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Críticas de pablo garcia del pino
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Críticas 47
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
7 de marzo de 2008
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Italia había ofrecido al resto de Europa un naturalismo cinematográfico conmovedor. Y pese a una dura postguerra, la óptica de la supervivencia volvió a gritar al mundo que la vida es bella y merece la pena recomponerla. Bellocchio lo hizo a regañadientes. ¿Había una explicación? "Se necesita mucho pulmón y mucho estómago para no sucumbir al comportamiento lobuno de esta humanidad de la que todos formamos parte, y es necesario volver a respirar ese aire fresco de la verdad más contundente, aunque sea por medio del más terrorífico examen de situaciones, y se viva a merced de la patología humana peor entendida. Marco Bellocchio supo situar su película en la tradición más masoquista de Stroheim y de Buñuel. "Cine de la más sangrante crueldad".
Nos precede un amor incestuoso intuído en la protagonista femenina, efímera y espléndida Paola Pitágora, y más acentuado en el sádico, epiléptico y precoz asesino, Lou Castel. Y una simple y moderada cotidianeidad doméstica y familiar se afianza entre destellos diabólicos. Allí malviven, además de los turbios y sensuales Castel y Pitágora, una madre ciega, un hermano mayor más lúcido y patriarcal, y otro anormal, que sufrirán de forma irreparable la envidia, el rencor, la indiferencia, y una subrepticia lubricidad incestuosa, latente, como ya he dicho, entre los dos protagonistas principales. El joven Bellocchio, parece dejarse recrudecer en el peculiar tormento de cuanto nos está contando. No reniega a la excitación de su miedo, pues se siente incapaz de controlar los extrapolados mecanismos de esa belleza infernal y torturas peculiares que estimulan ciertos masoquismos. "I pugni in tasca" es en sí misma una "conducta", alevosa, un comportamiento, que, aunque no comprendamos y nos duela, también forma parte de los entresijos más enrevesados de los actos humanos, que jamás lograrán conseguir una respuesta concreta a su razón de existir en la tierra.

Lou Castel, iconográfico, sádico e inquisitorial, estuvo superlativo como actor. Un gran descubrimiento de Bellocchio, cuyos vestigios se perdieron para el cine meteóricamente. Pese a ser contemplado con enorme ternura, jamás es absuelto. Sentimos su vértigo, pero no podemos cerrar los ojos a ese hastío mesetario, de trágicos sentimientos aislados que propician todos sus actos criminales. Retorcidas diatribas contra la institución de la familia en general. ¿Sería éste un justo ultimatum firme y lacerante contra la humanidad?: "Somos así, y somos responsables de ser así"

Una pedagogía más exorcizadora de malos presagios, exclamaría: "Proteged a estos niños malos "con las manos en los bolsillos", porque, cuando suena la tormenta ante ellos, ¡nada soportan!"... Sí, porque hay momentos en los que nos merecemos disfrutar de discursos ideológicos muy diferentes a los que tan mal acostumbrados estamos. "I pugni in tasca" es la respuesta más contundente que recuerdo.

¡Todo mi aplauso para este Marco Bellocchio veinteañero! En V.O. please
pablo garcia del pino
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10
22 de febrero de 2008
8 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llegó el día grande de "La fuente de la vida". Su evangelio de talento y penetración, para muchos, resultó oscuro. Pero todos sabemos que cualquier evangelio se nutre de prohibiciones, viejos pecados, rasgamientos de vestiduras, y, finalmente, de total incomprensión. Yo, como Aronofsky, prefiero la caridad contenida en el libro ardiente de la imaginación, de la inteligencia y de la fantasía. Que vacilen los tibios. A mí me encanta la obra evangélica, más arrojada y fascinante, con todo su sabor de buena nueva, que nos lanza Izzi Creo (Rachel Weisz) la protagonista:
"El Libro Maya de la verdad"
Hugh Jackman, magnífico, y Rachel Weisz, fascinante, abordan esta odisea fantástica de un reencuentro cautivador más allá de la muerte, a través del tiempo. El doctor Creo, atravesando el espejo de la realidad, beberá de la savia del árbol legendario capaz de otorgarle la vida eterna en esa Xibalba glorificada por su esposa enferma. Su libro de aventuras Isabelinas en la España de los conquistadores del siglo XVI será así finalizado, tras ese sueño de amor eterno. Dadle la explicación que mejor os complazca, bajo ese cielo como una esponja ardiente de dorados resplandores de estrellas; sentid caridad por ese amor multiplicado más allá del ensueño, en la Xibalba de los Mayas. Ofreceos al sacrificio de la ficción como hace el protagonista, sometiéndose a la voluntad que le impone la muerte y recorriendo todas las sendas que lo lleven hasta ese mitológico árbol de la vida. Mr. Creo acabará depositando una reseca semilla en la tumba de Izzi, tras protagonizar su fantasía y su esperanza de un nuevo reencuentro en Xibalba, una embelesadora búsqueda del sentido de la vida y de la muerte que nos pertenece a todos: ¿no será esta nuestra auténtica igualdad evangélica?... Aronofsky la acata con la mágica obstinación de un dogma.
