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España España · Pontevedra
Críticas de The Quiet Man
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Críticas 52
Críticas ordenadas por utilidad
10
20 de octubre de 2011
38 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay dos libros con los que siempre estaré en deuda: “Eugenia Grandet” de Honoré de Balzac y “La hojarasca” de García Márquez; me atraparon, me sacudieron y, hasta leerlos de un tirón, no pude soltarlos; con ellos descubrí que leer era algo más que evadirse, era algo serio, algo intangible que llenaba, que transformaba: la literatura con mayúsculas. Con “EL HOMBRE TRANQUILO”, ocurrió lo mismo. La vi por casualidad, casi sin pestañear, y descubrí una nueva forma de sentir el cine. Lo inexplicable es que John Wayne no era, ni de lejos, uno de mis actores favoritos; el director, por aquel entonces, me era indiferente; incluso el género de la comedia romántica me producía cierto rechazo, pero, por encima de cualquier obstáculo, la película se grabó en mi memoria. Cuando años más tarde vi el documental “INNISFREE” de Guerín, fui consciente de la trascendencia de la película, de que mi particular idilio era un hecho compartido.

Lo que es indudable es que la película es muy intuitiva, traspasa lo racional, se asienta en lo sensorial y funciona emocionalmente. Ford logra articular una historia coral que fluye con facilidad pasmosa, una cadencia rítmica rara vez vista en el cine, una armonía casi de fantasía que parece invertir la interpretación, más que actores dando vida a unos personajes, parecen poseídos por el espíritu de una comunidad intemporal e irreal, como si Ford hubiese logrado el milagro de captar, más que la Irlanda de sus antepasados, la Irlanda idealizada: un compendio de los tópicos añorados, de tradiciones seculares, de tabernas con canciones, whisky y peleas, de orgullo y tozudez. A todo ese encanto contribuye el paisaje del condado de Galway (lugar natal del padre de Ford), llanuras y praderas barridas por el viento, magníficamente fotografiado.

Pasados los años, muchas de las películas que nos dejan huella, mejoran, otras, las menos, se resienten; “EL HOMBRE TRANQUILO”, se mantiene inmutable, pétrea, un tótem melancólico que nos devuelve siempre la vieja sensación del primer visionado.

Es innegable que el argumento se asienta sobre la base de una sociedad patriarcal, hoy abiertamente cuestionada. En las contradicciones que encierra reside parte del misterio de la película, y curiosamente la engrandece. A modo de excusa, un tanto banal, diré que también las pirámides de Egipto se hicieron para la mayor gloria de un solo hombre, sobre la sangre de miles… y aún así me resultan… “¡Homéricas!”
The Quiet Man
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8
11 de abril de 2012
27 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dejando a un lado el corsé eufemístico del lenguaje políticamente correcto tan del gusto de los norteamericanos (y que acaba por falsear la realidad para hacerla más cómoda al espectador), “Intocable” asume cierto riesgo en su propuesta: un humor simple y directo; que sin necesidad de hacer uso de la sutileza, la ironía o la acidez, funciona gracias a la creíble naturalidad en la interpretación de Omar Sy y a la complicidad de François Cluzet. La química que se establece entre ellos basta para sostener firmemente la película.

A parte de regalarnos casi dos horas deliciosas, “Intocable” tiene la virtud de abrir un espacio a la reflexión sobre el individuo y la sociedad. Las barreras sociales, culturales o físicas que separan a los protagonistas no pueden contener la necesidad de comunicación. Es en este plano donde la película ejerce una catarsis sobre el espectador emocionando con esta historia que nos hace sentir la solidaridad en primera persona, que proporciona una válvula de escape en una sociedad que empuja al individualismo, que premia la competitividad y alienta el egoísmo.

Es mérito de la película que afloren nuestras contradicciones, cuando percibimos, aún de forma inconsciente, que en la oscuridad de la sala admiramos la humanidad de Driss, y a la salida, de vuelta a la realidad, cruzamos de acera para evitar su presencia.
The Quiet Man
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9
12 de enero de 2012
23 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque David Lean alcanzó su máxima notoriedad exhibiendo su talento para manejar las costosas superproducciones de Hollywood, dejándonos obras épicas y grandiosas, mucho antes, en su etapa británica, ya había demostrado lo poco que necesitaba para hacer una película clásica y eterna; como es el caso de “Breve encuentro”, un hondo e íntimo melodrama. Con suma delicadeza disecciona la crónica de un sentimiento desbocado que se precipita en una espiral de sufrimiento. Narrada en flashback, un simple gesto nos introduce en la historia: la leve presión de la mano de Alec (un elegante y correcto Trevor Howard) sobre el hombro de Laura (una magnífica Celia Johnson), un pequeño detalle sutil que nos anticipa la tragedia de lo imposible.

