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Críticas de Polimnia
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Críticas 49
Críticas ordenadas por utilidad
Dimensiones del diálogo (C)
CortometrajeAnimación
Checoslovaquia1982
7,3
2.131
Animación
9
28 de julio de 2013
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me ha encantado, brutal, complejo y genial a partes iguales... (la música desde luego, ayuda mucho a crear esta atmósfera). Las lecturas son infinitas y muy interesantes, el lenguaje, sin duda, ¡es una arma de muchos filos!

Visualmente, va mucho más allá, consigue superar el mero hecho estético, y resulta extrañamente atrayente y morboso; además de sugerir hondas conclusiones con el más nimio detalle.

Un corto realmente estimulante, sorprendente y cautivador, aunque muestre una parte muy oscura del ser humano.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Polimnia
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9
28 de julio de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde luego, una verdadera película de acción debería estar obligada a contener muchísimos de los elementos que presenta el director japonés en esta película.

Cuando vi "Los 7 samarias" me recordó en varios aspectos a "El hombre de las pistolas de oro", pero todo lo que resulta fallido en el western, triunfa en Kurosawa.

Kurosawa acierta al tratar mucho más que el simple enfrentamiento de los campesinos y los bandidos; presenta a los samurais desde el principio, desde el inicio de la composición del grupo. Muestra unos personajes, aunque algunos un poco tópicos (Ko, Toshiro, Seiji, etc.), pero bien redondeados y acabados.

El director es muy hábil al crear un personaje como Toshiro, en el que se presentan los 2 grupos de la 1a parte del film, los campesinos y los samurais. Y el destello perfecto consiste en eliminar el maniqueísmo, y la supuesta inocencia y bondad de los campesinos; y en hacerlo, precisamente, en un guerrero que había sufrido en sí mismo y en su familia, el azote del expolio de los ladrones, y la dureza de ser un aldeano.

No creo que sea nada casual, que los samurais que son asesinados en la batalla sean Toshiro, Seiji, y creo que Minuro era el tercero.

El adentramiento en los personajes y su evolución es excelente, los pueblerinos recobran su identidad, su fuerza y decisión gracias al entrenamiento y el trato con los samurais; encontramos una vez más esa metáfora de la vida, que es el día a día y nada más; porque la vida de los pobres no comienza al vencer los bandidos, si no que ganan mucho más en ese proceso de aprendizaje y de lucha contra sí mismos y su pasado, que en el triunfo final.

Solo apunto algunas pegas a "Los 7 samurais", el ritmo, que a veces es bastante lento; y que no haya profundizado en los personajes de los bandidos, que parecen"viles porque sí". Recordemos el filón interesantísimo de la mujer del campesino, que había sido secuestrada (¿o se había ido voluntariamente?) con la banda.

La historia de amor de los jóvenes también es relevante, aunque supongo que era propia de la época, así que tampoco es nada "nuevo"; pero es interesante su final. Kurosawa vuelve a las características del género cinematográfico de una película de acción, y vuelve a situar a los samurais en su lugar, como mercenarios, no tienen lugar en el pueblo, no pueden desempeñar otras tareas, solo les queda marcharse (y la chica se lo pone muy fácil al joven).

Tal vez, Kurosawa no trata tan explícitamente un tema que sí aparece en "El hombre de las pistolas de oro", y es la utilización del asesino, cuando se necesita, pero su posterior rechazo y miedo, reacción que va de la mano de la hipocresía social (de la que varios campesinos son víctima). Este aspecto tal vez aparece al final, pero someramente.

