Que no, es que no me ha enganchado en ningún momento. Vaya historia y argumento se han montado para semejante película. Y lo de ver a Eduardo Noriega con gafas y cara de paleto es digno de mención aparte.

Pero, empecemos por el principio, la película narra la historia de un grupo de traductores casi “secuestrados” que deben traducir la última entrega de un best-seller mundial. A partir de aquí, el secretismo por ser el primero en descubrir qué pasará y porque nadie se vaya de la lengua hará a sus responsables que conviertan el lugar en algo parecido a un búnker.

Con el auge de ‘Juego de Tronos’, se podría haber aprovechado muy bien el tirón y haber vendido algo semejante, pero el problema principal es que en ningún momento nos hacemos eco de la magnitud de la novela que están traduciendo.

Luego están los giros argumentales, rebuscados, que buscando la gran sorpresa que nunca llega terminan haciendo que el film caiga en la monotonía, el sopor y que termina por hastiar de lo lindo al espectador (sinceramente, roza el absurdo en más de un momento). Solo el personaje del editor es el que realmente parecía interesante. El grupo de traductores es de lo más normalito.

Ni la belleza de Olga Kurylenko levanta esto.

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Estamos ante un claro ejemplo de cómo un corto no explota del todo el potencial del argumento. Nos trasladamos hasta un futuro en el que los recursos están controlados por los ricos y tener hijos está prohibido por el Estado. Así, el protagonista es un policía encargado de controlar la población el que se verá enfrentado a una situación que le hará replantearse sus valores. Al corto le falta tiempo para explorar más ese futuro distópico que nos menciona y se queda muy a medio gas.

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Aunque tiene un prólogo que chirría con el conjunto final de la película (y, ojo, puede tener una lógica y un sentido según se desarrolla la historia), ‘La Invitación’ es una de las películas que más mal rollo me ha dado durante su proyección. En el momento en el que el protagonista y su pareja llegan a la susodicha fiesta donde se va a desarrollar el resto del metraje, puedes notarlo e, incluso, sentirlo: se palpa algo extraño en el ambiente.

Con un reparto plagado de rostros semidesconocidos (Logan Marshall-Green) y otros que solo les sonarán a los más cinéfilos (el siempre desconcertante John Carroll Lynch), sin prisa pero sin pausa, Karyn Kusama va creando una atmósfera extraña alrededor de la fiesta. Hay momentos en los que saldrías corriendo y otros en los que te quedarías para ver qué más sucede en esta, aparentemente inocente, reunión de amigos. Hasta que sucede lo inevitable.

La Mejor película del Festival de Sitges bien merece un vistazo. Os aseguro que no os dejará indiferentes.

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Aventurarse a ver una película sin haber leído ni visto nada de ella es lo mejor que podéis hacer en vuestra vida. Más allá de las expectativas que había generado de cara a la próxima entrega de premios Goya, ‘20.000 especies de abejas’ era un filme desconocido para mi que ha sabido jugar muy bien sus cartas para ganarse un sitio en mi corazoncito.

Esta «vuelta al pueblo» que propone su directora, Estibaliz Urresola Solaguren sirve, además, como perfecta alegoría sobre el matriarcado. La historia de la familia, desde el arranque hasta su desenlace ha sido un viaje de descubrimiento estupendo. De la mano de Estíbaliz y rodada de forma que pareciese casi documental, su director es capaz de conseguir buenas cuotas de dramatismo en una historia que, más allá de su tema principal, parece no esconder nada y es de esos filmes que tienen un par de capas por encima bien cuidadas.

Porque Estibaliz Urresola está a las antítesis de la idolatrada Carla Simón, al que me vais a permitir que azuce un poco por el simple hecho de que Estibaliz es capaz de contar una historia y de sumergirte en ella, a diferencia de la pesadez que provoca la señora Simón.

‘20.000 especies de abejas’ es de esas películas que hay que ver y que comentar, porque seguro que genera más de dos o tres debates.

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Soy joven para recordar tan siquiera haber visto ‘Viven’, pero no lo suficiente como para no haber oído hablar de la hazaña de estos jugadores de rugby perdidos en la cordillera de los Andes. Bayona decide volver a adaptar la tragedia y milagro de lo sucedido allí de la mano de las personas que sobrevivieron y, de paso, homenajear a cada uno de los que fueron cayendo en tan larga travesía.

‘La sociedad de la nieve’ supone el trabajo más maduro de Bayona hasta la fecha, siendo capaz de hacer relucir todas las grandes virtudes del cineasta y que ya se intuían en su anterior película de catástrofes naturales: ‘Lo imposible’.

El director sumerge al espectador en la historia de tal forma que, en un momento dado miré alrededor para mentalizarme de que estaba sentado en el sofá de mi casa tapado con una manta, no en los restos del avión. Bayona consigue narrar el suceso de tal forma que me creo uno más de los que estaban allí y vamos de la mano de los distintos narradores (Numa, Nando, Roberto…) durante los angustiosos días que iban sucediéndose sin que nadie les encontrara… obligados a alimentarse de los restos de sus compañeros si querían seguir vivos.

Bayona se atreve, incluso, a recrear con acierto las fotografías que tomaron los viajeros durante aquellos días y al final, vemos los cuerpos demacrados de los supervivientes en la poca carne y hueso de los actores aventurados a tan tremenda aventura.

Una película que no os debéis perder.

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