan Singer y X-Men, o James Gunn y la futura Guardians of the Galaxy, entre otros. Sabes que el público va a acudir en masa a las salas por tratarse de adaptaciones de cómics, cuyo merchandising en forma de videojuegos, camisetas o tazas para un café que nunca se bebe, se encuentra en un perenne estado de auge. Por eso mismo, ¿Qué mejor oportunidad qué esa para poner a prueba el talento y la capacidad de innovación de futuros cineastas estrella? Obviamente, hay que contar con contradicciones negativas como Kenneth Branagh y su insulso Thor, una película que parecía estar dirigida por cualquiera menos por el firmante de In the Bleak Midwinter. Toda esta parrafada para decir que la opción de Marc Webb para hacerse cargo de la franquicia de Spiderman después de haber dirigido únicamente una película (la notable 500 Days of Summer), constituía una osada y acertada designación.

Sin embargo, la primera parte de este nuevo reboot no prometía demasiado, sin duda condicionado por la cercanía en el tiempo de la trilogía de Raimi y la ausencia de novedades destacadas respecto a la misma. Diferentes actores, pero un tono algo insípido y cuadriculado para las previsiones iniciales. Es en esta segunda parte cuando Webb parece haberse liberado de presiones y pone toda la carne en el asador. Webb consigue llevar la historia a su terreno, que no es otro que el de la predilección por las relaciones entre personajes antes que la propia acción. No nos engañemos, hay mucha y buena acción, pero su protagonismo es el idóneo. Ni más ni menos. El director de Indiana (EEUU) no pretende salvar la papeleta con una acumulación de explosivos aleatorios. Su mejor baza es su capacidad para describir a los personajes con pequeños detalles, efectuar un tratamiento psicológico de los mismos con respeto y sumo cuidado. Aún sabiendo que lo que tenemos delante nuestro son personajes sacados de una viñeta de cómic, apenas cuesta identificarlos como personas normales. Si, normales. Porque todos y cada uno de ellos guarda para si sus propios problemas y traumas. Todos mantienen una estrecha relación con el dolor y la falta de autoestima. Ninguno tiene un plan grandilocuente como dominar el universo, aunar poder y riquezas o ser un playboy descocado. No. Simplemente quieren encontrar su lugar en el mundo, necesitan ser aceptados por la sociedad, disponer de un entorno propio o, simplemente, algo tan básico como la supervivencia o la aceptación de la dignidad humana. Es la obtención o no de estas metas lo que les motiva a seguir adelante, lo que nos motiva a nosotros, como espectadores, a apreciar y empatizar con ellos. Porque he de suponer que no soy el único que siente lástima y comprensión por Electro y su invisible vida. O por tía May y sus intentos de ser reconocida por Peter como su "verdadera madre". Incluso por un niñato malcriado con la vida resuelta como Harry, cuya ambición máxima es permanecer respirando y no sufrir el trágico destino de su padre. Son personajes "reales" movidos por el dolor, algo que todos podemos identificar en nuestras vidas, en un momento u otro. Por eso mismo los 152 minutos de metraje de esta The Amazing Spiderman 2 no se hacen largos en ningún momento. Son necesarios, porque se requiere tiempo para construir unos sólidos cimientos en las relaciones entre Gwen, Peter, Harry, Electro, tía May y compañía. De hecho, el clímax se construye en base a estos vínculos emocionales siendo la forma un simple medio para experimentar con el fondo y nuestras propias emociones.