Desde luego, Akira Kurosawa presenta una vez más, un film pleno en sabiduría y muy edificante moralmente, que deja un bello recuerdo; totalmente recomendable, incluso para los que no son amantes de este género, cuyas fronteras, el japonés amplia y derriba majestuosamente.
Polimnia
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10
2 de septiembre de 2014
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece que todos los caminos llevan a "El ángel azul" (Sternberg, 1930). Marlene no se conformaría con menos, ya que hizo más que vestirse sobre un escenario, con un corsé en los años 30. Y, desde luego, no se conformó con mostrar los muslos desnudos —parte de la anatomía humana, que en el caso femenino logró ver la luz por primera vez en esta película—. El encuentro entre la berlinesa y Sternberg creó escuela y estética.

El punto de conexión entre todas estas películas es el sentimiento de libertad conseguida, gracias a arrebatarla mediante la rebeldía, y al precio de la marginación social; seres fronterizos que solo pueden refugiarse en un espacio clave para la excentricidad de la Europa de la primera mitad del siglo XX: el cabaret.

Sin duda, es una pena que en ese viaje de "El ángel azul" a "Cabaret" no se trabajara toda la dimensión artística que encerraron esos locales durante las Vanguardias europeas. De acuerdo que la película de Josef von Sternberg es eminentemente expresionista, especialmente respecto al tratamiento de los personajes; y en "Cabaret", un magnífico Joel Grey eleva el musical más allá de la trama amorosa, y justamente, será el que lo acabará encauzando hacia la barbarie nazi que ya trepaba poderosamente por el continente. ¡Pero…! Se echa de menos la plasmación plástica, la aberración de un George Grosz en la caída de la burguesía, en su refocilación en el extrarradio físico y moral; la exploración del cabaret más allá de un lugar de libertinaje sexual y de números humorísticos a los que se debería reaccionar como el público de "Roma" (Fellini, 1972).

Qué la estética no sea únicamente la que nos epate. Ahondemos en comparar qué cantaban nuestras queridas estrellas de suburbio. Sally Bowles (Liza Minnelli), cuando realmente viste un atuendo y usa la silla de un más cercano al de Lola Lola (Marlene Dietrich), y por lo tanto, momento en que el paralelo es explícito, es en su archiconocido número de “Mein Herr”. Canción en la que la señorita Bowles se presenta como una femme fatale, pero reconozcámoslo, superficial e incluso infantil; además, no lo será ni es su propia vida, ni sobre el escenario. Puede que por esa falta de desdoblamiento, sea más simple el personaje de Lola, que caído en las garras de Dietrich, renació como una mujer viperina y mordaz. No obstante, Lola Lola también fue niña, y cantaba en sus inicios dulcemente, como una jovencita enamorada por primera vez: ¡“Ich bin von Kopf bis Fuß auf Liebe eingestellt”…! Adolescente que ya conocía de su atractivo fatal “und wenn sie verbrennen, ja dafür kann ich nichts”, aunque aún, en esos años, se le podía comprender su ausencia de conciencia de culpa.

La lolita volverá a cantar la misma canción en otro momento de la película; contemplar su evolución, cómo interpreta esos juguetones versos amargamente, marcando cruelmente las consonantes, tragándose secamente las palabras, y sonriendo… conociendo toda la maldad que soportaba y ejercía; resulta un ejercicio demoledor para el clásico de Fosse, que no es una película a condenar, pero, aunque probablemente, no fuera su primera intención captar ni la personalidad de Lola para Sally, ni la de El ángel azul para el Kit Kat Club, incurrió en suavizar todo un mundo, y divertir y maravillar con excelentes coreografías —mérito que nadie le podrá nunca arrebatar a Fosse— a un público, que puede que tan solo abandonara la sala con una sonrisa.

La heredera natural de Dietrich será la bergmanguiana Ingrid Thulin, la baronesa Sophie von Essenbeck de "La caída de los dioses (Götterdämmerung)" (Luchino Visconti, 1969). El sueco le prestó al italiano una magnífica Thulin, que ya había brillado en películas de la altura de "Fresas salvajes" (1957), y que supo aplicar a este papel, toda la frialdad estatuaria, los placeres enfermizos y la más pura maldad tan presentes en la filmografía casi “psiquiátrica” de Ingmar Bergman.

