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España España · Madrid
Críticas de Deckard
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Críticas 27
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
12 de marzo de 2024
9 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Dune: Parte dos” se estrenó entre febrero y marzo de 2024, y no podemos menos que preguntarnos qué habría pasado con los Oscar si hubiera sido estrenada tan solo dos meses antes, en diciembre de 2023.

Denis Villeneuve es un director y productor canadiense quebequés que nos encogió el corazón en ‘Prisioneros’ y demostró su valía con creces en ‘Sicario’, una película tan cruel como realista. Luego se pasó definitivamente a la ciencia ficción con ‘La llegada’ y su primera nominación de Oscar a mejor director (excelente música de Jóhann Jóhannsson -también en ‘Prisioneros’ y ‘Sicario’- y sobresaliente trabajo de Amy Adams). Le siguió ‘Blade Runner 2049’, que aceptó dirigir tras rechazarlo antes Ridley Scott (quien se arrepintió). Y llegó el proyecto Dune de la productora Warner, de las que se acaba de estrenar la segunda parte (¿de tres?).

Basada en la novela “Dune” (1963-65) y sus cinco secuelas (‘Dune’ significa ‘Duna’ en español), de Franklin Patrick Herbert Jr., un escritor americano coetáneo de Philipp K. Dick, ya la filmó David Lynch en 1984 con escaso éxito. Villeneuve retomó la idea a lo grande, y en 2021 pudimos ver su primer ‘Dune’, una cinta sorprendente envuelta en las arenas desérticas de un árido planeta donde nunca llueve, con unos efectos especiales deslumbrantes, muy creíbles (ojalá Christopher Nolan tomase nota), y una música penetrante de Hans Zimmer que le da la fuerza y justa ambientación (quizá Jóhannsson también lo hubiese hecho bien con esa inspiración de György Ligeti).

‘Dune 1’ fue excelente, y ahora ‘Dune 2’ sigue la misma línea, pero con matices importantes. Si la primera era bastante creíble, dentro de lo que es ciencia ficción, en Dune 2 se introducen más elementos, más actores, una trama más compleja donde además de la religión, las profecías, el amor filial, la política, la economía y el poder en un futuro año 10191 en el desértico planeta Arrakis, se añade el amor entre los dos protagonistas, el joven heredero de la casa de los Atreides, Paul (Timothée Chalamet) y la joven Chani de la tribu de los Fremen (Zendaya).

Como en la primera parte, la continuación nos muestra una ambientación soberbia del desierto, donde la madre de Paul, Lady Jessica (Rebecca Ferguson) jugará un papel determinante como sacerdotisa que reemplazará a la Reverenda Madre del líder Fremen Stilgar (Javier Bardem), si es capaz de sobrevivir tras beber el ‘agua de vida’ que permite ver el pasado y entender el futuro.

Si bien los efectos digitales son espectaculares, con enormes naves espaciales que simulan verdaderas ciudades móviles, resulta sorprendente no ver un solo androide o robot en esta saga, más allá de helicópteros con rotores libélula y enormes máquinas extractoras de la codiciada ‘especia’, ese mineral que subyace en la arena desértica de Arrakis y cuya extracción es causa de la codicia, las intrigas y traiciones de poder, frente al deseo de los originales moradores de la tribu Fremen, invadidos por tropas de otros planetas que, aunque no poseen armas sofisticadas, controlan a los enormes gusanos que habitan bajo las arenas de Arrakis y les sirven tanto de armas destructoras como de transporte rápido colectivo (esto último lo deberían mirar, porque resulta altamente ridículo).

Tras el ataque y la supuesta destrucción de la casa Atreides por la casa de los Harkonnen con la toma del control de Arrakis, bajo la aprobación del Emperador Shaddam IV (Christopher Walken), la madre Lady Jessica (embarazada) y su hijo, el príncipe Paul Atreides, sobreviven y son amparados por la tribu Fremen donde con el tiempo van siendo aceptados. Stilgar, líder de los Fremen, cree en la leyenda del libertador y está convencido de que es Paul, quien da muestras de valor y estrategia en las batallas y promete llevarlos a la victoria.

