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España España · Palafrugell
Críticas de cinefiloman
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Críticas 170
Críticas ordenadas por utilidad
9
6 de mayo de 2014
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Es muy difícil ver películas de Ulrich Seidl en las salas comerciales. Le dan algún premio en un festival, sale en cuatro noticias especializadas y se vuelve a sumergir. Hasta la próxima.
En las sociedades, en todas, hay lo que se llama la superficie y lo que se podría llamar las cloacas. Superficie y cloacas, en los países del llamado Primer Mundo son muy parecidas. Las diferencias en contenido son anecdóticas. Sin embargo sí hay algo que las diferencia en la forma, y es el grado de separación entre cloacas y superficies en cada uno de los países que pertenecen a ese primer mundo. Entre más distancia, más represión y más hipocresía. Y suele ser en los países del centro/norte de Europa donde esta diferencia es más grande. Esta diferencia trae como resultado que la reacción de determinadas conciencias sea más visceral y más radical. No es una casualidad que la pintura expresionista tenga sus máximos exponentes en pintores del centro/norte de Europa. Sus obras son como gritos de presos que ya no pueden soportar más su encierro. El humor irreverente y cruel de los ingleses se podría decir que es hijo de su contención. O el odio de Thomas Bernhard por Austria, fruto del afán del país por figurar como un país modélico.
En los países del sur esta diferencia es menor, algunas veces mínima. Las prostitutas en las calles y polígonos españoles es habitual, borrachos tirados por las esquinas suele ser común y hasta zurullos entre coche y coche. Contar miserias de España en películas sería aburrir.
Pero la conciencia centroeuropea es más “exquisita”. Lo clasifica todo y todo lo almacena. Siguen un poco aquello de “lo que no ves es cómo si no lo sintieses”. Pero algunos sí que lo ven y muy bien. Y lo vomitan en forma de obra de arte. Sólo hay que leer alguna novela de Bernhard o ver un cuadro de Egon Schiele. Pues esa estela sigue Ulrich Seidl. Y se dedica a contárnoslo.

Viendo la película de Ulrich Seidl a nadie se le ocurriría pensar, de no saberlo, que transcurre en Europa, el import, y en Ucrania, el export, o al revés, porque qué más da a dónde vas y de dónde vienes si huyes de un sitio y el otro no te complace. Uno podía pensar que es un escenario apocalíptico. Todos los exteriores están escogidos para hacer daño, implacablemente. Me imagino haciendo el montaje y cortando donde apareciese algo de vida sana, de alegría, de esperanza. Y no es porque Ulrich Seidl sea sádico si no porque no quiere distracciones. Hay gente que sufre y que sufre mucho. Eso es lo que debe quedar claro. Y vaya si queda.
Vidas desamparadas, sin esperanza que van de un sitio a otro por ir. Una chica huye de los siniestros resultados de un poscomunismo desolador y termina maltratada pero resignada, sin su hija, en Austria. Un joven a merced de todo lo malo del capitalismo huye de esa misma Austria y termina, en una paradoja cruel, haciendo autostop en Ucrania, huyendo hacia un destino incierto y mísero pero con el atractivo de la esperanza por lo desconocido. Una esperanza que ya ha perdido en la modélica Austria.
Todo aderezado con vandalismo urbano, explotación sexual, esclavismo laboral, pobreza extrema, vejez maltratada. Y sin embargo tanta desgracia está bien trabada en estas vidas. La vemos absolutamente posible.
Los temas en Ulrich Seidl lo son todo. Casi no hay dialogo. Los trabajos interpretativos son de un automatismo descarado, los personajes van y vienen, no caminan. Se aparean, no hacen el amor. Cumplen con su trabajo, no son profesionales. La fotografía es una pero podía ser otra, no marca especialmente las escenas. El tema. El tema. ¿Y cuál es el tema?
Para explicar el tema, baste un detalle. Hay escenas en las calles, las casas y los bares de Ucrania. Y hay escenas en las calles, las casas y los bares de Austria. Parece fácilmente aceptable que la miseria y la pobreza inunden las imágenes que transcurren en Ucrania. Ya se sabe, la catástrofe de la sociedad comunista: edificios sin mantenimiento, coches viejos, calles sin asfaltar, casas desangeladas. Pero sorprenden las imágenes que muestran la acción en Austria. Son exactamente igual de frías. La Austria de la Filarmónica de Viena, el Prater y la catedral de San Esteban.