Tan oscuramente retorcida será la Baronesa que no será ella la cabaretera, sino su hijo, Martin (Helmut Berger), y no había mejor ocasión para su debut que el cumpleaños del anciano patriarca (Albrecht Schönhals). Helmut Berger llevará a cabo la que puede que sea la mejor interpretación de su carrera, o al menos, de entre las películas que rodó con Visconti, la más sobresaliente junto a Ludwig (1972). A pesar de la maledicencia y de las críticas implacables, e injustas, contra Berger, creo que el director acertó al darle la oportunidad de su carrera al andrógino austriaco, cualidad que supo explotar excelentemente en su juventud.

El papel del heredero será de una abyección vomitiva, pero tal vez deberíamos —porque no creo que se pueda completamente— observar qué germinó en tal engendro. La Baronesa Von Essenbeck preparó un exquisito número a su suegro, en el que Berger tuvo la oportunidad de emular a su admirada Marlene Dietrich en la interpretación de “Kinder, heute Abend, da such’ ich mir was aus”, además de poder sufrir de manos de su querida Ingrid todo tipo de perversiones. Desde luego, esa familia necesitaba “einen Mann, einen richtigen Mann”, ¿pero… quién lo acabaría siendo? Todas las piezas estaban listas alrededor de la mesa.

Si en La caída de los dioses asistimos a uno de los primeros travestismos cinematográficos, escándalo que causó tanto impacto en el público de la época como las piernas de Dietrich; la película en que culmina este seguimiento de la estética de cabaret cinematográfica será una reafirmación de la propia identidad en todos sus sentidos, "The Rocky Horror Picture Show (TRHPS)" (Jim Sharman, 1975), adaptación cinematográfica del espectáculo, nunca mejor dicho, de Richard O’Brien.

Artículo completo en: http://www.relatoenmarcado.com/2014/09/01/el-angel-azul-la-caida-de-los-dioses-cabaret-rocky-horror-picture-show/
Polimnia
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6
30 de diciembre de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una película con un espíritu increíble, y no es de mi agrado ser crítica, pero toda esa alma que contiene no sabe trascenderla cinematográficamente. Unir completamente fondo y forma, la alquimia perfecta. Y es curioso, y probablemente sea pura anécdota, pero las últimas películas que se proyectaron, el domingo 7, "Las altas presiones", "Los hongos" y "No one’s child", todas fueron recompensadas por los distintos jurados. (Y eso que la programación era agotadora, ya que cada película tan solo se mostraba una vez, así que tocaba acampar en la Antiga Audiència.)

La película se sitúa en Cali (Colombia). Y personalmente, antes de ver la película, poco más aparte del sensacionalismo noticiero conocía de ese país, quitando el aspecto filológico-literario. Precisamente, una de las bazas que juega Los hongos con el público no nativo y no hispanoamericano, es el español de Colombia. Me pregunto qué deben pensar los espectadores familiarizados con esa variedad del español, porque creo que en el REC 2014 hubo cierta confusión en la apreciación de la relación entre la abuela y el nieto que muestra la película. ¿Realmente era tan cariñosa y atenta, o solamente es el modo usual de un joven colombiano de tratar a un familiar mayor? La dialectología y la pragmática, en este caso, resultan apasionantes.

RAS (Jovan Alexis Marquínez) es un skater, nada más y nada menos, porque ese es todo su orgullo. Trabaja de paleta en una obra, pero roba pintura a escondidas del resto de compañeros. Su madre, una ferviente religiosa, intenta reencauzarlo en el buen camino, que cada noche duerma en casa, que vaya a misa… Incluso organiza una reunión con el pastor de su parroquia y una beata, pero RAS no muestra demasiada predisposición a ir a venderse a una iglesia comprada por el partido político, que necesita urgentemente votos para ganar las elecciones de turno. Muy interesante es el ritual de ablución al que la madre somete al joven, si las misas parecían sacadas de un blockbuster estadounidense que reflejara la comunidad afroamericana; el lavatorio muestra un sincretismo muy propio de la cultura latinoamericana.