Paul empieza a ser consciente de sus capacidades y de dónde proceden y, aunque enamorado de Chani, tendrá que decidir en el momento crucial cuál es su prioridad frente a la dificultad de hacer compatible el amor con las obligaciones del líder.

Un aspecto de gran relevancia geopolítica (en un universo de planetas habitables) es la gran similitud de los Fremen con una tribu inspirada en la religión musulmana y la forma de vida de los bereberes en el desierto, sus costumbres en el vestir (incluido el uso del velo y hasta del burka) o en ritos religiosos separando a hombres y mujeres, aunque se distancie de ello en la expresividad sensual. Esto lleva a los espectadores a identificar a ‘los buenos’ con la tribu Fremen (incluyendo a Paul con sus promesas de salvación y liderazgo), por un lado, y a ‘los malos’ con las casas invasoras de Atreides, Harkonnen, etc., cuando, en nuestra realidad actual, estos últimos serían asimilables a los actuales países de la cultura occidental, mientras que los Fremen se acercarían más, por tanto, a los islamistas enemigos de Occidente, proyectando un mensaje de futuro inquietante en el siglo CII.

En las actuaciones, Bardem (Stilgar) no tiene su momento de esplendor como en la primera parte, aunque acumula más minutos. Chalamet (Paul Atreides) se consagra como un actor de carisma, buena interpretación, si bien su físico tan endeble no se presta a tanta contundencia en las luchas cuerpo a cuerpo, aunque disponga de otros poderes. Pero quien está insuperable es Zendaya (la Fremen Chani) absolutamente creíble por su físico y por una interpretación perfecta.

Aun siendo una buena continuación de la primera parte de ‘Dune’, con mejores efectos, sólidas interpretaciones, mayor número de actores y más metraje (sobra mucho en la primera hora y falta al final, donde se apelotonan acontecimientos), no llega a la intensidad enigmática de la primera parte, o quizá ya nos hayamos acostumbrado a la aridez, al calor, los enormes gusanos y los filtros naranja. Tendremos seguramente que esperar hasta 2028 para conocer el desenlace, y vete tú a saber si ganan los buenos o los malos, pues el universo parece estar al revés y hay amenaza nuclear.
Deckard
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7
13 de febrero de 2024
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las cintas del británico-estadounidense Christopher Nolan siempre parecen desafíos, revestidas de una intelectualidad técnica que a veces deja ver falsas costuras de cierta megalomanía, queriendo explicar problemas físicos complejos, como la teoría de la relatividad o la física cuántica. Aunque este atrevimiento, bien logrado desde la ciencia-ficción en películas como ‘Origen’ (‘Inception’) o ‘Interstellar’ (quizá su mejor película), pueda caer en el despropósito como en ‘Tenet’, trabajo de impresionante factura, aunque un lío tal que no encontró respuesta en la taquilla, donde apenas superó los costes.

El guion es del propio Nolan (sin su hermano Jonathan), adaptado de la biografía escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin (‘American Prometheus’) sobre la vida de J. Robert Oppenheimer, el físico teórico que lideró el Proyecto Manhattan para crear las primeras bombas atómicas que fueron arrojadas el 6 y 9 de agosto de 1945 sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.

Las tres horas que dura la película se pueden seguir con atención, incluso con pasión para quienes estén interesados en el tema, pero tantas idas y venidas del presenta al pasado, y vuelta a empezar, convierten el film en bastante mareante. El trabajo de montaje es muy bueno, claro, pero los espectadores pueden llegar a cansarse e incluso perderse. Es por ello que hay que hacer una recomendación importante para quienes quieran saber sobre la vida y la mente de quien lideró el desarrollo de las primeras bombas nucleares: no vayan a ver la película sin haberse informado previamente sobre Robert Oppenheimer, porque con seguridad se perderán en la maraña de “flashbacks” y de detalles historicistas. Para disfrutar de esta película hay que ir a verla empollado sobre el desarrollo de la bomba y de la vida del protagonista.

