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Rusia Rusia · Stalingrado
Críticas de Ferdydurke
Críticas 2.753
Críticas ordenadas por utilidad
3
14 de noviembre de 2021
3 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
En principio enemigos del socialismo. Entre la serie The Americans y la película argentina Kamchatka.
Muy floja, muy floja, apenas tiene nada, una muy larga suma de trampas de guion, un suspense constante y artificialmente creado, una intriga de chichinabo, una música o banda sonora invasiva y omnipresente, unos villanos de medio pelo, el mal aquí no pasa de obvia caricatura, y unos buenos de postal, todo blando e inofensivo y peliculero en el más débil y acomodaticio sentido, como si fuera una peli de yanquis salvando el mundo, para niños, de marcianos, una invasión alienígena y la resistencia familar, ah, claro, y que siempre se vive mejor en el oeste, con la Merkel o el que cojones fuera o estuviera allí en ese preciso momento, no con Honecker, por el amor de dios, dónde va a parar la siniestra comparación, con los rojos perversos asolando al ciudadano medio ni hablar, tanto terror.
La broma. El manitas.
Es una película vaciada, no tiene alma, es solo fachada, reflejo opaco, carcasa y carcoma, sin peso, por eso algo vuelan estos simpáticos elementos, porque no tienen ni sangre ni huesos, fantasmas en la niebla, no humanos, bruma, agua de nube, cometas en el cielo, rocío mañanero, frío y tentetieso, silencio.
También recuerda algo a Homeland, está muy influida, de hecho, por las series modernas, o a la peli Good Bye, Lenin!, aunque el argumento sea casi el opuesto, o a Super 8 de Abrams, incluso, ya puestos, a Stranger Things, que el señor me perdone por ello.
Se parte de la premisa descarada del bien y el mal perfectamente alineados a un lado y otro de la frontera, eso no se cuestiona, palabra sagrada, ni se expone el tema o sobre ello mínimamente se reflexiona, se da por descontado y por supuesto, para qué perder el tiempo analizando algo tan claro, fundamentalismo democrático, nosotros siempre estamos o pertenecemos en/al lado bueno de la historia, el único realmente posible, el error y el horror es propiedad siempre de los otros, de ellos, esa suerte que tenemos o nos contempla desde el mismo día en que nacemos en el mejor de los mundos posibles conocidos hasta la fecha por el que ahora con tanto amor os escribe, pisando la dudosa luz del día, si lo dicen todos los expertos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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3
27 de octubre de 2017
3 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
W. F. Gerald o Gerald W. F. son los dos seudónimos (en realidad tiene muchos más, Gerald Durrell, Gerardo Iglesias y un largo etcétera) de un desconocido escritor (muy probablemente Thomas Pynchon) que aquí, en esta obra, se turnan (la completa caterva de escribidores a sueldo, de negros interfectos, de hombres de paja, de susodichos y puestos por el ayuntamiento) para hacer sucesiva, alternativa y simultáneamente de personaje y narrador. Son todos ellos los portadores de la voz en off. Crean la historia mientras la viven o puede ser que incluso mejor un poco al revés. En muchos de los casos son producto de la imaginación y, a la vez, la proteica verdad, puro invento o cruel realidad, según el momento y el espacio de su mismidad.
Todo lo cual nos lleva a hacernos interesantes preguntas sobre la sustancia escurridiza del mundo y de Dios. Del eterno creador y de todo aquel que se estruja el cerebro para ser, aunque solo sea por un fugaz instante, un aciago demiurgo o un artista iluminador.
¿Somos materia, polvo, retales de sueños, ilusiones de un oficinista checo o restos sucios de un alfarero chino? ¿Neoyorquinos, croatas, judíos o editores del mundo libre y de un montón de jodidos libros? ¿Amantes bandidos, perdidos, anhelantes y difusos, iniciadores de jóvenes seres nimios y etéreos?
¿Importa algo?
