Obra de culto y, como tal, hay que saber apreciar el encanto y valía. Como película de terror, no provoca mucho miedo, es algo predecible y sus efectos especiales son tan artificiosos que impiden que consideremos creíbles lo que estamos viendo. Sin embargo, la película nos conquista por sus bajos recursos, por sus jugueteos con la comedia, esos planos curiosos y una premisa deliciosas, cuatro jóvenes que se hospedan en una vieja cabaña infestada por demonios. Sam Raimi hizo su gran debut con Posesión Infernal y se ganó la admiración de un publico muy determinado, el devorador de películas de terror, que no hace ascos al gore y que sabe deleitarse con ese terror casposo a la par que adorable que los ochenta nos dejó como legado.

Precipitada cuarta entrega, resultona, pero con aspectos por pulir o mejorar. Tras el esperanzador éxito de la tercera entrega, la productora no quiso esperar mucho para volver a traer a Freddy a los cines. Esa rapidez se refleja en un resultado mediocre en el que, curiosamente, se contrasta con algunos aspectos positivos que incorporar a la saga. Esta parte, nos da a conocer el personaje de Alice, relevante no sólo en esta entrega y a la altura del personaje de Nancy, protagonista de la primera y tercera entrega.
Otro acierto a destacar es el tratamiento visual de las escenas de las pesadillas, dotando de elementos diferentes y perturbadores que nos hace saber cuándo lo onírico entra en escena. La película reúne muertes y sustos convincentes, pero que lamentablemente se entremezclan con otras muertes y apariciones de Freddy de las más vergonzosas de la saga. Un curioso contraste que nos deja una sensación agridulce.
Como dato curioso, es la entrega que más recaudación hizo en taquilla.

Bette Davis y Joan Crawford, dos auténticas divas del cine clásico, se odiaban a muerte, una monstruosa rivalidad, celos profesionales y poco respeto que vinieron genial para trasladarlo al celuloide en esta historia sobre estas dos hermanas, antiguas viejas glorias de Hollywood, que viven juntas y cuyo recelo crece sin límites, así como el rencor y la envidia. Una sátira sobre el efímero mundo del estrellato cuando los focos se apagan... terror psicológico, influenciado con el reciente éxito de "Psicosis" (estrenada, dos años antes) y con magistrales interpretaciones del viejo y añorado cine de entonces...

"Salvando las distancias" se aleja del arquetipo de comedia romántica para mostrarnos los pormenores de una relación a distancia, sabiendo poner humor a las complicaciones que ello conlleva y romanticismo a las situaciones que la alejan de una romance común. Sus protagonistas, Drew Barrymore y Justin Long, se muestran con soltura y consiguiendo una química más que creíble. Con secundarios como Christina Applegate y un humor ácido y sin limites, supone un visionado agradable y, en ocasiones, entrañable.

Floja e innecesaria secuela con falso reclamo, ya que la película no se ubica en Manhattan hasta su tercer acto debido a problemas de presupuesto. Gran parte de la película se desarrolla en una celebración de jóvenes en un barco, lejos del encanto del habitat natural de Jason, el campamento Crystal Lake. El Jason de esta entrega tampoco está a la altura, ya que abandona elementos que han sido característicos en la otras entregas, como sus movimientos bruscos y lejos de comportarse como un humano. En esta entrega, se esconde, juega con los personajes y prepara sus sustos. No son malas ideas, pero no en Jason Vorhees. Los personajes están poco desarrollados y no resultan interesantes. Poco rescatable de esta octava entrega...