Y Calvin (Calvin Buenaventura) también es skater y estudiante de Bellas Artes, ciertamente ausente, pero matriculado en la universidad. Si la figura materna de RAS era su madre; Calvin vivirá con su abuela (Atala Estrada), a la que cuida, ya que padece cáncer, y está en tratamiento. Estos jóvenes contarán con unos 18 o 19 años, pero ya tienen sobre sus hombros graves responsabilidades: mantener a su familia, cuidar solo a una enferma mayor… La relación entre abuela y nieto es simplemente preciosa. Calvin es atentísimo y extremadamente amoroso, y su abuela lo respeta y le da su espacio y libertad, pero cuando debe ser severa, lo es. Qué difícil es encontrar el punto justo, y siempre, con amor. (¿Me habrá influido a mi también el español de Colombia…? ¡Por reprochar…!)

¿Qué hacía RAS por las noches? ¿Por qué no podía dormir, y de ahí las medidas purificadoras de su madre? ¿Cuál era la verdadera causa del absentismo de Calvin a todas sus asignaturas? Pues pintar en las calles. Ahora dudo de si en la película se establece una diferencia entre “pintar” y “grafitear”, y si alguna queda denigrada, en cualquier caso, yo no voy a hacerlo . Y, es por una parte desmitificador; pero por otra, esperanzador que los amigos grafiteros se dediquen a preparar tan a conciencia sus dibujos, y estos no sean fruto de una simple improvisación a base de humo.

Reseña completa en: http://www.relatoenmarcado.com/2014/12/18/deambuleo/
Polimnia
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9
29 de septiembre de 2013
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La realidad es lo que menos cuenta en este film… un argumento simple, un anciano médico, Isak Borg (Victor Sjöström) y su nuera (Ingrid Thulin) viajan juntos a Lund (Suecia), para celebrar un homenaje que le rinde la comunidad científica por sus 50 años en el ejercicio de la Medicina. A priori, es tremendo el aburrimiento que le espera al espectador… y más después del primer fotograma, un abuelo maniático y de difícil trato, en su esplendorosa mansión y con su aristocrático perro, escribiendo sus tediosas memorias.

Pero toda seguridad y estabilidad siempre tiene su fisura, y en este caso, afluye el tremebundo inconsciente en los sueños del médico, como una risa malévola, se divierte en torturarlo, en malearlo, y en desasosegarlo durante el día… La relación de causa y efecto es clara.

Los relojes cortazarianos atestan el primer sueño, puede que el de estética más expresionista, cercano en estilo al corto Film (S) (Alan Schneider, 1965). Sí, la muerte. Tan esperpéntica, como ridícula y repugnante.

El ama de llaves (Jullan Kindahl), ¡cómo se enfada! Personaje tópico en todos los sentidos, la criada fiel, servidora, utilísima, pero susceptible y plana, tan sólo presenta inteligencia en las picardías más burdas y mundanas.

El berrinche de la criada está provocado por un cambio de última hora en la rutina del señor Isak, circunstancia inconcebible en tan estrictamente ordenado ambiente. Isak Borg no viajará a Lund en avión junto Agda, su ama de llaves, sino que irá en coche, medio al que también se subirá su nuera, Marianne.

Y así se inicia una road movie atípica, por falta de los típicos recursos casi más propios de videoclips musicales y personajes estrepitosos. Marianne, resentida con toda la familia Borg, no titubea en decirle al anciano todo lo que piensa sobre él, en mostrarle su horrendo ser. El médico se sorprende, ¿cómo puede ser una persona tan desagradable? ¿Tan frío? Ni siquiera recuerda sus propias sentencias.