No.
Blanda inercia de palabras fofas e ingenios bobos nos arrullan la siesta en oídos huecos tras dictados sordos. Si yo soy el primo de tu desgracia y tú eres la hija de mi madre, qué hacemos con nuestros miedos y deseos enredados bajo las sábanas de libros viejos. Yo te quiero y no te cuento, tú ya te vas al puerto. ¿Será tu padre el hijo del cemento y tu madre la reina del desconcierto?
Eso. Justo.
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Ferdydurke
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2
29 de noviembre de 2016
13 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Inspirada en hechos reales y Mark Wahlberg. Dos malas noticias seguidas. Es seguro que habrá fantasía mala (el espectador no puede rechistar, eso pasó tal que así y usted a callar) y un héroe yanqui partiendo mucho la pana.
El Mark es majete y cumplidor, pero no pasa de remedo o aprendiz de titanes en lo suyo del calibre de Denzel o Tom. Y sus películas suelen ser morcillas en serie. De nivel medio bajo la mayoría. De mamporros en cadena y tantas enormidades y tremendas como e gavilanes humanas pasiones de superación y de poder voluntad. O de dramas con pretendidos recovecos. De tipo gris que en el fondo es grandioso como pocos. Es un todoterreno, un Tom Hanks, sí, también, de segunda, ese actor con el que en teoría se puede identificar todo el mundo (todos somos héroes por descubrir, esperando la ocasión para sacar a la luz todo nuestro inmenso poder), de apariencia vulgar y aire trivial. El ciudadano perfecto, el que daría la vida por cada uno de nosotros sin dudarlo un momento, para qué, porque sí, porque puede, por su inquebrantable fuerza moral e insuperable valor. Además, en este caso, con una calma oriental, una inteligencia (la esperanza no es buena táctica) y un dominio de la situación que donde los demás ven peligro, a vida o muerte, él lo siente como excursión de fin de semana; una rutinaria visita al mal que hace tanto tiempo que tiene bajo su bota. Terminator, Jesucristo y Buda, ahí le anda, esos serían sus camaradas o compañeros de armas, colegas, camaradas de guerra y parranda.
El caso que nos ocupa es "Tiburón" pasado por la trituradora de "Destino final" 1,2,3,4,5... Maaaaambo. Monstruo al acecho (da igual animal imperial, tecnológico petrolífero que extraterrestre abismal), gerifaltes necios, avariciosos y desalmados, algunos hombres buenos y un semidios de alma grande que se ven envueltos, todos ellos, al unísono, en gran descalzaperros, en desgracia de marca mayor por la irrupción de un azar negro y caprichoso (un tornillo que se cae, una chispa que salta, un oleoducto sobreexplotado por mercaderes sin escrúpulos que se acaba lógicamente enfadando, un pelo en mal sitio...) y que observan espantados como se vienen abajo todos sus sueños y alegrías y el mundo se vuelve un lugar cruel y asesino.
A su favor: la catástrofe como espectáculo siempre entretiene, cuanto mayor sea y más fallera resulte, el espectador más que gozará; el previsible in crescendo desastroso; el gracioso intento de darle credibilidad técnica a los entresijos del oficio y el Malkovich que siempre mejora lo que toca, un actor que no se parece a ninguno otro (lo opuesto a la extrema y agradable mediocridad del Wahlberg), de tendencia bufonesca y carnavalera y que justo por eso le suelen dar los personajes más atractivos, cachondos o mamarrachos.
