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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Críticas de Normelvis Bates
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Críticas 185
Críticas ordenadas por utilidad
3
20 de mayo de 2013
9 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Menudo culazo el de Jack Scalia. Y qué brazos: gruesos, fibrosos y perfectamente depilados. Allí donde el pelo crece y se reproduce a su antojo, sin embargo, es sobre su hermoso y privilegiado cráneo de científico de primer orden mundial. Sedosa, brillante y encrespada, su esplendida melena corona un cuerpo macizorro en el que la cámara se recrea, con justicia, siempre que hay un segundo muerto, lo que equivale a decir, minuto arriba, minuto abajo, la mitad exacta del metraje.

Lo malo del caso es que no se puede tener todo. Cuando uno se pasa tantas horas en el gimnasio y en la pelu y durmiendo hasta las tantas, lo normal es que la calidad de tu trabajo se resienta. Y si tu curro consiste en diseñar submarinos atómicos de última generación, no resulta extraño que acaben siendo unos churrazos de aquí te espero. De entrada, los nombres que se te ocurren para bautizarlos resultan, por decirlo de algún modo, discutibles. Porque no sé yo si Sirena es un nombre muy apropiado para un sofisticado artefacto nuclear, capaz de borrar Alemania de la faz de la tierra, ay, Merkel incluida. A lo que a mí me suena es, no sé, a supercrucero de Barbie o a peluche de Tarta de Fresa. En todo caso, a algo rosa, suave y blandito.

Como era de esperar, el Sirena se desvanece en el océano, ¿y a quién deciden enviar en su búsqueda? Efectivamente, al Sirena 2. Cojonudo. Bravo por el guionista. Jack, que de rescates bajo el agua sabe un huevo, se enfunda la ropa más apropiada para el caso (tejanos prietos y ceñidísima camiseta de tirantes) y se arroja de cabeza hacia el interior de su amada criatura, que resulta ser –no podía ser de otro modo- un cacho de hojalata amarilla, cuya, ejem, estilizada silueta haría partirse de risa al mismísimo Narcís Monturiol.

Una vez en el vientre de su sirenita, salta a la vista que a lo que se enfrenta realmente Jack no es a una aventura claustrofóbica en el fondo del mar con bicho maligno incorporado, en la línea de “Alien”, “Abyss” o “Leviathan”, sino a una especie de precuela ochentera de “Supervivientes” o “Gran Hermano”, tal es la cantidad de golfos y majaderos que allí se amontonan, ex de Jack incluida. La buena noticia es que entre la tripulación no está Mercedes Milá, lo cual siempre ahorra algún que otro susto a la hora de usar la ducha. La mala es que está Pocholo. La buena noticia es que su rubia pelambrera es la primera en desaparecer. La mala es que hay que esperar una hora larga antes de que el resto de la tropa críe malvas, y nunca con la crueldad que todos piden a gritos desde el primer fotograma de la peli.