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Jlamotta
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7
3 de abril de 2014
151 de 216 usuarios han encontrado esta crítica útil
A primera vista, puede parecer descabellado pensar en Darren Aronofsky como autor de un biopic basado en el personaje bíblico Noé. Su estilo tirando a artificioso, exagerado a veces y tremendamente visual siempre, puede chocar con una historia que quizás reclamaba un poco más de serenidad y calma, incluso reflexión. Pero, repasando la carrera del director estadounidense, tal vez sea una decisión lógica después de todo. Porque el tema central del discurso cinematográfico de Aronofsky es la obsesión, en todas sus vertientes. Pi, fe en el caos y su obsesión por el descubrimiento de lo nuevo. Réquiem por un sueño y su obsesión por las drogas. La fuente de la vida y su obsesión por el amor. El luchador y su obsesión por las segundas oportunidades. Cisne negro y su obsesión por el éxito. En manos de Aronofsky las simples motivaciones del personaje se transforman en psicosis, afectan a su forma de vida modificando por completo su visión del mundo que les rodea. ¿Y qué es la historia de Noé salvo la obstinación de un hombre por cumplir la voluntad de Dios pase lo que pase, caiga quién caiga? Porque ese es uno de los grandes aciertos del director de El luchador, convertir el motor de la historia, el detonante, en el todo y más allá. Nos interesa Noé como persona incluso más que como personaje por su tratamiento cercano, casi documental al mismo. Somos testigos de su progresión, en ningún momento se nos esconden sus defectos ni sus carencias como hombre. No estamos presenciando la historia de un Dios ni de un elegido para la causa, sino la de un hombre temeroso que se agarra a sus creencias con todas sus fuerzas ante la falta de oportunidades y opciones. Es el relato de un hombre y su fe, que llevará hasta las últimas consecuencias. Es la cercanía con el personaje la que nos permite encarar con otros ojos una historia que la mayoría conocemos de memoria, pues incluso en los momentos oscuros la cámara permanece frente a él, radiografiando minuciosamente al monstruo que lentamente va mutando ante nosotros. Y, a pesar de tratarse de un cuento de la Biblia, hay alicientes en ella para los no creyentes pues la película no deja de ser una tremenda historia de amor, de superación personal, del hombre contra los elementos. Sinceramente, no veo motivos para la discusión ni para la polémica que ha generado debido a su contenido religioso. En lo referente a su literalidad o no de la Biblia, sus licencias, su flexibilidad argumental...vamos, se trata de un relato religioso aparecido en el mayor libro de ciencia-ficción de todos los tiempos, al menos en su trascendencia e influencia en la humanidad. La fuente original está poblada de metáforas, parábolas, mitos, leyendas, sinécdoques o fábulas para posibilitar la fácil comprensión de la doctrina cristiana. Por lo tanto, tiene el mismo sentido enfurruñarse porque haya ángeles convertidos en rocas que por la exclusión de Tom Bombadil de la trilogía cinematográfica de El señor de los anillos (incluso tiene más sentido esto último...). Y quién esto escribe es creyente en lo referente a un ente superior, llamémoslo Dios o simplemente fe, pero las sagradas escrituras están repletas de serpientes parlanchinas, mares abiertos o palomas venerables. Es decir, figuras. La exageración es un modo de realzar el relato y, puesto que todo es muy interpretable, no veo lugar para una discusión sobre la exactitud de la película de Aronofsky respecto a literatura.

De hecho, entiendo más las controversias originadas con La última tentación de Cristo de Scorsese o La pasión de Cristo de Mel Gibson. La pasión de Cristo, curiosamente, sigue a rajatabla los pasajes de la Biblia en los que se basa, decidiéndose por mostrar la violencia relatada en todo su esplendor, sin cortapisas, sin apartar la mirada. Obviamente, una versión tan violenta (y excelente, por otra parte), aunque fuera supuestamente respetuosa con el material original, no está bien vista en una sociedad mojigata como la nuestra donde la censura y las restricciones a los videojuegos, el cine o el arte en general son más duras que las sufridas por los verdaderos delincuentes en la vida real. La última tentación de Cristo es directamente una maravillosa salvajada que trasciende cualquier análisis religioso, donde los límites solo los marcan la imaginación y el excepcional talento narrativo de Scorsese y Schrader. Pero, como digo, son casos más radicales de adaptaciones bíblicas. En realidad, lo que más me llama la atención de este ambicioso proyecto es la producción a lo Jerry Bruckheimer que parece estar inspirado en las historias bíblicas de los Simpsons (particularmente en el fragmento de Bart sobre David y Goliat). Por unos instantes, Aronofsky abandona el tratamiento del hombre y transforma al personaje en un héroe de acción made in Hollywood, sin escatimar en una grandiosidad y espectacularidad que se agradece por momentos, pero que resulta excesivamente pomposa en otros debido a una carga épica momentáneamente innecesaria. Ya conocemos los delirios de Aronofsky, un director que elige el exceso antes que la contención. Y, aunque eso le penaliza en ocasiones, también es justo decir que sus transiciones entre escenas son de una gran belleza, dando fe de un soberbio uso de colores extremos y vivos que dotan de una extrañeza visual (para este tipo de producciones) a localizaciones, escenarios e incluso objetos inanimados. Es el toque autoral y personal del director de El cisne negro el que aflora en un montaje de unos tres minutos sobre la creación de la vida en el planeta, dando pie a una verdadera obra de arte que funciona asimismo como sobresaliente cortometraje, apoyada en una majestuosa pieza musical de Clint Mansell. Aunque también es de justicia reconocerle a Russell Crowe su sólida interpretación de Noé, captando sin aparente esfuerzo su debilidad, su grandeza, su caída a los infiernos de la locura y, como no, su humanidad.