Y es que quizás lo que pase, es que para el joven austriaco que termina caminando por una carretera ucraniana todo el esplendor de Viena es inexistente.
Y da lo mismo dónde vivas si te ha tocado ser de los perdedores, los indefensos, los marginados. Aquí y allí, comunismo o capitalismo, nadie se va a ocupar de ti.
Ulrich Seidl no se pregunta cómo hemos llegado hasta aquí. En esta película nos muestra dónde estamos.
No estaría mal pasar esta película por los Institutos de Bachillerato. Tendría cabida en varias asignaturas.
cinefiloman
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6
5 de abril de 2019
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay dos cosas que siempre me ha sido muy difícil soportar de las películas de Almodóvar: La decidida vocación egocéntrica que las alimenta, y fruto de ella, supongo, la sobreexposición de sus historias. Por eso, de sus películas, me gustan más entre menos de él tengan o menos explicitado esté. Algo que le cuesta. Supongo que tiene que ver con cómo es este director y que no puede hacer otra cosa. Algo muy respetable, por lo honesto, pero que no tiene porque agradar. Lo honesto sólo es honesto. Y el cine es mucho más.
No voy a ver todas sus películas, me aburro, pero esta me apetecía verla por un detalle: había visto a Antonio Banderas en el tráiler y lo que vi me sorprendió.
Este actor es fundamentalmente un actor de carácter, que cuando interpreta tiende a ser, o blanco o negro. El matiz no es lo suyo. Pero creo que, viendo esta interpretación, he estado equivocado todo este tiempo. Antonio Banderas sí que puede matizar pero hasta ahora no había encontrado el método.
¿Y cuál es el método, según yo?
Tener a la persona a la que va a interpretar al alcance de su mirada o conocerlo. En carne viva. Eso, o puede que con la vejez, le haya llegado como a los buenos vinos, las cualidades que hasta ese momento no había tenido.
Sea como sea, Banderas hace una interpretación sobresaliente del “alter ego” de Almodóvar. Y es lo único que me ha parecido reseñable en este film. Lo demás es más Almodóvar.
A mi hija pequeña le encantan los decorados saturados de este cineasta, a mi me agobian y no me dejan espacio para entrar en la historia. Su artificiosidad, los colores puros, intensos. La teatralidad de los personajes… la escena de las mujeres lavando la ropa en el río y cantando, con el niño zascandileando por allí, es directamente de cromo. Y a mí ese cine me parece cine en todo momento. Y para eso voy al teatro.
Seguramente Antonio Banderas en este papel habrá tenido toda la libertad del mundo. Al interpretar a Pedro Almodovar y hacerlo tan bien, a este le habrá parecido cojonudo. Dos “pedroalmodóvar” en vez de uno. ¡Con lo que Bergman llegó a hablar de él en sus películas y lo poco que se le notaba!
Indudablemente Pedro Almodóvar es un director muy personal que dejará su impronta en el cine español, y con más razón en el cine en general, por lo pintoresco, pero a mí no me acaba de gustar.
¡Qué le vamos a hacer!
cinefiloman
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8
27 de abril de 2017
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor para ir a ver esta película y poder valorarla en su justa medida es no haber leído el libro de Joan Sales y si se ha leído hay que intentar olvidarlo y no hacer comparaciones. Porque sería injusto para aquella.
Es paradójico que una película, artefacto que proviene del cine, arte que dispone de herramientas variadas para su ejercicio, salga la mayor parte de las veces malparada cuando, proviniendo de un libro, artefacto que proviene de la literatura, arte que sólo dispone de una herramienta, el texto, se la compara con este. ¿Por qué?
Seguramente porque el texto dispone de todo el tiempo del mundo y el film debe ceñirse al fajín comercial de las salas de proyección.
Hay excepciones a este aserto: Muerte en Venecia, Apocalypse Now, Los Padrinos, adaptaciones inglesas de clásicos victorianos y alguna más. Pero por lo general uno siempre sale insatisfecho de la proyección si antes ha leído el libro.