La música, impresionante y memorable, de Clint Mansell culmina este cuajado de áureas centellas, esa torrencial y espejeante hondonada, aún resplandeciente, de la nebulosa mortecina, con sutil misterio, con un sabor de magnificencia, que, como el guerrero Maya de la historia Isabelina, todos acabamos por creer y aceptar que nos hallamos en presencia del Enviado del Cielo: el Primer Padre; y nos dejamos arrastrar por el oreo de esos jardines crepusculares del Árbol de la vida, y beber de su savia, y elevarnos, en esa culminación explosiva y rutilante de la figura deformada de Hugh Jackman, hasta las galas áuricas de Xibalba, en una nueva muerte como acto de creación y renacimiento. Probablemente no exista aclaración que resumir pueda esta flamante y exuberante propuesta con que Darren Aronofsky trata de hechizarnos. ¡No importa! Yo me reinvento con él, evoluciono con su fantasía, y me coloco en el bando de los que le aplauden. La elección también es vuestra: disfrutad con "La fuente de la vida", u odiadla. Realmente, este film es algo aparte. V.O. obligada.
pablo garcia del pino
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10
12 de enero de 2008
32 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Segunda parte de la trilogía madrileña emprendida por Pedro Olea. Junto con "Tormento" (magnífica) y "La Corea" (incomprendida y olvidada), ¡Pim, pam, pum, fuego! es, sin duda, la mejor. La ambientación es prodigiosa. Una posguerra inmediata a la confrontación civil española. Todo el país rezuma la inmundicia fascista del régimen vencedor e imperante. La desesperación, la miseria, el hambre, y el dolor de un pueblo machacado lacera nuestras arterias. Un "maqui" perseguido, indocumentado, trata, sin conseguirlo, de salvar el franquista muro policial. Una hermosísima pelandusca de varietés trata de protegerlo. Un estraperlista de lujo, adicto a la política imperante, cruel y mezquino hasta la médula, lujurioso como un mandril, apesta y nos produce pesadillas en esa España corrompida y fascista. Olea, puso todo su empeño en conseguir un relato magnífico (¡y a fe que lo consiguió!) entre ese estercolero de odios y amores frustrados. Fernando Fernán Gómez está portentoso: es un trepa maduro, repugnante y mezquino. Toda su inteligencia de vividor consentido y acomodaticio con el nuevo régimen, deja huellas (en el recuerdo interpretativo) de uno de los rostros más cínicos y borrascosos que han presidido nuestro celuloide. Fernán Gómez nos brinda una genial exploración personal de los más recónditos aspectos de la personalidad humana: conocemos su sensual ferocidad, capaz de ser transferida luego a la de un verdadero asesino a sangre fría. Concha Velasco ilumina la pantalla: recupera de nuevo esa identidad de gran actriz (que durante tanto tiempo anduvo buscando), y nos da un curso completo de emoción y sentimiento, de la más certera precisión dialogística en boca de una mujer enamorada, que no puede evitar verse manipulada por el hombre al que odia. ¡La mezcla entre la Velasco y Fernán Gómez es explosiva! Si Olea estuvo a punto alguna vez de ser magistral fue en este melodrama descarnado. Muy aconsejable para las nuevas generaciones de teléfonos móviles en ristre (si llegaran a verla, ¡que lo dudo!) y que imaginan como escenografía única de la existencia este mundillo confortable y pasota en el que han tenido la suerte de nacer. Obra maestra total ¡muy nuestra! Un alarde de puesta en escena.pABLO gARCÍA DEL pINO
pablo garcia del pino
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9
12 de enero de 2008
