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España España · Marte
Críticas de Gort
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Críticas 32
Críticas ordenadas por utilidad
5 centímetros por segundo
Japón2007
6,8
8.238
Animación
8
9 de septiembre de 2012
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya en una cinta anterior Makoto Shinkai trataba la cuestión del lugar de lo posible, o dicho con la expresión de Javier Marías, “del tiempo de lo que no tiene tiempo”, pero en esa otra película se partía de una premisa de ciencia-ficción, y el lugar del que hablamos estaba representado por una lejana e inmensa torre. La obsesión sigue siendo la misma en la cinta que nos ocupa, pero en este caso se evita darle presencia a esa lejanía irreducible. Es un signo de maduración cinematográfica.

¿Qué es lo que la diferencia de muchas otras cintas similares de amores juveniles? Para evitar que un espectador más maduro acabe tachándola de historia de amores imposibles y platónicos propongo verla como una película que no es una historia de amor. En la parte que sigue abajo detallo una serie de puntos que podrían sostener dicha interpretación.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Gort
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5
6 de septiembre de 2008
21 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Despistado en el metro siento un cosquilleo en la nuca. Recuerdo entonces a aquellos que defienden la estrecha relación entre los sentidos del tacto y la vista. Trato de no girarme.
Esperando mi turno en la cola del pan echo un vistazo por el amplio ventanal. Una chica cruza en esos momentos, larga melena, piel morena. Observándola, calibro hasta dónde la vista llega a ser la prolongación del tacto. Matemático.

Ante la pantalla el ojo se siente omnipotente y campa con voracidad. No sabe que es esclavo. Poco importa eso cuando aparece la Stone. Basta con que se demore un plano en su rostro siempre despejado o en la silueta que trasluce un vestido demasiado ceñido para que la mirada los acaricie voluptuosamente.
Un simple cruce de piernas, de ser cierta la teoría apuntada más arriba, urge a la promulgación de una ley que sancione este tipo de miramientos.

Ahora bien, rápidamente recuerdo la otra acepción de la palabra (“respeto, atención y circunspección que se guardan a una persona”), que en todo mirar hay un juicio implícito que suele restar inarticulado: de forma espontánea el reportero de los deportes nos parece un mameluco; la hija de la presentadora del programa de las mañanas, una arribista de ambiciosos labios pintados. Todo ello así de arbitrario –y de cierto.
Es por eso que los más relamidos no tienen excusa posible. Su mirada de contención felina, el esbozo constante de sonrisa que borra sus palabras [Have you ever fucked on cocaine, Nick?], delatan qué esconde bajo su almohadón.

¿Cuál de los dos instintos –querer o saber mirar- se revela como básico?

[Tomo prestados el título y la idea de Javier Marías, ojo cinéfilo y agudísimo].
Gort
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7
14 de enero de 2008
13 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el fondo de la chistera de un buen mago, para que pueda leerla a modo de recordatorio mientras lleva a cabo el clásico truco del conejo, hay colocada una nota que dice: “¡Eres muy feo!”. El artista reconoce la advertencia esbozando levemente una sonrisa, mirando humildemente al suelo y, ¡tachán!, el manido conejito surge del vacío sombrero. El público se asombra, el truco acaba funcionando y todo gracias al oportunismo del recordatorio en la chistera. Y es que, gracias a éste, el mago consigue sortear el mayor escollo que plantea su oficio: incurrir en la ostentación, caer en el vacuo alarde. Estando sobre el escenario, ya sea cuando parte por la mitad a su bella ayudante dentro de la caja mágica o cuando la hace desaparecer sin que veamos una posible escapatoria para ésta, el mago plantea una maravilla, la refutación de las leyes naturales, de los muros de piedra. Consciente de la labilidad de la reacción del espectador ante lo que ve (escepticismo y fascinación casi unidos en un mismo sentimiento), el mago se prohíbe estrictamente acentuar el efecto maravilloso de sus simples juegos de manos, de sus burdos engaños entre bastidores: para el mago la maravilla es natural, se extraña ante las reacciones de asombro y, por supuesto, no se muestra ávido por conseguirlas. Es por esta razón por la que el mago se pone recordatorios en la chistera, por la que muestra una aparente displicencia hacia el espectador, para no sucumbir a la tentación de intentar seducirlo y desviar su atención, para no restarle eficiencia a la ilusión que nos plantea. El mago, en realidad, es un ser taciturno, consciente del frágil equilibrio sobre el que se sostiene su oficio y de la laboriosidad que supone introducir la ilusión en este mundo. Sabiendo esto, podemos entender, entonces, porqué David Copperfield era un mago tan pésimo (lo único que le interesaba era seducir a alguien como la Schiffer), porqué los magos de Cuatro Televisión son tan irritantes (llevan gomina y son impúdicamente jóvenes y atractivos, no se parecen para nada a Tamariz, y sacan la magia a la calle, a la vista de todo el mundo, pregonando a viva voz unicornios, intermitentes palomas e inquietos naipes).