Oppenheimer ha recibido trece nominaciones, incluyendo las de mejor película, mejor director, mejor guion adaptado, mejor actor protagonista (Cillian Murphy, como Oppenheimer), mejor actor secundario (Robert Downey Jr.) y mejor actriz secundaria (Emily Blunt). El sueco Ludwig Göransson vuelve a ser el responsable de la música, como en Tenet, y también ha sido nominado por su trabajo.

Es de resaltar que entre las nominaciones a los Oscar de Oppenheimer no se encuentre la de efectos especiales, un área donde Nolan ha denigrado varias veces sus películas. En Oppenheimer vuelve a fallar, pues nadie se imagina una explosión nuclear como una explosión de gas (tal como erróneamente se hace en el film). Nolan debería haber tomado nota de la escena de ‘Terminator 2’ (de James Cameron), cuando Linda Hamilton grita en un parque infantil agarrada a una valla.

Oppenheimer tiene como principal virtud su trabajo con los actores y actrices. No hay una sola interpretación que no sea magistral, pues todas son excelentes, dignas de premio y aplauso, pero si hay que resaltar alguna, aparte de la del protagonista Cillian Murphy como Oppenheimer, deben destacarse las de Robert Downey Jr. (como el político y oficial naval Lewis L. Strauss) con un aspecto muy delgado y un excelente trabajo, así como el casi-cameo de Rami Malek (como David L. Hill).

La película perfila al físico teórico estadounidense Robert Oppenheimer y lo que rodeó al desarrollo en Los Álamos de las dos bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y sobre Nagasaki. Las bombas fueron diseñadas por un equipo dirigido por él, luego la grandeza, si es que hubo alguna, no le corresponde exclusivamente a Oppenheimer. Las sospechas de colaboracionismo con los comunistas rusos (probablemente alguno de sus amigos), incluido él mismo, pues los rusos desarrollaron su propia bomba pocos meses después, sus relaciones de pareja y la fuerza que le daba su mujer (encarnada por Emily Blunt), su defenestración final, y los físicos y amigos que le rodearon, componen el trastabillado guion. Afectado por la responsabilidad tras tantas muertes causadas, luchó después por el control de las armas nuclear, lo que le granjeó su defenestración política y de la administración americana.

No se puede pasar por alto el tratamiento ‘dulce’ que la película hace de Albert Einstein, contraria a la imagen real de quien firmó (él solo) la carta que había escrito su colega de origen húngaro Leó Szilárd, y que fue enviada el 2 de agosto de 1939 al presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt. En ella se animaba a desarrollar la bomba atómica antes de que lo hicieran los nazis, de quienes se sabía que lo estaban intentando. Ello fue seguramente el origen del proyecto Manhattan. No sería Roosevelt quien autorizara los lanzamientos sobre Japón, pues murió en abril de 1945, sino que fue su sucesor Harry S. Truman quien tuvo el dudoso honor poco después, en agosto de ese mismo año.

Si hay algo que la película de Oppenheimer omite, aunque se siente como un enorme grito hoy, es toda crítica a los Estados Unidos por haber lanzado las dos bombas atómicas. Tanto Roosevelt como Truman pertenecían al partido demócrata, en una democracia bien establecida, pero a pesar de que la guerra ya estaba decantada en 1945 a favor de los aliados y los japoneses prácticamente derrotados, Estados Unidos quiso hacer una muestra de poder que causó más de 246.000 muertos, la mayoría civiles. Hoy muchos nos preguntamos si esto no fue un acto de genocidio infligido por una democracia occidental que ha quedado impune en la historia.

Si alguien busca sentir lo que el proyecto de Manhattan en Los Álamos y Oppenheimer y su equipo supusieron, estará bien que vea esta película, aunque, si tienen oportunidad, no deje de visitar algún día el Museo de la Paz de Hiroshima donde hay una reproducción de la bomba a escala real y una copia exacta de la carta de Einstein.
Deckard
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7
12 de febrero de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El 10 de marzo de 2024 se repartirán los premios Oscar, tan desprestigiados por la corriente 'woke' que cada vez menos gente les presta atención, como así lo demuestra que el Oscar a mejor película de los últimos tres años cuente con cifras mínimas de espectadores en la historia de estos premios [Nomadland (2021); Coda (2022); y Everything Everywhere All at Once (2023)].