En su contra todo lo demás que es mucho, demasiado. Lo principal, increíble pero cierto, denunciable además por ser tan increíblemente reiterativo (casi que parece que se lo ponen en el contrato a todos los guionistas que en le mundo han sido), es lo de la parienta y la niña, que Dios les perdone por habernos vuelto a enjaretar esa postal que deben creer imprescindible en estos casos (que digo yo que por qué no un cambio del modelo habitual, es decir, qué pasaría si en vez de ser el Wahlberg hermoso el que se va ganar el pan mientras ella le espera como Penélope a Ulises -tantos siglos después seguimos en el mismo punto, ni avanzamos ni retrocedemos en estos malhadados casos-, con la cama caliente y el hogar limpio, fuera él quien se quedara cuidando la niña y ocupándose de las tareas del hogar y ella en cambio se dedicara a salvar el mundo o, sigamos tirando de la manta/imaginación, si Wahlberg fuera gay y su maridito un hispano estupendo y tuvieran un niño chino adoptado o si..., ya sé que esta es una historia muy real y que aquí no estamos para hacer miserable política o cutre demagogia ni mucho menos comedia, pero la novedad siempre viene bien cuando la norma es tan abusiva, cansina y ridículamente conservadora; mezcla de ñoñería, tontería, falacia y cursilería que aburre hasta al más pintado). En segundo lugar, y no por ello menos grave, tenemos una cámara con el baile de San Vito que la condenada no nos deja ver un pijo. Si para lo único bueno que tienes, que son las imágenes de la tragedia y la supervivencia desaforada, no nos lo muestras apenas, pues imagínate amigo y sufrido espectador cómo está el coso. Ya digo, cámara bailadora y montaje estupefaciente. Se pasan una hora preparando el gran acontecimiento y cuando llega, se queda en nada, tres fuegos y dos sustos, pura birria y grosero timo. Y la grotesca desproporción, otro cliché arrasado de tanto usarlo, entre la alegría familiar paradisíaca o la camaradería laboral guasona y lo que se les viene encima.
Película tan plana, convencional y obvia que asusta y hasta molesta por su falta total de talento, riesgo y verdad. Trillado, chato y descorazonador producto lleno de fuegos artificiales y tópicos indestructibles.
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Ferdydurke
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2
22 de diciembre de 2017
12 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Odian a los niños, y a los adolescentes, y a los padres, y a los profesores.
Odian a los perros, a los amigos, a los compañeros.
Odian a los hombres y las mujeres; las escuelas, los negros, los blancos, los orientales.
Odian con desenfreno y desesperación todo lo dado. Odian al hacedor y a su entera creación.
Odian con pasión, a muerte. A lo grande.
Odian con saña. Odian la vida entera. Con todo dentro. Sin distingos ni barreras. Hasta el último átomo lo odian.
Por odiar, odian hasta el aire que respiran. Odian hasta la propia muerte que les daría descanso, que les quitaría el objeto de su odio. Odian tanto que se quedan con el verbo.
Si por ellos fuera, si pudieran, odiarían tanto que hasta la palabra odio borrarían. Y después odiarían el silencio, la nada, el antes del tiempo.
Si pudieran, destruirían todas las eras y sucesos con tal de que solo hubiera habido odio. Desde el principio. Solo. Desde siempre. Odio.
Y eso no es lo peor. Lo peor es el reflejo que nos devuelven. Lo que piensan de nosotros. De su público potencial (e impotencial: sus productos copan el mercado como si fueran corsarios, no dejan lugar al resto, a menos salas, más engendros de su imperio).
Como ellos solo viven para el odio, creen, por pura lógica y observación, por añadidura diría, que nosotros todavía más, que nosotros detestamos con más fuerza incluso, con más ahínco, de forma más tétrica y bruta. A las pruebas me remito.
Piensan que seríamos capaces de cualquier cosa con tal de que nos ofrezcan un embuste que se presente como la vida y que no tenga nada que ver con ella.
Que aceptaremos lo que sea. Lo daremos por correcto, que pagaremos, reiremos y lloraremos. Que daremos el visto bueno y callaremos.
Que aunque asesinen a sangre fría todo lo que conocemos, esa vida que padecemos o disfrutamos cada día, aplaudiremos igualmente, aunque después de cometer el crimen nefando, profanen el cadáver y lo desmonten, troceen, pisen, deformen, insulten y humillen.