No me ha pasado a mí en este caso aunque de entrada salí insatisfecho y diciéndome que era una mala adaptación pero una buena película. Y que el guion estaba bien. Un lio. O sea, ¿Qué era mejor el libro o al película?
El libro trata de una historia en la que se refleja ese periodo de la vida de las personas que se denomina juventud que además se desarrolla en esa batidora que se llamó “nuestra Guerra Civil”. Un momento donde se cruza la incierta gloria de la vida con la incierta gloria de la épica que hay en toda guerra, expuesto a través de cuatro voces y de manera diferente, estilo epistolar, indirecto, reflexivo, introspectivo, dándole a la narración literaria un tufo existencialista que la hace imperecedera.
Un libro de tal riqueza permite múltiples adaptaciones, bajo puntos de vista variados y algunos enfrentados. A mí personalmente esta adaptación me parece que no hace justicia a la fuente literaria y que titular al película “Incierta gloria”, sin estar del todo equivocado, no es tan incierta gloria como el libro.
Del existencialismo complejo del libro, la adaptación ha pasado a una historia de amor con tintes de teatro griego. Se ha pasado de una complejidad a un esquematismo. ¿Eso es malo?
Si uno es capaz de separar los dos artefactos, no. Porque la película es una gran película, de unas imágenes muy potentes, como suele ser habitual en Villaronga, con un discurrir muy calibrado y equilibrado, con ciertos ecos tétricos y unas interpretaciones que cuando la impronta del director es clara y decidida queda muy sujeta a su intención y que no puede ser otra, en el caso de este director, que cargar a los actores con cierto matiz expresionista, y no porque se desarrolle la película en la tierra de Goya, que en otras películas no es así y el matiz ahí está. Es tendencia natural del director. Los oscuros le chiflan.
No hay paso del tiempo en el film y el corto y pego de dos personajes en uno, realza por un lado y pierde por otro. Queda el tiempo como secundario en la película para dar realce a las figuras humanas. Se habla de sobrevivientes y perdedores en la cinta, del amor y del odio, tremendamente “villaronguese” la relación de la Carlana y su padre, mientras que en el libro todos son perdedores incluso en la victoria como no puede ser de otra manera cuando el paso del tiempo es el horizonte.
Seguramente se puede hacer una mejor adaptación del libro, como ya he dicho, pero eso no garantizaría una buena película y ésta lo es.
cinefiloman
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8
25 de agosto de 2016
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los que pensamos que el cine es arte y entretenimiento, y celebramos una película que sacia ambas necesidades como un gato, que se lame, un pescado, nos encaminamos hacia la sala de cine para ver una película de Terence Davies con una complicidad, con el director, inequívoca. Sabemos a dónde vamos y lo qué veremos.
Habrá una historia más o menos dramática pero por encima de la historia, secundaria y casi anecdótica, estará el trabajo concienzudo de un director que sobre todo trabajará para que su película sea arte. Color, fotografía, encuadre serán fundamentales. Davies es un adicto a ver a mujeres hermosas con cara de preocupación tras los visillos mientras la luz exterior, de un atardecer, de un amanecer o de una farola providencial que hay justo en la calle ilumina su perfil bellísimo. Sello de la casa.
¿A quién se le ocurre montar en una película un plano de gotas de lluvia?
También es sello de la casa añadirle a ciertos planos unos segundos más de los que serían necesarios para quedarnos con lo que muestran. Y es que Davies nos quiere absolutamente entregados a la contemplación de la belleza que intenta transmitirnos con su historia y no que sigamos el argumento de la misma. Hay que entenderlo. ¿A quién le importa el argumento?
Sin embargo hay una historia. Es el anzuelo. Y ésta transcurre en los albores de la primera guerra mundial, su posterior desarrollo y su conclusión. En ella hay una familia tiránicamente dirigida por un “bestia” cabeza de familia que mantiene en la Inglaterra rural la antorcha de la supervivencia a fuerza de brutalidad y eficiencia. La protagonista, miembro de esta familia, se enfrenta a la vida como mejor puede y son sus avatares, padecimientos y reflexiones la columna vertebral del film.
Con este material Davies escribe su obra.
Bueno. En la anterior película era la infidelidad y posteriores desgracias de una mujer el motivo de este director para rodar una película. Ahora es este retrato de la Inglaterra más tosca y zafia de principios del siglo XX. Vale.
