Dejando de lado el más que evidente narcisismo de Charles Chaplin, tan empeñando en (de)mostrar una y otra vez el gran actor cómico y dramático que era, hay que reconocer que "Candilejas", pese a no gozar del mismo reconocimiento que otros títulos como "El gran dictador", "Luces de Ciudad" o "Tiempos modernos", es una de las películas más emocionantes de su filmografía. La cara triste y oscura del mundo del espectáculo es bastante más interesante desde todo punto de vista que la divertida y colorista, eso bien lo saben lo que trabajan o han trabajado en él, por lo que siempre es de agradecer que desde el otro lado del patio de butacas, donde tan bonito se ve todo, nos recuerden que incluso los que tienen talento para hacernos reír y soñar también pueden derramar lágrimas de tristeza cuando la bajada del telón los devuelve a la realidad. A su realidad. Muy buena.

Almodóvar es un director de cine complicado para la mayoría del público y la crítica de este país. Lo es por su manera de escribir, totalmente ajena a las reglas de la narrativa cinematográfica más comercial, por las historias tan poco convencionales que parecen interesarle, por el tipo de personajes que las protagonizan y por el sello inconfundible que envuelve, para bien o para mal, todos sus largometrajes. También resulta complicado para un enorme sector de la población que no parece soportar su ideología política, su orientación sexual o su éxito allende los mares, pero eso es harina de otro costal. Yo en las fobias extra-cinematográficas de la peña no me meto porque no me interesan lo más mínimo. Allá cada cual con sus pataletas y sus prejuicios. De todos modos sería absurdo negar que este cúmulo de circunstancias no terminan perjudicando la percepción que la gente tiene de su cine, uno de los más interesantes, originales, arriesgados y fascinantes que se han hecho (y tal y como están las cosas, se harán) en este país llamado España. Bueno, eso y la promoción que el propio director hace de sus películas. Las campañas publicitarias que tratan de encorsetar en un género determinado (drama, melodrama, comedia, terror, noir…) un estilo cinematográfico que precisamente se caracteriza por no pertenecer a ninguno y pertenecer a casi todos al mismo tiempo, flaco favor le hace. No se puede vender el cine de autor (de un autor tan particular, además) del mismo modo que los norteamericanos venden sus productos fabricados en cadena y enfocados a las grandes audiencias. O sí se puede, pero claro, luego pasa lo que pasa: la brecha insalvable entre su obra y el público que la ve y no la termina de entender. Porque ése es el verdadero problema de Almodóvar: que no se le entiende. Así, en general. Sus películas son malinterpretadas y banalizadas hasta extremos francamente preocupantes. Alguno de los mejores títulos que se han hecho en los últimos años, no sólo en este país, sino en todo Europa, son despachados con comentarios despectivos, superficiales y cargados de prejuicios. En el caso de “Los amantes pasajeros” la cosa ya se ha salido de madre. Siguiendo la estela de ese “crítico” de cine y televisión llamado Carlos Boyero, que ya cimentó en su momento todos los lugares comunes por los que esta película iba a ser despedazada, cientos de espectadores se han lanzado a la yugular del director. O quizá debería decir a su entrepierna. Chocantes los “análisis” que hace la gente ¿De verdad nadie ha entendido nada? En el extranjero tampoco ha gustado la película, cierto, pero ellos al menos tienen una excusa: no viven en este país y no saben en qué se ha convertido. Pero nosotros, los españoles, sí, y por eso me sorprende que por aquí nadie le pille el punto. “Los amantes pasajeros” no es una simple comedia, del mismo modo que “La piel que habito” no era una película de terror o “Los abrazos rotos” una película romántica. Es una sátira sobre la sociedad española. Una representación totalmente absurda y teatralizada de lo que es España en este momento: un sainete que no tiene ni puñetera gracia. Para ello Almodóvar no sólo mezcla diferentes subgéneros cómicos teatrales de gran arraigo en nuestro país (aparte del sainete tenemos la astracanada, el vodevil –con sus derivaciones hacia el burlesque o el cabaret-, la comedia de figurón…), sino que se va hasta el mismo origen del género cómico: la comedia dionisíaca. Fue en las festividades del culto a Dionisio (dios del vino, el desenfreno, la bacanal y el éxtasis) donde surgió la comedia como género teatral. Piezas cómicas improvisadas en las que se pretendía ridiculizar las costumbres de la época (especialmente las de las clases dirigentes) mediante un lenguaje vulgar, cargado de referencias sexuales y escatológicas. Presididas por un coro y con el símbolo del falo masculino como emblema principal, los autores y los actores criticaban con sus representaciones a la sociedad del momento. Posteriormente la comedia evolucionó mucho, como es lógico, pero es esa comedia primigenia la que le sirve a Almodóvar de base y referencia principal para dar forma a su película. Los elementos característicos de la comedia clásica están presentes desde el principio hasta el final: el alcohol, las drogas, la orgía, el lenguaje de alto contenido sexual, el falo como símbolo (sí, de ahí que se hable tanto de pollas y mamadas) y, por supuesto, el coro: Joserra, Fajas y Ulloa. Los tres azafatos representan al coro de la comedia antigua y, como tal, son los que vertebran toda la acción. Eso es, entre otras muchas cosas, “Los amantes pasajeros”: la comedia dionisíaca pasada por el filtro de Pedro Almodóvar. Y la crítica social, en este caso, se abre por varios frentes.