Que todo nos parecerá bien porque estamos dispuestos a lo que sea para escapar, aunque solo sea por dos horas, de lo que sabemos que es la vida, de su implacable funcionamiento.
Se odian a sí mismos. Y creen que nosotros también. Que no soportamos la verdad, nada que se parezca mínimamente a la conocida realidad, a nuestros deseos y aspiraciones, a nuestra conducta y movimientos.
Si no, no se entiende esta cosa, esta suma de desafueros, lo que les han hecho a estos personajes, cómo les han convertido en títeres, cómo los han violentado hasta hacerles hablar como robots y comportarse como marcianos; desfigurados, deslavazados, imágenes distorsionadas, muy lejanas, irreconocibles, de las figuras que supuestamente representan.
Vemos a niños que utilizan palabras como farsante y expresiones como me haces sentir culpable con toda la naturalidad del mundo. Como si fueran adultos artificiales y relamidos.
Observamos continuas puñaladas traperas en forma de giros de guion imposibles, ridículos.
Sufrimos constantes subrayados, de un evidente, torticero y grueso que ofenden.
Como si todo fuera sobreactuado, como si la vida en realidad no se cociera de fondo, en las sombras, en lo que no se dice, en lo que nunca se nombra.
Baste decir que palabras como sensiblería, ñoñería, buenismo o cursilería son aquí solo chucherías.
O que aparecen novios y amigos caídos del cielo. O que todos son en el fondo hermosos y buenos. Perfectos a pesar de sus muchos lloros y destrozos.
Es una oda al odio.
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Ferdydurke
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1
20 de noviembre de 2016
11 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
O sí. Quizás volvamos a tropezar una vez más con la misma puta piedra.
Qué cruz. No está pagado. Qué dura vida lleva un espectador de cine, ni los galeotes de la antigüedad, ni en el infierno de Dante o en el palacio de justicia (español).
No solo no te desasnan a mansalva y a la fuerza o, más finamente, ilustran, ni siquiera te enseñan un poco o te iluminan esa cueva oscura en la que vives, qué va, no se conforman con abandonarte a tu suerte ignorante, además se empeñan, los muy puñeteros o cabrones, en aleccionarte día y noche como a borrego sin remedio, que ni tuvieras cinco años o fueras medio lelo.
Y, para colmo, ya no respetamos ni a los muertos ni a las más sagradas letras, ni a las glorias del pasado ni la historia. Todo les vale para tratar de amueblarte la cabeza de una vez por todas, a toda costa, moldearte las ideas o dirigirte el pensamiento por el camino correcto.
Pobre Unamuno, el bendito que se creía ya tranquilo, vetusta figura santificada y a descansar, en paz, olvidado por la inmensa mayoría y feliz en su descanso eterno. Y no. Otra vez al ruedo, al púlpito y al panfleto. Si lo sabe, resucita y no perdona a nadie. Se iban a enterar estos mastuerzos.
En este caso uno creía que le iban a contar las andanzas del bueno de don Miguel por Fuerteventura, esos meses que pasó exiliado por sus opiniones, siempre revoltosas, contra la dictadura de Primo de Rivera. Pensaba que nos iban a descubrir nuevas noticias o sucedidos reveladores, por lo menos alguna gracia, curiosidad o anécdota.
Y volvemos al no. Casi siempre no. Gana demasiadas veces la partida.
Nos encontramos con una especie de western pobretón, básico. Uno de esos que hacía como churros el gran Randolph Scott, aquellos en los que llegaba a una ciudad perdida y ponía todo patas arriba, faro moral en la tempestad de la corrupción, luz en la oscuridad. A Miguel le faltaron las pistolas y el whisky. O quizás algo más cercano, como un capítulo de esas series que gustaron tanto en su día, "Autopista hacia el cielo", "El equipo A", "El coche fantástico" y muchas más; tramas sencillas en las que uno o varios héroes restablecían el orden y traían de vuelta el bien a pequeñas comunidades asoladas por malvados, tantos caciques y cobardes.
