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España España · Salamanca
Críticas de La Maga
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Críticas 190
Críticas ordenadas por utilidad
8
8 de marzo de 2007
4 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kim Ki-Duk, director de Primavera, verano, otoño, invierno…primavera, se confirma con este cuento de hadas como uno de los creadores más personales y renovadores del cine actual. Un Lancelot, una Ginebra y un Arturo contemporáneos metáforas de la negación del orden establecido de lo real. Una oda al amor silencioso, a los amantes que se arriesgan por encontrarse y delimitar su propio espacio onírico. Definitivamente, hierro 3 es uno de los palos que menos se utilizan en el golf, y Kim Ki-Duk es un poeta convertido en director de cine.
La Maga
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7
24 de septiembre de 2006
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Relaciones de amor y odio en un marco histórico necesitado de renovación educativa.
Con Alejandro Magno, Oliver Stone nos da otra lección de historia, mostrándonos la figura de un visionario, y aprovechando para colarnos todo un manifiesto político acorde con los tiempos que corren.
Es de agradecer que en la actualidad haya todavía cineastas que se arriesguen y no se dejen amilanar ante el puritanismo reaccionario de sus propios países. Polémicas aparte de unos cuantos mojigatos ante la bisexualidad manifiesta, las discutibles incorrecciones de rigor histórico no deberían impediros disfrutar de esta compleja epopeya, no apta para algunos de los que degustaron Troya (Alejandro Magno sólo contiene dos batallas en tres horas y huye de todo infantilismo de guión). No son sus batallas de lo mejor que últimamente se haya llevado a cabo, ni ayuda en demasía la solemnidad enfática que produce el intento por imitar la retórica homérica, pero lo que no se le puede negar al director en esta crónica lineal es su profundidad en el recorrido de un guerrero víctima de la ambición desmedida por dominar y unificar el mundo. Ya lo dice el anciano rey Tolomeo (excelente conductor narrativo Anthony Hopkins) desde su florida Alejandría, mientras dicta la dimensión heroica de su señor a un escribano: “los soñadores acaban por agotar”. Desde su infancia, instruido en la lucha y la virtud (Aristóteles), desde la cueva sombría donde su padre Filipo (Val Kilmer en uno de sus mejores papeles hasta la fecha) le enseña los frescos de la mitología griega, desde la batalla de Gaugamela, donde derrota a Darío, Alejandro Magno (convincente Collin Farrell a pesar de su rubio teñido, deja claro que es un actor capaz de interpretar lo que le echen ) se irá dando cuenta de que la gloria implica sufrimiento, el destino es una fuerza irrevocable y los dioses se asemejan a los humanos cuando se dejan dominar por las pasiones.
Subrayada la carnalidad del héroe, alejada de todo hieratismo, quizás fuese discutible su voluntad de liberar a los pueblos bárbaros de sus tiranos e instaurar la libertad. No obstante, lo que sí queda clara es la personalidad de un sujeto capaz de llorar por sus hombres en el campo de batalla, que trascendió lo histórico para alcanzar lo mítico (Aquiles, Hércules y Prometeo son una constante referencia), y halló la soledad en el declive de la razón, pues sus ideas se adelantaron a su tiempo. La violencia, característica en todo el cine de Oliver Stone, cobra aquí la forma de personajes con sentimientos contradictorios, desde el proteccionismo calculador de una madre, la posesiva Olimpia (un acierto la elección de Angelina Jolie a pesar de la nimia diferencia de edad), carnal y estilizada, que desea vengar al padre a través del hijo, hasta el acólito Efestión, símbolo de la amistad y la admiración ciegas. Relaciones de amor y odio en un marco que ya hablaba de la necesidad de adaptación de la educación de los pueblos ante el avance de la Historia.
La Maga
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2
1 de abril de 2007
7 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jaume Balagueró fracasa estrepitosamente en su segunda incursión en el género de terror.
Uno abandona la sala tras contemplar Darkness con una expresión de indiferencia y con la sensación de haber visto repetidas veces la misma historia. Hace apenas tres años, Jaume Balagueró debutaba con Los sin nombre (1999). Perduraba un recuerdo agradable y prometía un seguimiento merecido. En aquella ocasión, disponía de un punto de partida bastante sólido: la desaparición de una hija. Contaba con algo a que agarrarse, y a partir de ahí desarrollaba con pulso firme y curioso estilo un guión tramposo, pero atractivo hasta la última escena.
Nula originalidad
En un género maltratado por los efectos especiales durante las últimas décadas, se echa de menos un tratamiento más serio y no recurrir a los mismos argumentos. Estereotipos del tipo casa encantada que hace la vida imposible a sus inquilinos han llegado a un punto que no dan más de sí. Ahí están las fantásticas La leyenda de la mansión del infierno (John Hough, 1973) o Poltergeist (Tobe Hooper, 1982) para ridiculizar a las propuestas con las que siguen bombardeándonos. Si en Los sin nombre el director tenía una buena base en la que apoyarse (una novela de Ramsey Campbell), en esta ocasión pretende sostener su obra con un reparto internacional (desaprovechados Lena Olin y Anna Paquin) y el abuso de sus virtudes.
Golpes de efecto
Jaume Balagueró se ha olvidado por completo de la trama, ha parido su planteamiento desde la nada, y ha querido enriquecer a sus personajes situándolos en escenas donde poder acompañarlos con su estilo visual. Y la apuesta le ha salido fatal, ya que el efectismo no asegura el éxito, salvo que nuestras inquietudes cinematográficas se encuentren bajo mínimos o asistamos a una maratón de serie B. Esta vez la estilización no nos sugiere nada, no ha hecho aparecer nuestros propios miedos. Gracias a la austeridad de su estilo consigue manipular e implicar al espectador, mas sólo en aquellos momentos en los que su puesta en escena cobra protagonismo (en el coche, el primer ataque en la casa, en el túnel). Todo esto no salva un ejercicio de topicazos y un guión hueco.
