Al igual que en El juego del sake y en Cuentos de Tokio, las relaciones transversales marcan la cinta. Un tiempo cambiante y una vida que no se quiere cambiar. Prejuicios de edad en un Japón que ve el futuro más cercano que su milenario pasado y que de alguna manera los protagonistas tratan de equilibrar. Los rincones, los pasillos como un elemento imprescindible de las películas de Ozu, sirven de cortina teatral para pasar de unas situaciones a otras, de unas vidas a otras, de una a otra generación.

Hay un final de película y por tanto de trilogía que deja a oscuras al espectador, un poco, la parábola del eclipse que colapsa las mentes, la bolsa y las vidas de quienes no se atreven a caminar a oscuras. Hay un mucho de Antonioni en todo aquel cine que he visto después, pero por decir sólo algunos ejemplos, hay mucho en Hanna-bi, que me encanta y mucho también en A través de los olivos, que me encanta igualmente. No es un cine para correr ni siquiera para trotar, es un cine para dejar pasar las escenas largas, abiertas en miles de posibilidades cuánticas y que las conjunciones cósmicas terminen de colocar sobre la tierra a los protagonistas del drama. Monica Vitti se supera película tras película, exigida por el guión y la intelectualidad de un hombre exprimidor que licua las mentes y las convierte en gelatina burguesa. Qué fácil resulta vivir y cuánto cuesta respirar en un mundo adonde todo se tiene y nada se posee. Es complejo Antonioni, es más griego que italiano y en muchos aspectos mucho más alemán que transalpino: obsesivo, trabajador, invernal. De las tres películas, sin duda la mejor es la notte, la más entretenida la aventura y la más difícil de ver, esta eclipse a pesar de la juventud de Alain Delon, que lo hace muy bien todo sea dicho de paso.

El ritmo de la película, sus números de baile, la música cambiante que va dando lugar a diferentes escenas... los cambios de decorados, las mismas personas, los mismos anhelos... a través de los años, la vida vista a través de los ojos gigantes de las ventanas de una pista de baile francesa. La guerra, los amores, la crueldad de la soledad, el desasosiego de la pasión... Cuánto se puede decir sin decir una sola palabra.

Entre tanta espiritualidad la figura de la cocinera francesa, refinada, elegante, casi mundana, significa una bocanada de aire fresco, un vaso de vino, una pechuga de codorniz, una viruta de chocolate con piña. Una vida de rigor impuesto y una vida impuesta por el rigor de las pérdidas. Una sociedad rural enquistada en sus temores y en sus rencillas y una vida urbana pecaminosa pero viva. Un deleite para todos y cada uno de los sentidos. De tres estrellas michelín.

Extraña por modernísima película acerca de los universos paralelos, el paso del tiempo, su través y la manera y forma en que nos condiciona y lo condicionamos. Fabulosa, por fantástica, pero también por buena, película acerca del pintor y su obra, la ausencia de inspiración y la búsqueda implacable de algo que dé sentido al pincel y vida al lienzo. Y de fondo la magia seductora y dulce de Claude Debussy y su, para nosotros los de los ochenta, fascinante planeta imaginario. Pues sí, muy buena película con unos actores grandes, grandes y una fotografía sublime.