“Los que se quedan” es el título español de la película “The Holdovers”, aunque en inglés parece jugarse con la más empleada palabra de “leftovers” (“las sobras” o “los restos”, en español), pues “holdovers” vendría a reflejar que son restos o remanentes al no quedarles más remedio, retenidos por su propio destino.

Alexander Payne, ya logró cinco nominaciones en 2004 con “Entre copas” (Sideways), incluyendo la mejor película y mejor dirección, aunque solo consiguió el Oscar al mejor guion adaptado. Paul Giamatti tuvo el rol principal en aquella película, pero no obtuvo la nominación por su excelente trabajo que, no obstante, otorgaron a sus compañeros de reparto. Payne lo intenta de nuevo en 2023 con Giamatti en “Los que se quedan”, con sólido guion, alcanzando de nuevo las cinco nominaciones, a mejor película, mejor actor principal, mejor guion original, mejor actriz secundaria (Da'Vine Joy Randolph) y mejor montaje. Payne no ha logrado esta vez la nominación a mejor dirección, como tampoco el excelente trabajo de Dominic Sessa como actor secundario.

La historia se desarrolla en un colegio estadounidense para niños ricos de Nueva Inglaterra (se rodó en el estado de Massachusetts), la Barton Academy, cerca de Boston, donde Paul Hunham (Paul Giamatti) es profesor de Historia Antigua, un hombre honesto y de la vieja escuela, con un ojo vago, que no se deja doblegar por las presiones del director del centro para aprobar al hijo de un senador y, a la vez, importante donante del centro académico. Su personalidad recta e inflexible le depara el odio generalizado de sus alumnos y también de sus compañeros profesores.

Llegan las frías y nevadas Navidades de 1970 y el centro Barton suspende las clases por vacaciones navideñas y fin de año, aunque algunos alumnos no podrán irse porque sus acaudalados padres, o no pueden reunirse con él, o prefieren no hacerlo. Por ello un profesor deberá quedarse de guardia como responsable durante esos días. Si bien esta vez no le correspondía al profesor Hunham, se la juegan y deberá quedarse él, junto con un pequeño grupo de alumnos con sensación de olvidados, aunque muy pronto sólo quedará uno, Angus Tully (Dominic Sessa), un alumno conflictivo a quien su madre le comunica en el último momento que no podrán reunirse, obligándole a quedarse en el colegio durante el periodo navideño.

En Navidad quedarán en Barton solamente la jefa de cocina Mary Lamb (Da'Vine Joy Randolph), de la que sabemos que su hijo de veinte años acaba de morir en Vietnam (estamos en plena guerra); el profesor Paul Hunham y el frustrado e inteligente alumno Angus Tully.

Las imágenes de los nevados alrededores de Barton contrastan con los lúgubres interiores, espartanos dormitorios y limitada cocina del colegio, pues no parecen ser los más acordes para un colegio de niños ricos (se rodó en cinco escuelas de Massachusetts, pero no con gran acierto, al parecer).

Los vivos, simpáticos y malsonantes diálogos iniciales de los estudiantes mientras preparan sus maletas para las vacaciones irán dando paso al cincelado continuo de las personalidades de los tres protagonistas y a la razón de por qué realmente son los que se quedan porque no han podido irse.

El guion va perfilando los personajes y lo que tienen en común. Los tres están marcados por sucesos de su pasado, arrastran una pesada carga y nada parece poder redimirles y superar el rencor, la injusticia o el azar, que la vida les ha deparado.

El momento crucial se presenta y los tres personajes se apoyarán mutuamente en la medida de sus capacidades. Paul no puede traicionar su integridad y en un acto de honestidad, como buen profesor, se sacrificará en favor de su alumno y de un merecido destino. Mary parece haber encontrado en la familia de su hermana un resquicio de esperanza. Paul seguirá su camino, de la única forma que un hombre como él puede hacerlo.