La Maga
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7
8 de marzo de 2007
4 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se une Rosario Tijeras a la pléyade cinematográfica de símbolos colombianos habidos en los últimos años. Ya lo fueron en su día las protagonistas femeninas de La vendedora de rosas (1998), La virgen de los sicarios (2000) y María, llena eres de gracia (2003), todas ellas representantes de esa Colombia del Cártel de Medellín de Pablo Escobar, años 80, donde la violencia se trasladaba sin parangón de narcotraficantes a terroristas, de cuerpos policiales a paramilitares, de sicarios a inocentes. Pero ahora la antiheroína llega con más furia que nunca (ya es la película más taquillera de todo la historia del cine colombiano), pues lo hace con el rostro de Flora Martínez (próximamente en Todos amamos a Gloria Cole, de Manuel Lombardero), actriz de portentosa belleza, que al igual que su compatriota Angie Cepeda, se cultivó en la materia prima colombiana por antonomasia, las telenovelas, y ahora demuestra que el talento no sabe de curvas.

Emilio Maillé asienta su debut como director en tres bazas ganadoras de antemano: el best seller de Jorge Franco Ramos, las ganas del público latinoamericano de ver historias propias contadas por gente suya, y la presencia arrolladora de su Rosario, o el lado femenino en la descomposición moral de un país. Es tan contundente, provocadora y sensual la interpretación de Flora Matínez que uno corre el peligro de no ser objetivo, de dejarse llevar por la explosiva mezcla de asesinatos, marginalidad y triángulos amorosos (desde Báilame el agua, Unax Ugalde es, pese a su fingido acento paisa, el perfecto amigo enamoradizo; ojo a sus palabras, sus silencios y su mirada, contención y emoción van de la mano). Pero la realidad es otra, la dirección entremezcla honestamente, a través de una narración fragmentada, dos conceptos, la violencia: “Yo no soy de nadie, ni de mi mamá soy. Lo digo y lo digo y no me escuchan, ¿lo querés por escrito? ¡RES (bang) PE (bang) TO (bang)!”; y el amor: “Emilio me dijo una vez que me seguiría hasta el infierno. No entendió que lo que yo quería era ir al cielo.” Y es esta mezcla la que dota a la cinta de una especial atracción. El guionista (Marcelo Figueras, Plata quemada, Kamchatka…) y el compositor (Roque Baños, La flaqueza del bolchevique, El maqinista…) lo entienden a la perfección, pues se amoldan a esta estructura con sutil coordinación. En el fondo, lo que menos importa es saber por qué se arresta, se suelta o mata a Rosario Tijeras, sino disfrutar de lo mortal de sus besos, del poder que irradian las escenas que la acompañan. Como ese paseo funerario a ritmo de lágrimas, tragos y música tropical, que nos envuelve en deseo, desilusión y desesperanza. Lo marginal, en venta.
La Maga
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5
17 de octubre de 2006
10 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
No seré yo quien vuelva a recordaros el talento de uno de mis directores predilectos, pero desde ahora, os aviso. Basta adentrarse en El laberinto del Fauno para darse cuenta de la diferencia abismal que existe entre un simple aficionado freak y un maestro del cine fantástico como M. Night Shyamalan. Las comparaciones resultan odiosas a la par que inevitables. Más cuando uno sale de la sala y se siente estafado. Ya desde los festivales, la última película de Guillermo del Toro venía siendo alabada a bombo y platillo por nuestros medios de comunicación, críticos más reputados incluidos. Y me huele a chamusquina que apelativos tales como impresionante, extraordinaria, inquietante o deslumbrante sólo pueden responder a dos motivos: o el autor mexicano goza de buenas amistades, o hay dinero español de por medio, y parece ser que mucho, a tenor de la falta de objetividad habida en nuestras cabeceras más internacionales.

El director de la simpática Hellboy vuelve al contexto de la Guerra Civil Española como ya hiciera en El espinazo del diablo. Pero en esta ocasión la palabra equilibrio ha desaparecido de su diccionario. Que no os engañen, El laberinto del Fauno es un largometraje sobre la inmediata posguerra con pinceladas fantásticas, y no al revés. Es cierto que quizás sea su cinta más lograda desde un punto de vista artístico (planificación, fotografía, música, logros técnicos, diseño de producción…), que su narrativa, sin las imposiciones de los estudios, haya alcanzado una sutil dirección (el guión está muy bien administrado). Pero valerse de la crueldad explícita para revelar el auténtico trasfondo de los cuentos de hadas, perderse y no definirse entre la reinvención y la repetición (Ofelia es un trasunto de Alicia y Dorothy con zapatos de charol negros, hay puertas secretas fabricadas con tiza como en Bitelchús, laberintos como en el desenlace de El resplandor, nanas como en La semilla del diablo, etc, etc…), y dar una visión sesgada, doctrinaria y estereotipada de la historia (para luchas entre fascistas y maquis mejor ver Silencio roto, y para maquis y fantasía, El espíritu de la colmena), no ayudan a proteger su descompensada y lúgubre belleza, su falta de emoción. El creador de Blade 2 disfraza su pesadilla (en un mundo insoportable por su violenta realidad ni siquiera es posible recluirse en realidades paralelas) con elementos llegados directamente del video-club, y eso en mi pueblo significa ser poco original, o un copión.
La Maga
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