Un gerifalte muy villanesco, pobre gente acojonada y/o explotada, una mujer en apuros, una niña inocente, un hombre débil pero bueno, un cura dubitativo y un poco perdido y nuestro titán que guía a todos hacia el bien y la verdad, camino de santidad.
Mezcla de Quijote (sin su humor ni su hondura) como incansable desfacedor de entuertos, Gandhi (pero más de andar por casa), el de la revolución pacífica, Mary Poppins (masculinizada, apropiación cultural y de género) y su mano izquierda con los niños, el Che Guevara (menos guapo) y su conciencia social, el Santo Job (sin tanta paciencia) y su reciadumbre, y un monje shaolín por su mucha templanza y gran control.
Maestro moral, superhéroe de la natación*, pensador rocoso, hombre casto, salomónico, justiciero, valeroso, amoroso...
Bueno, estaba sorprendido, un poco aburrido, pero no demasiado ofendido (uno tiene un gran corazón y comprende siempre). El espectáculo era pueril, naíf, un tanto ridículo y bastante bonachón; como de Disney, irritantemente amable, desquiciadamente pacato. Pero se salvaba por la isla en cuestión, bella a su manera desértica y salvaje, por algún actor (él, José Luis Gómez, está bien) y por las, se suponía, buenas, aunque muy rudimentarias y simples, intenciones.
Pero había un, o varios apelotonados más bien, final (ya apuntado al principio, la pescadilla que se muerde la cola) esperando agazapado a la vuelta traicionera de la esquina. Ridículo y rimbombante. Meloso, poético-siniestro y cuchufletero para más señas.
Vayamos al spoiler (por falta de espacio irá en este lugar) y terminemos la faena como Dios manda, como los hombres buenos y santos suelen hacer.
* Esa fue una señal definitiva de la bestia que no quise ver, los ojos me tapé, esa escena de risa en la que se tira al mar cual delfín y, tras chapuzón inopinado, salva a la damisela en apuros ("esa enamorada" existió y le visitó, aunque parece que acompañada de su hija). Otra muy clara se dio en la despedida de la niña, como si estuviésemos en "Raíces profundas" o "El jinete pálido", cuando le grita que por favor vuelva, que nunca se vaya.
De entre todos los acontecimientos de su vida, escogen uno de sus grandes hits, el famoso encontronazo con Millán Astray en plena debacle nacional o, citándole mejor, "suicidio colectivo" y "guerra incivil".
Y esa imposible relación (como si fueran causa y efecto y no hubiera habido por medio millones de vaivenes en la vida del protagonista y también escritos abigarrados, vigorosos y a veces contradictorios que dieron muestra de sus idas y venidas intelectuales y políticas) entre los meses de exilio isleño y el famoso incidente se articula a través de la niña ya crecida, eso parece, como conciencia del ya muy cansado, moriría ese mismo año, Unamuno.
Y la forma es burda, simplificadora, estrepitosa y chusca. Una representación grosera de hechos espantosos.
No es que ese final salmantino no sucediera más o menos (hay varias versiones que coinciden en lo fundamental y difieren sobre todo en el adorno) parecido a cómo se muestra, que sí, que pasó, lo malo es su truhanesca utilización, como si la trayectoria de Unamuno, de una infinita complejidad, tuviese que reducirse a ese momento, como si su estancia en Fuerteventura tuviese algo que ver más allá de la obvia "manía" de meterse en problemas que tenía Miguel. Es decir, que se demuestra finalmente que nada les importaba en verdad la figura de Unamuno ni había interés real por su vida isleña, nada más que como excusa o trampolín para convertirlo en una especie de fantoche que tiene mucho más que ver con ideas actuales tan planas de ciertos grupos que con lo que él fue, pensó o escribió en realidad.
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