El film está rodado con pulcritud, con muy buena ambientación de exteriores y de época en esos fríos días de 1970-1971, aunque las imágenes en interiores son francamente mejorables. Las actuaciones son todas magníficas (qué envidia de actores cuando se compara…): Paul Giamatti (cuyos ojos están perfectamente en la realidad) puede tener posibilidades para el Oscar a mejor actor y la secundaria Randolph también. Quien también borda su papel es Dominic Sessa, quizá algo talludo para encarnar a un adolescente preuniversitario, aunque muy creíble. El guion de David Hemingson, aun siendo bastante bueno, deja flecos sin cerrar de la personalidad de Paul, como las razones de su aparente o forzada misoginia o sobre su verdadera capacidad intelectual. La sombra de la guerra de Vietnam planea quizá en exceso a través de Mary, como resulta también algo forzada la excesiva afición por el bourbon de los dos protagonistas adultos, o el innecesario ojo vago para dar a Paul un aire menos atrayente (y que en algunas escenas se exagera hasta la ridiculez).
Deckard
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5
12 de junio de 2023
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta sorprendente cómo el sustento de la verdad se puede ocultar o enmascarar hasta el punto de hacerlo invisible, como si los creadores de un éxito fueran siempre los que ponen la cara, los portavoces, y no la verdadera creatividad e ingenio. Esto es lo que no se dice en la película “Air” (Aire) que hace referencia a las famosas zapatillas “Air Jordan” comercializadas por la empresa Nike y que le dieron una gran visibilidad a la marca, aunque el verdadero éxito de las zapatillas le deba al gran jugador de baloncesto Michael Jordan solamente una parte.

La relevancia de las zapatillas Air es mérito del ingeniero aeroespacial americano Marion Franklin Rudy, inventor con más de 250 patentes que murió a los 84 años en California el 13 de diciembre de 2009. Uno de sus mejores inventos fue la tecnología “Air Sole” (Suela de Aire) que Rudy propuso a la -entonces pequeña- empresa Nike para su empleo en zapatillas deportivas, lo que se hizo realidad en 1977 dando lugar a que Nike comercializara sus primeras zapatillas de corredor con acolchado por bolsas de aire (gas insuflado) en las suelas, en 1979, si bien no se emplearía en las zapatillas de baloncesto hasta tres años después, en 1982. Aunque la suela “Air” se había empleado en zapatillas para diversos deportes (atletismo, tenis, baloncesto), su gran éxito no llegaría hasta 1987, diez años después, y tres años después de la firma del contrato de Nike con Jordan en 1984.

Las zapatillas que se ven en la película en la vitrina tras la mesa de trabajo del cofundador de Nike Phil Knight (encarnado por Ben Affleck), fijadas en un tablero, deben ser aquel primer prototipo de “Air” que el propio Knight probó para correr.

Esta historia resulta necesaria para poder entender lo que la película tapa o simplemente ignora, y que lleva a una distorsión importante de la realidad contada, exacerbando la relevancia del marketing por encima de lo que hizo realmente grande a Nike. Al dar su nombre a las zapatillas con las que Michael Jordan se comprometió a ser imagen del producto, no hizo nada más que llamar la atención hacia la tecnología de la suela acolchada con gas que ya llevaba años empleándose por Nike.

Fue ese ingeniero, Frank Rudy, quien inventó las Nike Air. Contrariamente a lo que se puede desprender de la película, el cazatalentos de Nike Sonny Vaccaro (Matt Damon), al captar a Michael Jordan (excelente jugador, sí) cuando éste no era tan famoso, no fue la pieza clave del éxito de Nike; como tampoco lo fue que las Air Jordan llevaran el nombre del jugador, aunque ayudara a fijarse en la marca. Cuando Jordan firmó el contrato con Nike en 1984 (forzando además a obtener una cantidad por cada par vendido -eso sí que fue un pelotazo), ello tuvo un efecto publicitario considerable, pero el verdadero éxito para Nike no llegó hasta 1987, tres años después, cuando Nike utilizó la canción de los Beatles “Revolution” para promocionar sus Air Max, donde eran visibles las bolsas de gas uretano en la suela.

