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España España · El Puerto de Santa María
Críticas de Jesus Gonzalez
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Críticas 79
Críticas ordenadas por utilidad
8
12 de abril de 2016
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la Julieta interpretada por Adriana Ugarte aún se respira una fina capa de arcilla sobre su piel. No busca aún el mar, sino a Romeo, aunque la invitación de este simplemente se insinué en el remite de una carta y llegue a la par que la muerte. Tragedia. Aún en los momentos de mayor auge de la vida, cuando se están hilando las conexiones que unirán para siempre a dos personas a través del sexo, la cuna y la tinta roja; incluso ahí, espera agazapada la muerte. Lo avisaba el ciervo, lo confirma la maleta vacía. Julieta habita dentro de una clásica tragedia griega de las que habla en clase de literatura, es inevitable. Y entonces, bajo la toalla, aparece la Julieta de Emma Suárez, y ya no hay arcilla que cubra su piel, solo un bronce frío y pesado, conformando una cárcel inalterable e imperecedera para un dolor eterno, el que brota de un duelo en solitario.

Almodóvar construye, mediante la narración torpe y afectiva de la madre que escribe una carta a su hija, un laberinto de Silencios, en mayúsculas, porque ese iba a ser el título original de la película, hasta que Martin Scorsese lo eligió para su próximo trabajo y uno de los dos tuvo que ceder. Un laberinto que esconde tras el papel pintado de sus muros un sinfín de secretos, por ello no vemos como la homosexualidad es arrebatada y enterrada en un retiro de los Pirineos, donde el fanatismo religioso da permiso a la infeliz Antía para justificar su dolor y proyectar la culpa en su madre. Pobre Julieta, 12 años sin ver a su niña, pobre Antía, 12 años sin ver a su madre. Tragedia.

Parece absurdo que se hable de renovación en la vigésima película de uno de los directores más aclamados de nuestro País, pero lo cierto es que Almodóvar busca depurar aquellos elementos característicos de su cine para sintetizarlos y encriptarlos de manera que encajen en el laberinto que ha construido sin alterar sus silencios. Y lo consigue, al menos en parte, gracias al trabajo de un reparto femenino colosal, pero también por el poder casi esotérico que sigue transmitiendo como nadie a través de la imagen, del color y de la ambientación logradísima a través de 25 años de narración.

Decía Lucian Freud que siempre quiso introducir el drama en sus retratos, por eso no es casualidad que uno de ellos acompañe a Julieta en una de las escenas de una película, cuyo triste gesto transmite más que cualquier catarsis emocional basada en la explotación directa de la tragedia. Silencio, suena la voz de Chavela Vargas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jesus Gonzalez
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7
29 de noviembre de 2016
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Olvidemos la guerra por un día” dice Marianne (Marion Cotillard), justo después de que un bombardero alemán se estrelle en el patio trasero de su casa. Olvidémonos de todo menos de nosotros, parece querer decir, en un grito desesperado camuflado por la imperturbabilidad de su bello y frío rostro. El gesto de conformidad de Max (Brad Pitt) deja entrever que, al otro lado del espejo, todo en su interior es caos, pues la única certeza que conocía ha desaparecido, raptada por la duda de que su mujer, su aliada vital, sea en realidad una espía enemiga.

Robert Zemeckis intenta algo prácticamente imposible en Aliados (2016): viajar en el tiempo para trasladarnos al thriller clásico de espías en sus mejores años, los de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en Casablanca (1942), ciudad que engloba la primera mitad de la cinta. Allí surgirá la alianza romántica y pasional entre Max y Marianne, fingiendo ser marido y mujer para atentar contra un alto cargo alemán sin levantar sospechas. La manera en que Zemeckis aborda el clímax de esta entrega mutua y temeraria, con la cámara trazando círculos alrededor de un coche engullido por una tormenta de arena mientras la pasión se desata en su interior, crea un momento poderoso y bello que, por instantes, alcanza las cotas de romanticismo de antaño.

No será el único momento con tales características —perseguidas durante todo el film aunque alcanzadas solo de manera puntual— lo que demuestra que el director estadounidense mantiene el virtuosismo visual y narrativo tradicional, combinándolo de manera brillante con un despliegue formal abandonado al preciosismo digital de nuestro tiempo: Los terribles bombardeos en momentos clave de la trama; la precisa coreografía de las escenas de acción más violentas; o el recurrido juego de espejos para ilustrar el desbarajuste de identidades. Todo denota un profundo respeto por el clasicismo cinematográfico sin dejar de permitir a Zemeckis experimentar con la evolución plástica de su obra.

El contexto elegido, la segunda guerra mundial, engalana una bella y triste historia de amor que profundiza en aquello que funciona como verdadero sostén de las relaciones: la más pura de las verdades. La búsqueda de Max, ansioso por demostrar que esa verdad existe, posee buen ritmo y tensión, a pesar de alejarse del impacto y la sorpresa, demostrando que cuando el guion está bien construido —aunque peca de impostura en el diálogo—, todo fluye con naturalidad, hasta desembocar en un precioso y agónico final que, de nuevo, parece traer la nostalgia y la melancolía de un cine ya pasado para disfrute del espectador romántico.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jesus Gonzalez
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7
18 de mayo de 2016
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una interesante y tensa reflexión acerca de los conflictos que arrastra la guerra moderna, lo descabellado que resulta la asunción de sus daños colaterales y el falso cobijo moral que ofrece la siempre problemática cadena de mando.

Ofrece una visión muy amplia (tanto a nivel político, como judicial y militar) de una misión de guerra de corte más bien minimalista, lo que juega a su favor a la hora de resultar efectista y contundente como ejercicio de ética atractivo para el espectador.