Ante todo la película es un ejercicio de exquisita honestidad. No se le ofrece al espectador la más leve excusa o justificación, el matrimonio de Laura es presentado en un entorno de plácida felicidad rutinaria. Es precisamente esta gris cotidianidad la que remarca la pasión ingobernable que domina a los protagonistas. Con brillantez y elegancia se muestra cómo van construyendo su pequeño mundo particular de los jueves, que es relatado con una cierta impronta onírica que contrasta con el tratamiento más formal de la realidad que les rodea; y cómo la toma de decisiones, los impulsos, su felicidad en definitiva, van siendo mediatizados por la presión de unos códigos preestablecidos, que atenazan sus voluntades, hasta hacerles sentirse infames y degradados.

La mirada y la voz en off de Laura son los principales elementos en la construcción de un personaje femenino inolvidable, utilizados con maestría por Lean, se adueñan de la pantalla de una manera tan incisiva que consiguen transferirnos su angustioso tormento interno. En esto es fundamental la presencia de los personajes secundarios, cuyas intervenciones ayudan a rebajar la tensión que en algunos momentos llega alcanzar la película. Las oscuras localizaciones nocturnas, el entorno de la estación y la contundencia vehemente del concierto para piano nº 2 de Rachmaninov contribuyen a intensificar la amargura de esta breve historia de amor extemporáneo.

La fascinación que transmite la película perdura en el tiempo, y en los visionados posteriores. De alguna forma esta triste historia de un amor imposible permanece en nosotros y no termina de evaporarse.
The Quiet Man
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10
26 de octubre de 2011
22 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Los senderos de la gloria no conducen sino a la tumba”, este verso, perteneciente a un poema de Thomas Gray, inspiró el título de la novela que Humphrey Cobb escribió, con ánimo antibelicista, a partir de los hechos que vivió en el frente durante la Primera Guerra Mundial. Stanley Kubrick se interesó enseguida por la novela, colaborando él mismo en la adaptación cinematográfica. Kirk Douglas, decidió producir directamente la película, ante la negativa de los estudios.

Si bien es una película bélica, el conflicto entre naciones, entre bandos, pasa a un segundo plano ya que es superado por un conflicto más universal, la lucha de clases; de ahí que nunca se muestre al enemigo. Desde el principio Kubrick lo deja bien claro y establece una clara oposición entre oficiales y soldados; así hay que entender el contraste entre el lujoso castillo donde reside el Estado Mayor, y las horribles trincheras, llenas de sangre, barro y muerte, donde se hacina la tropa. Dos mundos separados por diferencias sociales e ideológicas y entre los que no existe la más mínima posibilidad de entendimiento. La perspectiva que adopta Kubrick muestra el enfrentamiento entre oficiales (opresores) y soldados (oprimidos); eso sí, un enfrentamiento larvado, donde los soldados no tienen ninguna posibilidad de mejorar sus miserables condiciones de vida.

Si el Estado surge como necesidad de escapar a la brutalidad de la Ley natural del más fuerte, la guerra, ante la debilidad de éste, nos devuelve a la barbarie. Sin el amparo de las leyes civiles, los derechos humanos y las vidas de sus soldados no tienen valor para los oficiales. En medio de este antagonismo surge el coronel Dax que, poseedor de un innato sentido de la justicia, nos transmite una cierta esperanza en la humanidad. De todas formas Kubrick huye de falsear la realidad y forzar un hipócrita final feliz, desde el principio intuimos el final del juicio. Impotente en su defensa de los acusados, el coronel Dax, pese a su idealismo, vuelve al frente a dirigir a sus hombres hacia una muerte segura. Este final, que nos hace conscientes de la realidad en que vivimos, es el que mejor sentido da al discurso de la película.

La película es esplendorosa en todos los apartados, guión, actores, dirección; destaca lo bien utilizada que está la fotografía en blanco y negro, las luces y las sombras, que logran dar a la película un aire entre expresionista e irreal, sobre todo en las escenas del consejo de guerra, donde la sombra del tribunal se proyecta amenazadora sobre los acusados.

Kubrick se enamoró, durante el rodaje, de la actriz Susanne Christian, su futura esposa.
The Quiet Man
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10
15 de octubre de 2011
24 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más allá del buen cine, por encima de una obra maestra, está el arte como milagro de la sensación. Y así se nos presenta PRIMAVERA TARDÍA, desnuda de artificios, desprovista de originalidades, sin diálogos ampulosos ni frases para el recuerdo; y, sin embargo, insuperable crónica de la esencia de la vida; del inevitable drama de lo cotidiano. La vana esperanza de esquivar al destino se diluye, lentamente, como la ilusión de retener la arena en el puño. Y llegamos al final: un hombre, una manzana y el espectador con la garganta quebrada.

HAIKUS A PRIMAVERA TARDÍA

Desprendiendo,
tras mi secreto dolor,
la flor del tallo.

Con el aroma del té,
inevitable,
llega la ausencia.

Descubro, solo,
la fragante espiral
desgarradora.
The Quiet Man
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