La película producida por los estudios Amazon (entre otros) fue estrenada, por primera vez, simultáneamente en salas, y está dirigida por Ben Affleck, a quien todos consideramos mejor director y guionista que actor. Affleck interpreta también el papel del cofundador y director ejecutivo Phil Knight. Aparte de Matt Damon encarnando al cazatalentos Vaccaro (un trabajo mediocre, sin gracia, parece cansado), están también Jason Bateman como el vicepresidente de marketing Rob Strasser, en un trabajo bastante bueno, así como Chris Tucker como presidente de marketing, aceptable (y al que siempre recordaremos por su extraordinaria y graciosa actuación junto a Jackie Chan en las ‘Hora Punta’).

Pero si hay una interpretación que destaque por encima de todas, ésa es la de Viola Davis como Deloris Jordan, la madre de Michael Jordan, verdadero papel protagonista que Davis borda, y en línea con las actuales tendencias woke del momento: esta mujer fue clave para la firma del contrato en favor de su hijo, y luego conocida mecenas en organizaciones de caridad para la comunidad negra.

La película está bien dirigida, con una fotografía pobre y, aparentemente, un presupuesto bajo si descontamos el abultado caché de los actores. Pero el film adolece de varios fallos o limitaciones. (1º) Aunque ello es opinable, el mayor problema está en el propio guion (de Alex Convery), al dar a entender que la marca Nike no serían hoy nada si no hubiese existido Jordan, lo que, como se ha comentado antes, no es cierto. (2º) El personaje de Michael Jordan casi no aparece, solo es una sombra, una espalda, o un perfil pasando rápido, al margen de las imágenes de televisión de sus partidos reales. ¿Por qué? Quizá Jordan no quería, quizá pidió mucho dinero por los derechos y no lo obtuvo, o quizá la imaginería computarizada para mostrarlo joven en pantalla era muy cara para Amazon hoy. Pero resulta bastante ridículo que un personaje central sea una mera silueta. (3º) El mayor protagonista de las zapatillas Nike Air fueron los ingenieros que crearon y diseñaron sus sucesivos modelos, y la película casi los insulta, relegándolos a un segundo plano humillante. Esto queda patente, quizá a propósito, en la escena en la que el presidente (Affleck), los jefes de marketing (Tucker y Bateman), y el cazatalentos (Damon) se felicitan por cómo ha ido la reunión con la familia Jordan, mientras el ingeniero Peter Moore (M. Maher), que diseñó y bautizó las zapatillas como Air Jordan, allí presente, queda relegado en una esquina de la sala de reuniones, sujetando el prototipo de zapatilla, y lejos de toda felicitación.

La película tiene como título “Air (la historia detrás del logo)”, pero no habla nunca del aire, ni de la tecnología del acolchado con gas, ni de lo que supuso para el deporte y el reconocimiento de una marca. Solo habla de lo listos que son los hombres del marketing y las madres de los genios del baloncesto, aunque ninguno de ellos creó las Nike Air, ni voló con ellas.
Deckard
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8
9 de marzo de 2023
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Martin McDonagh ha puesto la dirección, parte de la producción y el guion de “Almas en pena de Inishering”, obteniendo nominaciones a los Oscar por ellas (incluyendo mejor película), además de las de actor principal, (dos) actores de reparto, actriz de reparto, montaje y banda sonora Nueve. Se echa incluso de menos una nominación a la mejor fotografía.

McDonagh es británico de padres irlandeses, tiene también nacionalidad irlandesa, y seguramente visitó cuando era niño la isla de Inishmore, en la costa oeste irlandesa, cerca de Galway, cuyos acantilados se muestran en el film, aunque fue rodado principalmente en la isla de Achill. La fotografía capta las rocas y grises acantilados, el azul del mar y los variados tonos de las verdes praderas (recuerda ese cuadro de El Greco de ‘vista de Toledo’).

