El principal problema de 'Presa del Pánico' reside en una lamentable confusión. ¿Estamos ante un thriller, una película de acción, una comedia policíaca o ante un drama familiar? El director Dick Maas parece que no se decidió y el resultado es una película apenas entretenida, que comienza con demasiadas pretensiones y termina siendo absolutamente decepcionante.

Es la historia de un adinerado matrimonio que viaja a Ámsterdam con su hija aprovechando un viaje de negocios del marido (William Hurt). La niña, que es muda (pésimo guiño a la película de Randa Haines ‘Hijos de un dios menor’) se convierte en testigo accidental de un asesinato en plena ciudad y a partir de ahí se suceden las persecuciones y los malentendidos policíacos.

El largometraje comienza con una trama interesante al más puro estilo 'Único Testigo', aunque la película de Peter Weir roza la maestría y Maas casi esquiva el aprobado. Después, sin comerlo ni beberlo, 'Presa del Pánico' se transforma en un intento de 'Solo en Casa' con delincuentes patosos y niña escurridiza incluida. Para el broche final, Dick Maas se guardaba un as en la manga y convirtió a William Hurt en un Jack Ryan en las antípodas del papel de Harrison Ford. (¿hay algo más cutre que la escena de la ambulancia?) Imperdonable, pero claro ¿qué hace un actor de la talla de Hurt en un bodrio como este? Por no mencionar la pobre imagen de la capital holandesa... menos mal que lo compensan con los bellos encuadres de la ciudad y esos maravillosos canales. De todas formas, sirve para pasar el rato. Sufrible.

Una joven ardiente, Candela, y un chico que sigue la corriente, Nilo, se encuentran por accidente y descubren algo elemental: aunque sean de mundos diferentes, tienen algo en común.

¿Lo mejor? Irreprochable en lo visual, divertida lección sobre la empatía, el respeto y el amor verdadero.

¿Lo peor? Es una película para niños pero una historia no tan infantil. A los más pequeños les faltará un villano. Los creadores se enfocan en adelantar eventos adolescentes, como la decisión de elegir tu propio camino o aceptar la vida que tus padres han construido para ti.

“Mi ángel, mi todo, mi yo…”. Así comienza una de las cartas que Beethoven (Gary Oldman) escribió a su “amada inmortal” y que fueron encontradas tras su muerte en 1827. El músico ha legado todo su patrimonio a esta desconocida. Nadie sabe de quién se trata, por lo que su secretario Anton Schindler (Jeroen Krabbé) se dispone a resolver el misterio.

Diez años después de que Milos Forman y Peter Shaffer retrataran a Mozart en ‘Amadeus’ (1984), Bernard Rose se dispone a perfilar la figura de Ludwing Van Beethoven partiendo de este enigmático detalle. La película resulta emocionante y, en ocasiones, sobrecogedora, aunque está lejos de la contundencia del filme sobre Mozart.

Quizás Bernard Rose quiso emular el éxito de la oscarizada cinta de Milos Forman, pero lo hizo nutriéndose de un hecho demasiado exiguo para soportar todo un peso argumental. Por ello, ‘Amor Inmortal’ se descarría en las excesivas licencias poéticas e inexactitudes históricas que, sin embargo, no deben empañar la bella factura final.
Dejando a un lado las libertades que se toma Bernard Rose, ‘Amor Inmortal’ conmueve por varias razones: la brillante interpretación del británico Gary Oldman en el papel del compositor, la magnífica ambientación (la película fue rodada en Praga y otras localizaciones de la República Checa), un reparto acertado (a destacar Isabella Rosellini y Johanna ter Steege en los papeles de Anna Marie Erdödy y la cuñada de Beethoven) y, sobre todo, la música (Orquesta Sinfónica de Londres), lo verdaderamente inmortal y auténtico hilo conductor de la película. Se trata de una cinta mucho más completa que la anodina ‘Copying Beethoven’ (2006) pero indudablemente más pobre que ‘Amadeus’. En cualquier caso, pulgares hacia arriba.

