La pintura y el cine se combinan en este largo metraje donde el tiempo se extiende, la paciencia premia, la observación atenta estimula, la reflexión aparece y la concentración se sugiere. Cada escena tiene la misma duración, y no distan mucho la una de la otra en cuanto a su provocación o naturaleza. La consideración puede resultar muy personal al momento de comentar este documental meditativo, tanto así que su completa visualización es un reto para el espectador. Simpleza y complejidad en el mismo lugar, con el sello del iraní. Una inestimable obra artística de uno de los directores más ambiguos del último tiempo.

Nunca es tarde para vivir otra vida dentro de la misma. Suena a paradoja pero se entiende la premisa al ver esta cinta paraguaya, que asoma en el panorama del cine latinoamericano de realidad cotidiana, y donde este país apenas empieza a hacer presencia. Cuando el dinero no llena ni soluciona los vacíos, los pequeños giros que pueda tomar la vida se vuelven pretexto y excusa para buscar salida y buscar llenarlos. La mujer, por naturaleza más sensible, puede ser más receptiva a esos guiños que representen cambios, y que en muchos casos vienen acompañados con nombres propios.

La película, enteramente femenina, sabe desnudar la escencia de su protagonista poco a poco y progresivamente hasta convertirla en lo que ella quiere ser, y hacer. La potencia actoral de cada personaje, todas mujeres, le imprimen a la cinta carácter y convicción, aunque su ritmo narrativo fluya lento y reflexivo, y lo curioso de todo esto es que la cinta es dirigida por un hombre. Grata sorpresa del cine paraguayo para compartir en este espacio. Véanla, al ritmo de cada quien.

El tridente argentino, con los hermanos Duprat, y Mariano Cohn ahora como productor, regresan al panorama de ficción con una película igual de entretenida que sus anteriores, y de nuevo plantean su trama entorno al arte; un lugar común en su filmografía, y donde pareciera se sienten más cómodos. El humor negro sigue siendo pieza clave en el engranaje de la historias de estos argentinos, que al igual que en su primera obra El Artista (2008), proponen una estafa, mucho más compacta y sagaz por todos los pequeños giros que ofrece.

La solidez actoral de dos grandes como Brandoni y Francella, más la discrepancia de sus posturas, benefician y amenizan una trama que por momentos pareciera caer en su desarrollo, pero que sabe resurgir y reinventarse de la mano de un guion fino y colmado de pequeños detalles. Así mismo, este par de personajes saben sobreponerse tras cada revés, sacan provecho de su experticia y olfato para sortear la vida en una sociedad que se debate entre moralista y pecaminosa. Y es esa reflexión ética sobre la amistad, el arte y el dinero, lo que cruza transversalmente a los personajes y la historia, y que se esconde detrás de una intrépida película que se recordará con una sonrisa cómplice.

Regresar a casa, volver al lugar de infancia, con otros ojos y una conciencia expandida, será el punto de partida de una historia intimista y brutalmente honesta que nos hace cómplices de los infortunios de su protagonista.

Los tropiezos de Sinan, un joven que regresa a su pueblo después de finalizar sus estudios, irán construyendo, lentamente, una serie de aprendizajes fundados en la paciencia y la aceptación. La mayor fuerza dramática de la cinta se establece en la relación del naciente escritor con su padre, a quien más ataca y reprocha. Esa rebeldía de un joven que explora y deambula entre lo más recóndito de su pueblo y cercanías, se desvanece con el trasegar del camino, y en lo más profundo de sus miedos, a medida que va encontrando respuestas a sus inquietudes. Y con cada lección aprendida se va forjando una madurez que lo sitúa más cerca de sus raíces.

Es una película que resulta difícil de ver para espectadores impacientes, pero que guarda una potente sencillez en su desarrollo, y que de la mano de un guion repleto de simbolismos, y de unas exquisitas y largas conversaciones, explora filosóficamente diversos temas, y propone una mirada sabia y sensata de la madurez.

El estilo narrativo de We The Animals dicta una manera particular de conectar y transmitir su alegría - efímera - y su dolor. Con trazos firmes y sentidos, se dibuja una historia más fuerte de lo que aparente, con un tono agradable, digerible y disfrutable. Transcurre con tal ritmo que pareciera ser más corta de lo que es, y la sensación que deja es refrescante.

El sabor latino a través de de la música, sumados al entorno natural de sus escenarios, se conjugan para dar sabor a una pieza que mezcla muy bien la fantasía y la realidad. Además de encontrar en la técnica de animación una potente herramienta para ayudar a narrar mejor el acontecer. Es entonces uno de esos ejemplos donde prima la forma sobre el contenido, aunque estos encuentran su balance.

De un verano acalorado, ferviente y agitado, de pocas prendas y ante la desnudez de los sentimientos y la realidad de la familia pasamos a un invierno de intromisión y dolor, de dudas y temores. Un drama revelador y muy potente en su forma y fondo, con estupendas actuaciones y un ritmo cautivador.