El guion, aparentemente sencillo, aunque sólido y rompiente como un acantilado, describe el distanciamiento abrupto entre dos amigos de siempre de la población rural de la isla (Inisherin), uno Padraic (Colin Farrell) y el otro, Colm (Brendan Gleeson), quien decide terminar un día con la amistad. La historia transcurre entre los meses de marzo y abril de 1923, con una Irlanda recién independizada de Gran Bretaña (1922), mientras se libraba la guerra por la independencia de Irlanda del Norte que, con el apoyo militar de los británicos, lo logró, como todos sabemos. Este hecho se refleja en la película cuando Colm llega a decir “parece que la guerra llega a su fin” (terminó en mayo de 1923), aunque era imposible oír disparos y cañonazos a tanta distancia.

El personaje principal es Padraic, un granjero tranquilo, que vive en la casa (familiar) con su hermana Siobhan (Kerry Condon) a quien parece escapársele la edad de casarse, es culta y busca irse del pequeño mundo sin hacer daño a su hermano. Colm es algo mayor que Padraic, vive en una sencilla y hermosa casa en lo alto de la playa, y le gusta componer música tradicional con su violín aunque no recuerde bien cuál fue el siglo de Mozart. Otro amigo con quien Padraic charla, aparentemente algo retrasado (pero no tanto), es el joven problemático y algo cohibido Dominic (Barry Keoghan) quien se siente atraído por Siobhan (mayor que él) y cuyo padre es el bruto policía del lugar.

Como no puede ser de otra manera en Irlanda y más en una isla, los dos -antes- íntimos amigos (Padraic y Colm) solían quedar en el pub, centro social único para hombres, y también mujeres, donde ambos se veían siempre a partir de las 2:00 pm cada día para tomarse pintas de cerveza (negra), y en ocasiones también güisqui (whisky). Ante la pertinaz determinación de Colm de no hablar más con Padraic, éste primero pensará que es una broma, pero luego irá comprendiendo la profundidad y determinación de la decisión de Colm, decidido a olvidarle y componer una canción.

El guion va describiendo las relaciones entre los personajes y el resto del pueblo, incluida una vieja mujer con un largo palo como una guadaña, mientras la música y la fotografía nos trasladan a ese entorno pastoral, donde los animales son tratados con tanto cariño que incluso Padraic los deja estar en casa, con la queja de su hermana Siobhan. Padraic va entendiendo haber perdido a su amigo Colm, aunque siga sin saber por qué y, en su intento por recuperarlo, los graciosos diálogos de comedia van dando paso paulatinamente al drama en ciernes.

No tenía puestas muchas esperanzas en ver a un Farrell recuperado de adiciones, pero el guion me fue atrapando, simpático y tópico al principio, luego teatralizando cada vez más la tozudez y la indomable (o contumaz) razón irlandesas, donde el tiempo y la realidad ponen a todos en su lugar. McDonagh es conocido por su violencia en trabajos (teatrales) previos, pero aquí ha escrito una historia con cierta sutileza, no exenta de algunas exageraciones, pero que resulta bella, agradable, comprensible, en ocasiones violenta, pero siempre con una cierta justificación para almas en pena. Y es que no debemos confundir lo que es amistad o cariño, con una relación de dependencia enfermiza. (Recuerden aquella canción de Sting en su primer álbum en solitario: “If You Love Somebody Set Them Free”).

Los actores y actrices, todos, hacen interpretaciones memorables, ahí están las nominaciones, destacando la irlandesa Kerry Condon en el papel de la hermana Siobhan. Colin Farrell está francamente bien, en un papel que se ajusta bastante a sus capacidades y Brendan Gleeson, en el indolente Colm, hace dudar de quién es el actor y quién el personaje.

Una gran película a la que hay que ponerle un solo pero: no es posible que en la costa irlandesa en los meses de primavera no se vea llover ni una sola vez. Todo un monumento al turismo irlandés, Sr. McDonagh.
Deckard
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