Por eso amamos a Rambo, el paradigma del macho ibérico aunque con más pelo y pasaporte yankee, un hombre para el cual la vida civil ya no significa nada.

El punto más destacable y humano de este enorme film, la soledad del ser, su insoportable levedad, su continua búsqueda y sempiterna lucha en defensa del indefenso o, en su defecto, del que mejor pague. Rambo es un incomprendido, un solitario, un ser que nada tiene que ver con el hombre blandengue, ese hombre del carrito del niño, de la bolsa de la compra... yo lo detesto. Lo respeto, como hacía el Fary (me pongo en pie), pero el hombre tiene que saber estar en su sitio como hace Rambo y, qué duda cabe, la mujer también. Porque la mujer tiene esos derechos y más que debería tener, que la vida sin la mujer, como diría el Fary (me pongo de nuevo en pie), no tiene sentido.

¡Vamos, Rambo, vive los sueños de quien no tiene lo que hay que tener para ser como tú! ¡Se libre, Rambo!

No volvería a ver más esta película, una de las únicas cinco cintas hechas en Uruguay.

La cinta carece de sentido, querría decirle a la señorita Beatriz Flores Silva que tal vez debería ir a la calle y ver la verdadera vida de las personas. Como por ejemplo mi antigua compañera de colegio Cinthya. La diferencia es que eso fue real y la película carece de tensión, de realismo. Totalmente prescindible para la historia del cine en general y la de Uruguay en concreto.

Larry Bird es, con su 2,06, sus 3 campeonatos de la NBA, 3 MVP de la temporada y 2 MVP de las finales, una de las grandes leyendas de la NBA. También es una de las pocas personas que he echado de menos en una película con más cameos que minutos.

Sin paños calientes, la película es una mierda, pero respeto a Santiago Segura y es por eso que no puedo darle menos de un 5. Y digo que lo respeto porque como director español contemporáneo que es no hace más que mierda, pero es el único que lo reconoce y tiene la decencia de pedir disculpas en televisión.

Si Adolf Hitler, Atila rey de los Hunos, Luis XIV, Iósif Stalin, Hernán Cortés, Fidel Castro y el Papa Inocencio IV saliesen de sus respectivas tumbas, lo primero que harían (antes incluso que ir al baño) sería reunirse para planear la muerte de William Lau por destrozar de tan deshonrosa manera una magnífica novela de Alexandre Dumas.

¿Qué te está pasando, William Lau? ¡Tú antes molabas!

Por eso amamos a Rambo, el paradigma del macho ibérico aunque con más pelo y pasaporte yankee, un hombre para el cual la vida civil ya no significa nada.

El punto más destacable y humano de este enorme film, la soledad del ser, su insoportable levedad, su continua búsqueda y sempiterna lucha en defensa del indefenso o, en su defecto, del que mejor pague. Rambo es un incomprendido, un solitario, un ser que nada tiene que ver con el hombre blandengue, ese hombre del carrito del niño, de la bolsa de la compra... yo lo detesto. Lo respeto, como hacía el Fary (me pongo en pie), pero el hombre tiene que saber estar en su sitio como hace Rambo y, qué duda cabe, la mujer también. Porque la mujer tiene esos derechos y más que debería tener, que la vida sin la mujer, como diría el Fary (me pongo de nuevo en pie), no tiene sentido.

¡Vamos, Rambo, vive los sueños de quien no tiene lo que hay que tener para ser como tú! ¡Se libre, Rambo!