El viaje avanza o puede que nunca hubiera comenzado. La casa de los veranos de juventud, la empingorotada familia, los odiosos hermanos, y… ¡ay! Su prima (Bibi Andersson) en el escandinavo vergel de las fresas. Cuán doloroso es que el primer amor se te escape, rehúya tu candor para arrojarse en los brazos y la simpleza de otro. Cruel debacle entre la razón y el corazón, entre la intelectualidad y el puro instinto, entre el cariño y la pasión. Pero así fue, la adolescente no supo comprender al místico Isak, que embebido en sus entelequias, no osaba descender al mundo de los mortales, al simple y corriente amor de las gentes terrenales.

De este modo, el joven trío se embarca con el médico y su nuera, ellos van a Italia, así que les espera un largo recorrido, en el que se encuentran con unos acompañantes no demasiado agradables, un matrimonio hastiado por el tiempo, que se desprecia y discute, que se falta el respeto, y mantiene una tensión insostenible. Si los jóvenes están relacionados con el anciano médico; sin duda, esta pareja se vincula claramente con la nuera.

Pero no nos olvidemos tan pronto de Isak Borg, su matrimonio con su esposa Karin (Gertrud Fridh) fue desastroso, desde luego, el sueño expresionista en el que se le descubre la verdad de su desgracia es horrendo. Se explicita su incapacidad para comprender a los demás, su eterna ignorancia, y su profunda inocencia, que se trunca al descubrir la opinión de su esposa sobre él.

Un ser, que por mucho que se contemple, no se adivina, se refleja en el espejo que le ofrece su prima, pero no atina a acertar quién es… ¿Es quién cree ser? ¿Es lo que los demás opinan sobre él? ¿Es quién cree ser para los demás? El encontronazo con su abrupta madre (Naim Wifstrand) también es definitorio, Marianne comienza a comprender muchos aspectos de los Borg.

"Fresas salvajes" presenta un viaje interior, como todo verdadero viaje. Por una parte, Isak Borg vuelve a su origen, dónde comenzó la forja de su ser, su engreída familia, el abandono de la primera ilusión, su desgraciado matrimonio… Y todo, contemplado a través de los sueños, que ante la certera y próxima muerte, parece que actúen de consejeros, que lo atemorizan, pero le empujan a cambiar, aunque sólo sirva para dejar un buen sabor de boca final a sus congéneres, que puede que nunca crean en la reconciliación del absorto médico con su tiempo recobrado.

El encuentro con todas esas personas en el viaje también es significativo, participan de su realidad e intervienen en sus sueños, es un film profundamente simbólico, que titila entre la vida y la muerte, la realidad y el sueño, la verdad y la ficción, el amor y el odio, la pasión y el intelecto, la identidad y las apariencias… Una sola interpretación no puede bastar, ni abarcar tal magnitud cinematográfica, con el inconfundible sello de Ingmar Bergman, excelente fotografía, perturbadores primeros planos, el dominio del blanco y negro, que no echa de menos el color, sino que corresponde perfectamente a todas las sugerencias que evoca el film.

La sumamente elegante Marianne Borg tampoco es una mujer feliz, pero al menos sabe qué no quiere, ni puede aceptar, los avatares del viaje la confrontan abiertamente contra su realidad. Además, ¡resulta una tarea monumental enfrentarse ante tal familia! Si el padre es un hombre frío y distante, el hijo, Evald (Gunnald Björnstrand) es un ser cáusticamente existencialista, consciente hasta la médula de los segundos que le regala la muerte. Sin embargo, aquello que pone a prueba su pareja consigue, paradójicamente, unirlos. Él también médico como su padre, no puede vivir sin Marianne, aunque sus cuadrados parámetros tengan que curvarse para dejar espacio a todo el universo vitalista de su esposa, que pueda que consiga caldear al gélido sucesor de Isak Borg.

Atentos a la ventana que abre el título.

Crítica publicada en: http://www.ojocritico.com/author/annamontesespejo/
Polimnia
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