Claro que, en vista de que las terroríficas criaturas a las que se enfrentan son unos abejorros cabezones de plástico comprados en el chino de la esquina y unas algas trangénicas algo chungas, casi habría que considerar un milagro que vayan cayendo uno a uno y no vuelvan tan campantes a la superficie, bien asidos al pétreo culo de Jack Scalia, cuyas inacabables virtudes no nos cansaremos de glosar…
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Normelvis Bates
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1
1 de septiembre de 2009
20 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muy pocas veces antes había tenido un director español una oportunidad como la que tuvo Juanma Bajo Ulloa hace ya 13 años de hacer algo realmente grande: un presupuesto de 500 millones de las pesetas de entonces, un amplísimo elenco de excelentes actores y otros rostros populares y un par de películas que, sin ser ni mucho menos redondas, sí dejaban entrever el talento y la personalidad suficientes como para hacer presagiar una carrera razonablemente productiva e interesante, cuyo siguiente jalón –pensaba el ilusionado cliente mientras pasaba por taquilla- debía ser ‘Airbag’.
Una vez en la sala, y pasados apenas veinte minutos de proyección, uno empezaba a bajar de la nube. Y es que ‘Airbag’ no tarda mucho más de ese tiempo en revelarse como un producto tan despampanante y visualmente logrado como impersonal y mediocre, sostenido tan sólo por un guión –y así lo llamamos por pura convención lingüística- decididamente estúpido y caótico, construido sobre la mera acumulación de situaciones supuestamente graciosas, chistes trillados y bobos y recursos tan antiguos como, al parecer, efectivos –caca, culo, pedo, pis, etc., etc., etc.,- para provocar la carcajada del modo más tosco y facilón, que acaban por agotar la paciencia de quien, sintiéndolo mucho, no se contenta con la tarta estampada en la cara o las glándulas mamarias de nadie, por generosas o apetitosas que éstas o aquella sean.
El film muestra, por otro lado, una irritante tendencia a la imitación –que no homenaje o parodia-, burda y epidérmica, de los tics, diálogos y recursos visuales de una serie de directores cuyo nombre sería, a estas alturas, ocioso reproducir aquí, y que con parecido material de derribo, algo de inteligencia y los bolsillos considerablemente menos repletos lograron filmes mucho más honestos, consecuentes y divertidos que éste.
Porque lo que le sobra a ‘Airbag’ es, en resumidas cuentas, ese aire pretencioso y engolado de repipi enciclopedismo cinéfilo y la falta de honestidad de quien, bajo un brillante envoltorio visual y una apariencia de producto supuestamente contracultural y subversivo, lo que camufla en realidad no es sino la españolada – en el sentido más peyorativo del término- de toda la vida, la excusa perfecta para que aquellos a quienes avergüenza admitir en público su debilidad por el cine de Esteso, Ozores o Landa –que, dicho sea de paso, nunca pretendieron engañar a nadie- pasaran de nuevo por taquilla, disfrutaran y lo contaran después a viva voz. Bien mirado, tal vez sea ése y no otro el secreto de su éxito.
Normelvis Bates
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8
24 de noviembre de 2013
36 de 74 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es mi última crítica en FilmAffinity, y es a la vez una suerte y una lástima que así sea.

Es una suerte porque escribo estas líneas después de haber recuperado un ritual que seguí durante años y que hasta ayer creía perdido para siempre, el de ir al cine en buena compañía a ver la última de Woody Allen y salir de la sala reconciliado con la vida y agradecido por la enorme fortuna que ha supuesto para mí el haber podido disfrutar, durante años y años, del talento de uno de los contados artistas que le van quedando al cine. Que mis últimas palabras en FilmAffinity tengan como excusa una película de Woody Allen, y que, además, sirvan para constatar el regreso del mejor Allen, es algo que me basta para mantener el ánimo alto durante todo el día.

Ahora es cuando debería hablar de la película, de su argumento hábilmente desplegado, de sus avances y retrocesos en el tiempo, del as en la manga que se guarda Allen para dar, en los minutos finales, una ingeniosa y sutil vuelta de tuerca al sentido global de la peli. Podría escribir acerca del talento descomunal que Allen ha demostrado en incontables películas para ofrecer delicados y hondos retratos femeninos, de esa Jasmine French que pasará, sin duda, a formar parte de su galería de personajes memorables. Podría hablar del sensacional trabajo de Cate Blanchett y del poco suspense que habrá este año en la gala de los Oscars a la hora de dar el premio a la mejor actriz: será suyo. Podría repasar el excelente trabajo del siempre infravalorado Alec Baldwin, o celebrar el regreso a lo grande de ese entrañable zoquete llamado Andrew Dice Clay, o dedicar algún chiste a la ausencia de Lady Pe, o mostrar mi alegría porque Allen haya cerrado su mediocre tour europeo y haya regresado a las calles de Manhattan y San Francisco.