(Sigue a continuación por problemas de espacio).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Gort
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7
5 de noviembre de 2008
15 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llegar a descifrar el origen de la inspiración artística es una de las cuestiones más peliagudas en el análisis de todo proceso creativo. Escapa incluso al autor mismo, quien conoce las intimidades de la gestación de su obra pero no las confunde con su esencia. Siente que algo de lo que hace no le pertenece y que sólo puede ser custodio de ello.

Hablo en especial de la aportación de Anthony Quinn a esta cinta. Bien podría haberse hundido en lecturas de la biografía de Gauguin, empapado de la esencia de sus cuadros con tahitianas, o haber ensayado hasta la extenuación –ante el espejo, en el reducto de su imaginación- cada uno de los gestos que deberá interpretar que lo que acaba manifestándose en su actuación es una suplantación, la interferencia de los ecos de Almotásim –personaje desconocido y perseguido del cuento ‘Acercamiento a Almotásim’, cuyos rasgos se reflejan en los hombres que va encontrando en su búsqueda.

Una risa suena igual que la de algún mayor de nuestra infancia, la mirada de uno de los parientes de nuestra compañera -en una fotografía tomada durante unas vacaciones- destila la melancolía del retrato de un oficial de la Wehrmacht. En los ocho minutos en los que aparece en pantalla vislumbro a aquellos desconocidos que inspiraron al mejicano. Más decisivo aún es que, en esta suerte de juego de espejos cuyo resultado final se da en pantalla, tenga la sensación de estar ante un momento de verdad –ver al pintor francés a través de otros-, ante la revelación del mundo como caja de resonancias.

Aunque indescifrable y absurdo se nos antoja el sentido de nuestro paso por el mundo, como una nota que suena lejanísima aunque reconocible, el simple esfuerzo de tratar de concebirlo hace plausible que alguien, algún día, llegue siquiera a tocarla.

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“Tampoco olvidaré el soliloquio “Rosencrantz habla con el Ángel”, en el que un prestamista londinense del siglo XVI vanamente trata, al morir, de vindicar sus culpas, sin sospechar que la secreta justificación de su vida es haber inspirado a uno de sus clientes (que lo ha visto una sola vez y a quien no recuerda) el carácter de Shylock.”

“Deutsches Requiem”, Borges.

“Si he sido duro es porque tenía que serlo. No era tanto el mal que inflingía como el bien que podía suscitar: la atenuación de toda urgencia para los más desesperados, la atemperación de los impulsos más codiciosos. […]
No insistas, no recuerdo al muchacho del que me hablas, para mí eran todos iguales. Cuando me venían a ver con sus rostros blanquecinos y venosos marcados por la culebra de la inquietud, me aferraba con fuerza al bastón. Cada vez que lo rompía, subía los intereses. […]
¡Y me llamaron avaro! ¡Un mundo menos tumultuoso es lo que se ha conseguido gracias a mí!”

“Rosencrantz habla con el Ángel”, David Jerusalem.
Gort
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4
20 de diciembre de 2007
14 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo aquel que se adentra en el oficio de payaso acaba aprendiendo y asumiendo, ya sea después de dominar la broma de la flor que echa agua, estando apretujado por los otros compañeros payasos mientras ensaya el truco del seiscientos atestado o mientras descifra el ‘tempo’ del truco del beso a la escurridiza nutria Daría, una regla de oro que jura no violar nunca: no actuar, jamás, ante conocidos. Y no se debe esta imposición a un posible avergonzamiento de su oficio sino a una razón meramente de eficiencia. En algún momento de su aprendizaje el payaso ha tomado consciencia de una peculiaridad de la percepción humana: aquellos que le conocen son incapaces de percibirle como payaso, sólo ven a Mariano horrendamente maquillado, con zapatones y haciendo malabares. Mientras el espectador corriente toma parte del juego que le plantea ese ser a veces estruendoso a veces melancólico, algo obstruye la percepción normal del cuñado de Mariano, incapaz de participar del contexto de sentido que significa la irrupción del payaso. Así pues, el payaso, consciente de la precariedad de su sortilegio, se guarda muy mucho de revelar su oficio a nadie (normalmente se hacen pasar por directores de hotel) ya que, a pesar de su nariz roja y de su flor mustia en el ojal, son seres muy orgullosos, y una carcajada, una lágrima, les parecen valiosísimas.

Un personaje de ficción es, en este sentido, igual que un payaso. Cuando vemos una película sabemos que el protagonista, por mucho que le aceche el peligro, no se va a morir de verdad, sólo en un sentido figurado, que por mucha hambre que pase, le darán después un bocadillo, en su ‘jacuzzi’ y rodeado de mujeres. Es por esta razón que cuando se firmó el contrato entre el espectador y el cineasta la primera cláusula que se redactó fue la llamada de la suspensión de la realidad, es decir, que el espectador se comprometía a hacer un acto de credulidad y el cineasta, por su parte, se comprometía a reforzarlo y nunca a sabotearlo.
Me dijeron que en esta película salía el capitán Alatriste. No lo vi por ningún lado. Lo que vi fue a un caballero muy apuesto que se manejaba muy bien con la espada, una sucesión de cuadros muy bonitos y la lista de los actores nacionales más populares.

(Sigue abajo por problemas de espacio).
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Gort
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