45 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pedro Olea adapta con perfección una de las mejores novelas de Galdós. Se adentra en ese clima helado de su Madrid deshumanizado por los prejuicios, los amores tristes y la mala suerte, como mosca fatídica que se cierne sobre cada uno de los protagonistas, realzando el peso dramático (la bondad, la soberbia, la envidia) que define a cada uno de ellos. La escenografía galdosiana se halla casi siempre ilustrada por una especie de codificado martirio social que es el que mantiene cierta cohesión entre sus personajes. Olea mueve bien los hilos. La ambientación es magnífica. El reparto más que adecuado. Hay una espléndida galería de secundarios. Francisco Rabal y Javier Escrivá viven a la perfección sus peligrosos encuentros entre el amor desesperado y el envenenamiento con que los azota ese ridículo hilo conductor del honor. Ana Belén preludia su maravillosa Fortunata televisiva. Y aunque más recatada, también acabará escandalizando a ese pacato mundo madrileño del diecinueve, tan beato, puritano y nauseabundo. Pero el mayor peso específico del film recae sobre Concha Velasco. Olea cambia el signo de su carrera por el riquísimo, sobrecargado y odioso papel de Doña Rosalía de Bringas, felicísima en su egocentrismo y maledicencia. Y como hada madrina perversa reparte premios y castigos a tono con esa bajeza ignominiosa de un corazón ruín. Compone la Velasco, con una excelencia apabullante, ese personaje atormentado por la envidia y la alevosía y (caracterizada) nos deleita con esa hermosura perdida, de otro tiempo, ya irrecuperable. Se convierte así en una clara convicta de esa tragedia que conlleva la codicia. Y nuestra Concha, como si Galdós hubiera previsto su existencia futura, nos pone a todos en el disparadero de reconocer que es la auténtica Rosalía Pipaón soñada por el gran escritor. Su inteligencia interpretativa hizo historia en nuestro cine. Fue tan auténtico, tan maravilloso y emocionante su prototípico retrato de cautelosa perversidad, que hasta Marco Bellochio se la llevó a Italia para que lo repitiera en una extraña película suya, hoy olvidada. Concha Velasco nos lega en "Tormento" el más morrocotudo túmulo con que pudo contar la envidia en este mundo. Su interpretación es tan genial que se convierte en majestuosa. ¡Lástima que Olea no se hubiera decidido a rodar con ella esa segunda parte galdosiana, magna e inolvidable, que fue "La de Bringas" Habría sido como para relamerse de gusto. Pablo García del Pino
pablo garcia del pino
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10
12 de enero de 2008
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La osadía de Polanski no tiene límites. Fascina y aterroriza. Se puede permitir el lujo de ir a contracorriente de todas las reglas del juego sistemático impuesto por las cinematografías de los dos grandes continentes: el europeo y el norteamericano. Su cine es un constante road movie con propuestas tan valientes y diferentes, que su comercialidad nunca nos incomoda. Nos lleva de electroshocks a corredores sin retorno (en uno de los cuales ya tuvo su propia y más terrible experiencia personal). Pero la realidad y la ficción no se confunden en su mundo. El cine le redime ante los escándalos que acechan su existencia. "Chinatown" es un panavisionado milagro en color, con el concupiscente y amoral look americano que, en blanco y negro, nos legara, por poner un ejemplo, el gran Howard Hawks. Un nuevo "Sueño eterno", el gran fénix, casi incomprensible y genial, que resurge siempre de sus cenizas, y aún nos electriza. Nicholson nos deleita con su show detectivesco y barriobajero. Nos encantan las intrusiones desesperadas del envejecido y ladino Huston, que encubre la orgía lacrimógena y desmembradora de su familia. Y, por supuesto, la frenética dignidad de una irrepetible y bellísima Faye Dunaway se calza el número justo al reservarnos un clímax final con suspense. El film de Polanski posee todos los apetecibles excesos del género negro que tanto amamos. Puede ser descarnada y angustiosa, y tan amoral como simpática. Una auténtica obra de arte de la década de los 70. Y eso es lo único que cuenta. El tema de Jerry Goldsmith aún me pone los pelos de punta. Pablo García del Pino
pablo garcia del pino
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