Pero no lo haré. Porque ya he dicho que, además de una suerte, es una lástima que sea esta peli la última que comento aquí. Y si es una lástima es porque cierro voluntariamente cuatro años en los que no sólo me he divertido escribiendo acerca de algo que ha llenado y seguirá llenando buena parte de mis días, sino porque gracias a mi paso por aquí he entrado en contacto con gente extraordinaria, con los que he compartido tan buenos momentos y de los que he aprendido tanto que sería tarea inútil tratar de agradecérselo. Tipos como Quim, Xavi, Nacho, Héctor, el misterioso señor Talibán y tantos otros con los que comparto una pasión que, tranquilos, sigue encendida y que, todavía, iluso de mí, espero compartir algún día entre risas y cervezas, en Polonia o donde sea. Gracias, gracias, gracias mil a todos.

Gracias mil también a quienes, de un modo u otro, me han hecho saber que alguno de mis textos les había interesado. Cuando uno empieza a llenar de palabras una página en blanco no sabe muy bien si esa tarea sirve para mucho más que para hablar solo, para contarse a uno mismo lo que cree haber visto sobre una pantalla unas horas o unos días atrás. A quién le puede importar, se dice uno a veces. Saber que sí le sirve a alguien, que en cualquier lugar y momento alguien se ha tomado la molestia de leer esas palabras escritas a solas y abandonadas a su suerte en una red inmensa y plagada de mensajes casi idénticos y que, después, esa persona se siente además impulsada a ponerse en contacto contigo para decírtelo es, de largo, lo más misterioso y reconfortante que me ha dado FilmAffinity.

Sólo por eso ya habría valido la pena haber pasado por aquí.
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Normelvis Bates
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7
19 de marzo de 2013
13 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mundo está lleno de misterios, aunque algunos no tengan mucho interés y sean más bien aburridos. Fijaos en mí, sin ir más lejos. Un salido con al menos cuatro cuentas abiertas en este chiringuito decidió que debía montármelo con él y optó por el viejo truco de la pastilla de jabón, a ver si picaba y me agachaba a recogerla. A mi florecilla enamorada se la ve tan ofuscada que es incapaz de trenzar más de cinco líneas seguidas, lo cual me lleva a pensar que escribe sus, ejem, críticas con una sola mano mientras con la otra, cómo decirlo, se solaza pensando en mí. Y eso, aunque en el fondo me halague, me parece una auténtica guarrería: yo sólo trato con auténticos caballeros.

Pero ése no es el misterio. El misterio está en que en esta casa saben lo de mi admirador secreto y lo de su amor a desenfundar el fusil (el otro, no malpenséis) y lo de los mensajes (que harían las delicias, me imagino, de su adorado Fritz Lang) en los que me desea el exterminio a manos de los nazis, y lo de que haya pelis en que la mitad de las críticas sean suyas*, y poco hacen al respecto. Lo han echado de aquí varias veces, por copión y manipulador, pero siempre acaba volviendo, camuflado bajo un nuevo disfraz, para mandarme besitos en forma de voto negativo. Es comprensible, sin embargo, que mi asuntillo con mi amante cuadruplicado les pase inadvertido. Estarán muy ocupados recriminándole al sufrido autor de una crítica de (spoiler1) que haya revelado que (spoiler 2) muere (spoiler 3). Qué importarán unas cuentas más o menos. Calderilla.

En fin, el misterio de esta peli tampoco es que sea gran cosa, aunque mi groupie se espatarre como un arco iris ante ella como lo haría ante Ron Jeremy y le casque ahora un 9, ahora un 10 (según en qué cuenta mire uno), entre gemidos de placer. Será por el macizo George Maharis. Será porque vota hinchado de morapio como Ian Gillan o nadando en jaco y farlopa como el pobre Tommy Bolin. No sé. A mí no me ha parecido gran cosa. Una función correctita y en general bien llevada por el estupendo artesano John Sturges y con la siempre agradable presencia de Dana Andrews, Richard Basehart o la adorable Anne Francis, que peca de estirar y estirar el argumento hasta que, a base de mascarlo y hacer globitos, el chicle pierde sabor y acaba uno tirándolo sin pena a la papelera.