La serie de los 70 es irrelevante para este producto: no diría tanto que es un ‘remake’, sino una nueva -y diferente- adaptación de las novelas autobiográficas de Herriot, que narran la vida de un veterinario recién licenciado que comienza a trabajar como ayudante de Siegfried Farnon en los valles de Yorkshire. Esta nueva versión se toma importantes licencias pero no pierde de vista su gran objetivo: entretenernos y hacernos felices.

Los personajes están perfectamente adaptados, especialmente los dos Farnon (Siegfried y Tristan, excelentes Samuel West y Callum Woodhouse). Los 45 minutos de cada episodio son una auténtica evasión gracias a la química de todo el elenco y a los espectaculares paisajes de la campiña inglesa.

El papel de la señora Hall se nota un poco forzado para darle más protagonismo del que tenía en los libros (donde era una sesentona ama de llaves casi intrascendente). De todas formas, funciona, pero es poco creíble que una sola persona pueda llevar al día las cuentas de la clínica, mantener una casa bien limpia y con la comida en la mesa y, además, parecer perfectamente dueña de su tiempo. Algo no cuadra ahí, pero se lo perdonamos porque Anna Medeley está estupenda y acabas por acostumbrarte.

También se echa en falta más “suciedad" y "sufrimiento”: todo en esta serie está limpio y pulcro, hasta un ternero recién nacido. En los libros, Herriot sufría lavándose el cuerpo con agua fría en un establo desapacible y terminaba embadurnado de pies a cabeza. Sin embargo, Ralph apenas se despeina -tampoco sus compañeros- y da la impresión de estar en una acogedora casa rural trayendo al mundo deliciosos cachorrillos en mangas de camisa. Esa idealización es placentera, no vamos a negarlo, pero algo más de realismo hubiera conectado mucho más con la audiencia que conozca las novelas.

La relación Siegfried Farnon-James Herriot está pelín desperdiciada, siendo que el vínculo entre ambos veterinarios era la columna vertebral de la narración original. Aquí apenas vemos lo exasperante y cambiante que era Farnon y las situaciones a las que esta inestabilidad daba lugar, pero esa carencia se suple con éxito gracias a las tramas entre el resto de los personajes, incluyendo las de ambos veterinarios por separado.

En resumen, más pros que contras: esta serie es una gozada para pasar un buen rato sin preocupaciones.

‘Amadeus’ es la historia de Wolfgang Amadeus Mozart contada a través de los ojos del compositor rival y sin embargo admirador, Antonio Salieri.

No es en modo alguno una película biográfica sobre Mozart, sin duda el músico más grande de todos los tiempos. Se trata más bien de la obsesión que Salieri tenía con el genio austríaco y su relación con él. Salieri odiaba a Mozart al tiempo que le reconocía (y le envidiaba) su inalcanzable talento, de ahí las pinceladas que describen a Mozart al compás de un dualismo inevitable: el niño precoz, arrogante, y deslenguado, frente al compositor infatigable, martirizado, y medio chiflado, en definitiva, frente al Genio.

Philippe Sollers escribió: “La escena más bella de la película de Forman es probablemente aquella en la que Constanze, a espaldas de su marido, lleva ‘inocentemente’ sus partituras a Salieri, su enemigo íntimo, para saber si tienen algún valor. Salieri invita a Constanze a sentarse en un sofá, le ofrece bombones, toma los papeles escritos por Mozart y va a leerlos junto a la ventana. En este punto, la puesta en escena introduce la música, y es muy bello. Tanto más cuanto Salieri, conmovido, extasiado por la genialidad de Mozart, decide inmediatamente asesinarlo. La extrema belleza engendra el odio”. Salieri sabía ‘leer’ la música de Mozart.

‘Amadeus’, el ‘amado-por-Dios’, puede referirse tanto al músico italiano como al propio Mozart, pues ambos fueron “bendecidos” por Dios, Salieri con una vida larga y cómoda, pero anclada en la mediocridad, mientras que Mozart murió pobre y joven, pero habiendo alcanzado la cumbre de la leyenda. Milos Forman y Peter Shaffer logran una película brillante. Se puede sentir la inspiración de Mozart en todos los aspectos del filme. Arte en movimiento premiado con 8 merecidos Óscar. Prácticamente perfecta. Imprescindible.