Los que se acerquen a la nueva película de Pedro Almodóvar creyendo que van a ver una historia repleta de terror psicológico se van a llevar un chasco importante. “La piel que habito” no da miedo ni lo pretende. Ni siquiera busca angustiar al público pese a manejar un argumento morboso y truculento que, llevado de otra manera, bien podría erizarle el cabello a más de uno. En realidad la historia del doctor Ledgard y su bella prisionera Vera viene a ser algo así como una especie de relato gótico que, pasado por el filtro almodovariano, se termina transformando en uno de esos melodramas postmodernos con cierto aroma de thriller que tanto gustan al director manchego.

Lo que más me asombra de la película, aparte de su perfección técnica y estética, es la facilidad que tiene Almodóvar para atar los cabos sueltos de una historia que en determinados momentos parece ir a la deriva y amenaza con perderse en medio de sus propios excesos. Para ser sincero he de decir que la mayor sorpresa que me llevé mientras la veía fue comprobar que lo que parecía no tener mucha lógica acaba por ensamblar todas sus piezas con una seguridad aplastante. Las puertas que abre en su primera mitad se van cerrando y el círculo se completa. Pasmado me quedé al ver que Almodóvar conseguía llevar a buen puerto una película como ésta. Supongo que en eso consiste ser un buen director de cine.

“La piel que habito” es una de esas películas que se deben afrontar con el menor número de datos posible sobre su argumento. La narración está estructurada de modo y manera que la dosificación de información y el progresivo desvelamiento de los misterios son casi constantes. Es por eso por lo que me ahorraré hablar de los detalles de una historia que, pese a beber de películas como “Ojos sin rostro”, “Vértigo”, “Rebeca” o de la novela “Tarántula” de Thierry Jonquet, consigue encontrar su propio cuerpo y termina por convertirse en uno de los títulos más potentes de la filmografía de Almodóvar. Una película bastante notable. Imprescindible verla sin prejuicios, intentando disfrutar de ella en la medida de lo posible. De lo contrario puede hacerse muy cuesta arriba.

Aunque la película original está considerada como un título de culto y muchos espectadores la aplauden de manera entusiasta no es ninguna maravilla. Esta nueva versión no pasa de ser una excusa tonta más para rodar escenas de acción que arrastren al público palomitero a las salas de cine, pero al menos no parece que nadie vaya a elevarla a ningún podio y de aquí a unos años (o meses) nadie se acordará de ella. La trama es bien sencilla, como la de la original, aunque en esta ocasión, supongo que por querer hacerla un poco más espectacular y dinámica, llevan el argumento hasta sitios de los que no sale muy bien parado. Absolutamente todo está cogido con pinzas y las idas y venidas de los personajes obedecen más a los caprichos del guionista (o los productores) que a las exigencias argumentales de una historia que termina embarullándose a sí misma. Una estupidez de película. También es verdad que no engaña a nadie y más o menos da lo que se espera de ella.

La película más odiada de Shyamalan es la que más me gusta. Si no fuese por algún que otro capricho de guión me atrevería incluso a decir que es la mejor de toda su carrera y con bastante diferencia. Digan lo que digan sus detractores está muy infravalorada. En mi humilde opinión puntúa alto en casi todos sus elementos: argumento, dirección, música, intérpretes… Entiendo el mosqueo de la gente que se sentó a ver una película de terror y se encontró con esto, pero es que no veo de qué otra manera podía el director atraer al público a los cines. Además, superada la decepción inicial, que yo mismo sentí como todo hijo de vecino, hay que reconocer que el desarrollo e interés de la trama sube como la espuma hasta llegar a su magnífica conclusión ¿Qué es tramposa? Sí, vale, lo es, pero es que de eso se trata precisamente. Gran película. Se merece más de una oportunidad.