Además, la demoledora frase que nos regala Alan Rickman en su despedida bien vale el visionado de la cinta: "Don´t ever tell a soldier that he doesn´t know the cost of war". Eterno.
Jesus Gonzalez
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8
24 de marzo de 2016
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En “El Regreso del señor de la noche” (1986), una de las mejores obras de cómic art según el mismísimo Stephen King, Frank Miller proporcionaba a los amantes de la ficción lo que demandaban por aquel entonces: un nuevo héroe. Tras la espectacular eclosión del universo Marvel, el cine de superhéroes está cobrando una nueva dimensión en el panorama cinematográfico contemporáneo, una dimensión más grande, vistosa y compleja; pero en la que empiezan a cometerse los mismos errores en los que caían los cómics más clásicos, empecinándose una y otra vez en usar los mismos tópicos envarados, con básicamente las mismas situaciones exageradas hasta la saciedad, como si el molde implantado por Marvel se mantuviese inalterable de una película a otra, por más que sus directores hayan intentado cambiar en mayor o menor medida ese hecho.

En “Batman V Superman: Dawn of Justice”, Zack Snyder sigue empeñado en ser fiel a sí mismo, lo cual le lleva a cometer los mismos errores de siempre, destacando la falta de sutileza emocional y la floja coherencia y cohesión argumentativa. Incluso parece no confiar en el público y a veces repite sobremanera las ideas que quiere transmitirnos, pero todo ello es perdonable si tenemos en cuenta que Snyder es un autor. Sus películas son indiscutiblemente suyas, y lo son gracias también a sus errores, evitando caer en un cine moribundo y estéril. Aunque aquí seguramente su trabajo haya sido supervisado y cercenado por DC Entertainment, sigue respirando la valentía y la determinación creativa (y en ocasiones experimental) de su director, ofreciendo una catarata de imágenes con un potencial visual innegable.

Dejando a Snyder a un lado, la mitología que rodea el enfrentamiento entre Batman y Superman es muy interesante. Como dos justicieros enfrentados por ideales ligeramente diferentes y por orígenes antagónicos y a la vez semejantes. El Batman de Ben Affleck evoca inevitablemente al dibujado por Frank Miller en el 86, un Batman algo mayor, más taciturno y aún atormentado por los demonios de su pasado, que le incitan desde su interior a abandonarse a la noche y combatir los nefastos recuerdos del asesinato de sus padres vistiendo la capa negra y el símbolo del murciélago. Pero también es un hombre cansado, temeroso por el nuevo curso que parece tomar su realidad, a la que esquiva gracias a la bebida.

Superman, interpretado por Henry Cavill como un Dios alienígena venido del espacio, es odiado por los que se corrompen ante aquello que desconocen, buscando poner límites a un poder formidable. Pero también es adorado por otros que edifican estatuas en su nombre, considerándole como un símbolo inequívoco de esperanza. Es un Superman diferente a todos los que habíamos visto antes. Es quizás el Superman más humano de todos porque duda y comete fallos. Porque se preocupa por un árbol y deja de ver el bosque. No siempre es omnipresente y tiene debilidades. Las referencias a la religión cristiana ya abundaban en “Man of Steel” cuando se nos presentaba a un Superman de 33 años pescador, y aquí se repite la idea, a veces con mayor acierto, y otras con menos, pero por temor a cometer spoilers importantes, voy a obviarlo de la crítica.

Realmente es una pena que, finalmente, la película solo desarrolle este enfrentamiento en parte, alimentado siempre por los hilos perversos de Lex Luthor (Jesse Eisenberg) un personaje histriónico y excéntrico, en el que se adivinan ciertos traumas pasados y una clara y peligrosa psicopatía. También es una pena que el clímax final vuelva a parecerse tanto al hueco de ese molde industrial que domina aún el mundo cinematográfico, más aún cuando la aparición de “Doomsday” fue desvelada tempranamente en el tráiler, eliminando toda sorpresa. Otra sorpresa, aunque positiva, es la aparición de Wonder Woman (Gal Gadot) una auténtica roba-escenas de las que esperamos mucho de cara al futuro universo DC.

Todavía conservo la esperanza de que Snyder, o algún otro autor comprometido con este maravilloso universo, consiga darnos lo que ansiosos volvemos a demandar: un nuevo héroe. Lo que me temo es que no estemos preparados para ello.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jesus Gonzalez
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8
1 de marzo de 2016
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1978, justo antes de realizar "Halloween", John Carpenter escribió y dirigió un telefilm de bajo presupuesto llamado "Someone´s watching me!". La película, pura intriga con tintes hitchcockianos, pasó totalmente desapercibida al estrenarse exclusivamente para tv, convirtiéndose en la película perdida de Carpenter. Obviamente había que verla.

Menuda sorpresa me he llevado al descubrir esta joya. Un festín voyeur dirigido con un gusto exquisito que juguetea con elementos que posteriormente desarrollará el propio Carpenter en sus films, como la amenazante omnipresencia del asesino, la relevancia de los personajes femeninos o el sentimiento de claustrofobia constante y una obsesión paranoica con la identidad psicológica del ser humano.

En este caso, es el propio acosador el que muestra síntomas claros de trastorno en sus conductas, empecinado en aterrar a chicas jóvenes a las que observa a través de un flamante telescopio plateado con la única intención de provocarles el mayor daño posible antes de acabar con sus desdichadas vidas. Esta construcción del malvado no es con lo único que experimenta Carpenter. El uso de la cámara en primera persona y el movimiento humano que se le añade, consigue trasladar toda la tensión de la guapísima Lauren Hutton al espectador de manera brillante.

A Brian De Palma seguro que le gusta esta película, y a Jaume Balagueró, director de "Mientras Duermes" (2011), también. ¡Y a mi, ni dudarlo!
Jesus Gonzalez
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