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Jlamotta
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8
12 de diciembre de 2013
36 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
Creo recordar que la crítica que realicé sobre The Hobbit:An Unexpected Journey el año pasado comenzaba de la misma forma, pero es necesario recordar quien es cada uno y porqué se escribe como se escribe. Soy un fan incondicional de la obra de Tolkien, la he releído en numerosas ocasiones y la trilogía The Lord of the Rings significó un logro descomunal para cualquier lector de la novela original. Cualquiera que haya tenido la fortuna de adentrarse en la prosa de Tolkien sabrá apreciar mejor que un espectador neutral la dificultad extrema a la que Jackson y su equipo se enfrentaron a la hora de abordar estas adaptaciones. El nivel de detallismo del sudafricano es extremo, sus descripciones inabarcables y su narración vasta. Es muy fácil para el lector imaginarse ese mundo, la Tierra Media, con tanta cantidad de apoyos y explicaciones precisas. La fantasía se hizo ficción y la ficción realidad hace ya doce años, con unos resultados sobresalientes. Pero imaginar es fácil. Lo complicado es crear. Llevarlo a cabo. Ejecutar los planes. De ahí que la labor del director de King Kong, Philippa Boyens, Fran Walsh y Guillermo del Toro sea admirable, brillante, soberbia. Como adaptación, The Hobbit:The Desolation of Smaug es extraordinaria (aunque con las ya típicas licencias como la aparición de Legolas y varios detalles más). Como película independiente, sin tener en cuenta su origen literario, no tengo ni la más remota idea. Sinceramente, no lo sé. Mi visión está condicionada por mi experiencia literaria de la historia y, como tal, estoy mucho más que satisfecho. No puedo quejarme. Y me parece más honesto explicar que mis palabras están supeditadas a esta particularidad que los fans entenderán, que intentar marcarme una crítica universal. Para leer algo así, ajeno a la novela, ninguno de estos párrafos servirán. Esta es una película de fanáticos de Tolkien servida para ser devorada por fanáticos de Tolkien. Jackson, conocedor de que el tiempo de los galardones y laureles pasó para él, es mucho más libre que en The Lord of the Rings, donde aún tenía que conservar minimamente unas formas, una apariencia de película seria quizá. Es aquí, en la saga de The Hobbit cuando se libera de ataduras y hace lo que le viene en gana, ya que el foco de atención recae sobre otros. Se deja llevar alegremente por sus excesos visuales, por su adoración por el gore y por las triquiñuelas en las escenas de acción. Su cameo a los pocos segundos de comenzar el film es revelador. Pasa por delante de la cámara comiendo, nos mira de manera desafiante y sigue su camino sin pararse, como diciendo "hola, soy Peter Jackson y esta es mi película. MI película, justo la que he querido hacer".

Porque el director neozelandés está juguetón, se conoce el material de memoria y se permite el lujo de divertirse a costa del espectador en alguna que otra ocasión. En las batallas contra los orcos las muertes cada vez son más imaginativas, más logradas y pensadas, queriendo ir un poco más allá del género de aventuras y adentrándose por momentos en el de terror-gore. Es cierto que esta película es menos cómica que la anterior, debido a un tratamiento dramático prominente y a la necesidad de ahondar algo más en la relación entre los personajes. El tiempo que se ahorra en presentarlos (no hace falta, pues eso tuvo lugar en la primera parte) lo emplea en la interacción continua entre ellos, explorando de forma más profunda sus personalidades, sus miedos y sus valores. La disposición narrativa de las adaptaciones de Jackson suelen ser similares, comenzando con una cierta calma y dosificación de escenas puntuales de acción para encaminar el relato hacía unos cuarenta o cincuenta minutos de orgasmo audiovisual y emocional. Al no necesitar presentación de personajes como en el anterior film, la relación entre ellos es más fluida y estable, y la incursión de nuevos personajes se produce de manera más suave y natural. De hecho, algunas de las novedades son viejos conocidos y otras, como los encarnados por Evangeline Lilly (Tauriel) o Luke Evans (Bardo) funcionan a las mil maravillas al disponer de su propio tiempo de adaptación a la trama. Quizá es Beorn (Mikael Persbrandt), uno de mis personajes favoritos de la novela, quien más desaprovechado se encuentra. El tratamiento de los enanos ya no se produce de manera grupal, sino individual y eso se nota en pantalla, pues tenemos más opiniones diferentes, más reacciones y la sensación de pertenecer a una auténtica compañía aumenta. Asimismo, presenciamos la increíble evolución de Bilbo, convertido prácticamente en el líder de la expedición. Sin embargo, también podemos intuir un cambio negativo e instintivo en él debido a la carga del Anillo Único. Bilbo llega a ser cruel con tal de proteger a su preciado tesoro, provocando su propia extrañeza. El objeto no solo le proporciona invisibilidad sino que descubre en él un principio de egoísmo y maldad.

Como todas sus predecesoras, esta es una película de movimiento, donde la cámara pocas veces reposa y la apuesta por la actividad es casi una obligación no solo estética sino incluso de guión. No dejan de suceder acontecimientos, no necesariamente todos relacionados con la acción, pues el interior de los protagonistas es explorado de manera consecuente. De esta forma es fácil mantener la atención del espectador e introducirlo en un estado casi permanente de tensión ante la velocidad de los sucesos. El film está planteado de forma que aventura, divertimento y cierto aire dramático vayan de la mano, logrando Jackson su objetivo gracias a la ya habitual división de la trama. Esta segmentación, que afecta no solo a la trama en si sino también a determinados personajes, facilita que el posterior climax final posea un ritmo endiablado y que nuestro interés no se ubique solo en un objetivo.

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Jlamotta
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