¿Y cuál es el resultado?
Pues una obra de factura bellísima, cuidada con mimo. Gozosa en cada encuadre y casi un museo, ya que cada plano es un cuadro pictórico. Y el que no lo es, representa una escena teatral a modo de collage en el resto del metraje.
¿Y el entretenimiento?
¡Ay!, eso es otro cantar.
Una inoportuna voz en off convierte la película en un pesado desfile de mediocres aforismos que entorpecen el ritmo de manera frustrante, por no decir que cargan lo poco que tiene de distracción la historia.
En un museo no se entretiene mucha gente, es más bien algo minoritario, pues este film igual.
Después, algunas escenas. Como esa en que un oportuno jornalero le lame los pies a nuestra protagonista o una excursión a través de los “trigales de oro” de los parroquianos que se dirigen a la iglesia. Tienen una artificiosidad difícilmente digerible a pesar del impacto visual de las mismas.
De todas las maneras, a pesar de sus deficiencias, las películas de Davies son altamente recomendables. Exquisiteces en un mundo tosco, vulgar y mediocre. Que un director de cine se dedique a facturar este tipo de cine es muy de agradecer y muy instructivo. Que alguien se empeñe en mostrar la belleza y lo profundo del alma humana en este mundo consumista no deja de ser esperanzador. No todo está perdido. Así que espero la próxima película de Terence Davies con ganas.
Vayan a verla en VO. El doblaje es un desastre. Más de lo habitual. Que ya es decir.
cinefiloman
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7
30 de marzo de 2017
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alex de la Iglesia, una vez más, no consigue deshacerse del costumbrismo en sus películas. Costumbrismo son actitudes, frases y gestos que ya vienen de las películas en las que Paco Martínez Soria hacía de las suyas y que están bien si su incrustación en la historia no ofrece rebordes pero que si son como parches, rompen el ritmo y agrian el guión. Algunas intervenciones de Carmen Machi, por ejemplo. Aunque está estupenda en su rato de gloria.
Alex de la Iglesias con “El bar” ha realizado otra película de estupenda factura técnica, escena, fotografía, ambientación, interpretación, me ha gustado ver a Mario Casas dándole matices de “gran actor” a su personaje, aunque hubiera algunas contradicciones en su desarrollo, pero Alex de la Iglesia no ha conseguido un guion cerrado, no sólo por lo pintoresco de los diálogos en algún momento sino también por un final manido, mil veces visto en las pantallas, y un tanto increíble, en la peor acepción del término.
Los trozos dramáticos, momento de gloria, ya mencionado de Carmen Machi, y el ídem de Secun de la Rosa, de lo mejor del film. Después las escenas de persecuciones y de hombres horribles muy “díadelabestia” y la intriga y el suspense que crea viene a ser como cuando estás ya muy acostumbrado al bocata de chorizo y te ponen otro. Los espectadores de cine de hoy en día ya están muy corridos y no cualquier situación les intriga.
Un guion con más mejunje, la situación da para ello, insistiendo en cómo sale a flote lo peor de nosotros en cualquier momento hasta llevarlo al límite o como lo desconocido nos hace elucubrar más allá de lo que nosotros podíamos llegar a sospechar le hubieran dado a la película más ambición y quizás unos resultados más artísticos. No sólo con la artesanía vale cuando de arte se trata.
Si a alguien se le ocurre pensar que Alex de la Iglesia tiene influencias almodovarianas, sobre todo en los diálogos, le tengo que decir que confunde la parte con el todo, porque lo que sucede es que en los dos florece “lo español” pero que al hacerlo tan intensamente en Almodóvar ha terminado apropiándoselo. Pero eso es patrimonio de todos. Y ese patrimonio de todos está bien en algunos casos pero en otros es una losa, los guiños algunas veces no tocan, aunque haga mucha gracia en el exterior. Sobre todo en Francia.
Los grandes thrillers que se han venido haciendo últimamente marcan lo excelente del cine español, sin “hostias como panes” a pesar de lo apropiado que podía ser ni nada que las recuerde.
Y repito, Alex de la Iglesia me parece un gran director de cine pero….
cinefiloman
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