Lástima que los guionistas cobraran a tanto el kilo, porque la cosa podría acabarse más que dignamente hacia el minuto 50: un buen par de guantazos o una bala entre ceja y ceja y esos villanos plastas y desnortados, que cuando las cosas pintan bastos se limitan a ir chuleando con un frasquito letal en las manos, se iban con viento fresco a freír espárragos. Y saber que en la cocorota de Ed Asner hubo una vez algo parecido a pelo, aunque tenga su gracia, tampoco es que convierta esta peli en una obra maestra. Eso sería como comparar a Justin Bieber con Ritchie Blackmore. O a Ronnie James Dio con el enanito Cascarrabias. Por poner un par de ejemplos, claro.
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Normelvis Bates
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6
17 de septiembre de 2013
19 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuenta una de las tantas leyendas apócrifas que circulan por el mundo del rock que a Jimi Hendrix le preguntaron un día qué se sentía al ser el mejor guitarrista del mundo. “No lo sé”, habría contestado al parecer Hendrix. “Eso deberías preguntárselo a Rory Gallagher”. Sea cierta o falsa la anécdota, la verdad es que, en 1972, Rory fue elegido el mejor guitarrista del mundo por los lectores de la revista “Melody Maker”, por delante de músicos de la talla de Jimmy Page, Eric Clapton o Pete Townshend. En el décimo y último lugar de esa lista figuraba Ritchie Blackmore, al frente todavía, por aquel entonces, de Deep Purple.

A pesar de su bien ganada fama de borde y ególatra, Blackmore no sólo no se tomó mal el resultado de la votación, sino que, a lo largo de los siguientes años, no dejó de deshacerse en elogios hacia Rory, con quien compartió escenario no pocas veces y al que llegó a llamar “el artista definitivo”. Y eso sí, seguro, no es una leyenda: ahí está, escrito en letras de imprenta, para quien quiera o sepa leerlo.

Ritchie Blackmore es, también, uno de los muchos nombres de guerra usados en el pasado por cierto usuario de FA (*), reiteradamente expulsado de aquí por, entre otras cosas, fusilar desde múltiples cuentas las críticas ajenas e hinchar los votos positivos de sus misérrimos teletipos de cinco líneas, insultar y amenazar a otros usuarios a través de críticas o mensajes, o copiar textos de carátulas de DVD y páginas web y hacerlas pasar por propios. Cuando esto ocurre, tiene uno que avisar para que desraticen y desinfecten el lugar. A veces es lento y enojoso, pero, al final, el agua acaba siempre cayendo cañerías abajo, arrastrando a esta sabandija de regreso a las cloacas. Al menos, durante un rato.

El plasta ha vuelto, sí, y con él sus grumosos anacolutos, sus provocaciones de parvulario, su deplorable ortografía, sus machaconas peroratas hediondas de pacharán. Qué le vamos a hacer. Así como Blackmore lleva años y años perdido en el país de los Pitufos, así vive nuestro hombre, atrapado en un extraño mundo en que una fruslería como ”El único testigo”, que en un mundo normal no sería sino un simpático pero estereotipado y plano producto de serie B, repleto de situaciones inverosímiles y rodado sin ningún tipo de distinción, es elevada a la categoría de obra maestra absoluta. Será por esos polis que entran en la casas sin orden de registro y se llevan máquinas de escribir por la jeta. O que en un visto y no visto le meten a uno a empellones en un frenopático. Que vayan tomando nota, en todo caso, los capos de FA: si hicieran como esos maderos, qué rápido se acababa el problema.

En fin, a diferencia del farsante que usurpó su nombre, el auténtico Ritchie Blackmore sabía quién era el mejor guitarrista de todos los tiempos. Y a no ser que os llaméis Ana y os apellidéis Botella, todos podéis saber qué nombre gasta ahora el pichoncito que se muere por mis huesos y que nunca, nunca, nunca acepta un no por respuesta (**).
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Normelvis Bates
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