Thriller sólido, potente, que, si bien no llega a dejarte sin aliento, como parece augurar la banda sonora en los créditos iniciales (impresionantes vistas de un bellísimo Milán nocturno con ecos de Michael Mann y Alfred Hitchcock), logra elevar la tensión hasta hacerla casi insoportable en la escena clave del traslado de diamantes. A partir de ahí uno ya no puede apartar la mirada de esta historia, narrada con una admirable fluidez y sobriedad, y sostenida por una interpretación central de Pierfrancesco Favino absolutamente formidable, que comunica con precisión de orfebre, hasta la última y emocionante escena, toda la humanidad del bueno de Franco Amore, el policía que nunca dispara.

Aceptable película donde nada chirría, salvo quizá alguna puerta, pero nada es sensacional ni mucho menos. Ofrece un terror bastante moderado, aunque es de agradecer su planificación sin efectismos ni jump scares. Con una dirección muy funcional, unos actores competentes, un libreto apañado y una mezcla de géneros equilibrada, el film convence en todos los niveles: la historia de amor sáfico es creíble, el misterio doméstico intrigante, y el elemento fantástico de acuñación judía se acaba apoderando del tercer acto con una discreción sorprendente y eficaz. Sin embargo, la cosa deja un poco frío, con la sensación de que había buenos mimbres y no se ha puesto toda la carne kosher en el asador.

Estamos ante una historia manida, pero contada de otra forma, entre fascinante y desesperante. Largos planos secuencia, paneos interminables, lentísimos travellings circulares o laterales, actores que parecen haber olvidado sus líneas hasta que por fin arrancan...El misterio no es tanto quién mató a la niña sino cuánto durará esta vez el plano, o cómo terminará, pues al director le gusta montar dentro de él y reconstruirlo. El film, con una potente fotografía en blanco y negro, va sobrado de estilo, de atmósfera, de trascendencia, de cualidades oníricas y escenas impresionantes, pero en la misma medida posee una gran capacidad de sedación. Aguantarlo hasta el final requiere de un espectador curtido. O sea, que es la obra de un hipnotizador, para bien y para mal. A quien esto escribe la propuesta le ha impactado sin llegar a cautivarlo.

Casi nada funciona en esta pequeña película independiente que es básicamente la historia de una pareja que se va al campo un verano y se derrumba cual vaca envenenada por exceso de nitratos. Él es una especie de mad doctor que se encierra en un laboratorio militar con fines misteriosos, y ella una Jessica Chastain de Hacendado que pinta cuadros y coquetea con el adulterio. Actores sosos, dirección errática (aunque no desprovista de brío), banda sonora con ínfulas y un guion con pretensiones tan cautivador como un menú crudivegano. Debo reconocer que cuando muestra los experimentos, tiene algún momento de verdad horripilante, pero no tanto como el film en su conjunto, un quiero y no puedo que parece yacer atado sobre una mesa esperando a que le insuflen vida. Muermo a evitar.

Peliculita de apenas una hora, muy liviana, donde el drama, el romance, la comedia, el suspense, el cine de gánsteres y hasta el musical se amalgaman con criterio y equilibrio para proporcionar, todavía hoy, un más que decente y sólido entretenimiento. Presenta una trama de falso culpable, ambientada en unos bajos fondos donde vuelan las navajas y los puños, tejida a base de equívocos y coincidencias con un hilo que se va tensando y destensando calculadamente. No es exactamente una adaptación de Graham Greene, como reza en la ficha, pues la historia, nada sensacional por otro lado, deriva de un argumento y no de una novela o de un relato del autor. Algo acartonada pero con encanto.