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Argentina Argentina · santa fe
Críticas de rouse cairos
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Críticas 296
Críticas ordenadas por utilidad
7
22 de noviembre de 2011
18 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que un joven realizador elija para su ópera prima un tema anclado en el contexto de la última dictadura militar en Argentina; adopte el poco frecuente formato biográfico (biopic) y además situado sobre el eje de un personaje no fallecido, crea una serie de prejuicios respecto de la forma de abordaje. Porque acecha siempre el riesgo de caer en defectos frecuentes del cine nacional reciente, como el acartonamiento y la manipulación. Algo que afortunadamente no ocurre en la asombrosa película de Nicolas Gil Lavedra, quien con sutileza poco frecuente y madurez supera el riesgo de trabajar con una historia dolorosa y delicada.
“Verdades verdaderas...” reconstruye la vida de Estela de Carlotto, desde que era una simple ama de casa, madre y docente en la ciudad de La Plata hasta convertirse en presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo.
Lo hace apelando a una narración clásica, que no enfatiza el costado épico del relato, sino que busca contar una trayectoria paradigmática a partir de los momentos íntimos de una familia de clase media; en particular, de quien en los años setenta era una mujer para nada comprometida con el explosivo clima político de la época, hasta que sufre el secuestro de su hija Laura, de quien se entera que estaba embarazada y dio a luz en cautiverio.
El mérito de la película es alcanzar un tono propio desde lo técnico y artistico, distinguiéndose así del abundante corpus de películas sobre temas semejantes. Para esto cuenta con una sólida narración que va y viene en el tiempo (de los setenta al 2009), con un excelente trabajo de ambientación y maquillaje, para la reconstrucción de época. La dirección cuida en lo posible que lo que ya se mostró sobre el tema, el espectador no lo tenga que volver a ver, resignificando las cosas sin repetir, buscando originalidad en la manera de contar, lo que hace de modo clásico, con necesarios quiebres de la linealidad por los saltos temporales que le dan ritmo a la crónica de una tragedia familiar y de cientos de familias argentinas de esa época.
El tono de la película es emotivo y dramático, sustentado en un guión equilibrado para seguir tanto los largos momentos de calvario y lucha, como los fugaces momentos de felicidad hogareña y las pequeñas alegrías que fortalecen el alma para seguir adelante.

Un dignísimo homenaje desde el buen cine y que (a su vez) permite a Susú Pecoraro demostrar que es una de las mejores actrices de su generación.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
rouse cairos
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7
19 de abril de 2011
16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Convengamos que la sola idea de que un confortable campo de golf, adentro de un exclusivo barrio cerrado, se torne imprevistamente peligroso porque manos anónimas cavan pozos adonde puede caer una persona, es un marco inquietante y diferente para una comedia. En este terreno -aparentemente plácido pero en el fondo inestable e inseguro-, el guion introduce la historia de dos hermanos enemistados, que no se hablan desde hace tiempo y tienen la posibilidad de encontrarse en una fiesta familiar, gracias a los buenos oficios de las mujeres (Mercedes Morán y Rita Cortese), que hasta hacen una lista sobre los temas que conviene mejor no tocar para conservar la armonía. Algo que parece de todos los días pero que en manos de la directora Ana Katz, devenida del cine independiente, se convierte en algo extraño pero entretenido e interesante.

Inconfundiblemente nuestra, la película habla de los argentinos puertas adentro, aunque es atípica para los cánones del cine nacional con aspiraciones masivas, quedando lejos del relato familiar marcado por los estereotipos que arrastran público en busca de la carcajada fácil. Con sello propio, “Los Marziano” se conforma como un relato entretenido pero también incisivo, lejos del costumbrismo más convencional, donde las emociones se consiguen sin necesitar de golpes bajos.

La película observa lo que ocurre en la interioridad de los lazos familiares, pero sin profundizar, como quedándose en la vereda o atrás de la ventana. Los encuentros y desencuentros de Los Marziano se desarrollan a veces en amplios planos que recorren los verdes espacios abiertos del country o la confortable casa de Luis Marziano (magnífico Arturo Puig), donde no pareciera faltar nada material para la felicidad pero son otras las cosas que no andan bien. La acción también se desplaza a los reducidos espacios del departamento de Delfina (Rita Cortese) o la casita donde vive la ex esposa de Juan (Francella) con la hija adolescente. También se incorporan los ambientes de consultorios y simposios médicos, adonde la hermana generosa y maternal cálidamente compuesta por Rita Cortese arrastra a Juan persiguiendo al profesional más afamado, para consultarlo sobre una extraña enfermedad que repentinamente le impide ver correctamente.

Casi todas son situaciones que tienen una doble lectura, connotativa y simbólica: no ver, no entender, no poder estar seguro de si te vas a caer en un pozo... Se destacan los pequeños detalles cotidianos trabajados a la perfección y que dejan entrever grandes conflictos, a los que no interesa ahondar sino tan sólo presentar: las relaciones entre los hermanos o entre Juan y su hija, nos quedan tan pendientes como la carta que ésta intercambia con su padre, donde afirma haber puesto todo lo que piensa de él y nunca pudo decirle. Esto no impide disfrutar de la sutileza de los pequeños diálogos, los matices y tonos actorales sobresalientes que permiten apreciar facetas no tan conocidas de los intérpretes.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
rouse cairos
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6
2 de abril de 2013
15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su cuarto largometraje, el realizador argentino Juan Taratuto se arriesga con un fuerte cambio de género, tono y registro. Si bien mantiene a Diego Peretti como protagonista, se sumerge en terrenos más ásperos y oscuros. Ese cambio también se refleja en el paisaje: abandona la gran ciudad para viajar hasta el sur patagónico donde aborda conflictos y sentimientos inéditos hasta ahora en su filmografía (“No sos vos, soy yo”/ “Quién dice que es fácil” y “Un novio para mi mujer”).
Eduardo (Peretti) es un obsesivo y eficiente trabajador en la dura industria del petróleo. Desconectado de cualquier tipo de emoción, parece una isla abandonado en sí mismo: se desentiende de sus dolores físicos y de su apariencia, está siempre desalineado, no se saca los guantes de trabajo ni para comer y duerme como un faquir sobre una cama que parece una catrera de campaña. De su pasado nada se sabe pero sus días presentes lo muestran en una soledad que solamente mitiga trabajando. No es casual que sean las vacaciones impuestas por reglamento, lo que dispara el proceso de humanización del personaje. A pesar de su desinterés por todo lo que lo rodea, aparece la decisión de ocupar su tiempo libre con un amigo lejano que necesita de su ayuda. Él no sabe bien los detalles pero parte hacia Ushuaia para averiguarlo.

Hasta aquí, las palabras se administran con cuentagotas y las acciones, con planos y gestos elocuentes. Todo converge para transmitir el grado de aislamiento, desconexión y amargura que acumula Eduardo bajo una máscara impasible. Fuera del marco de una estética televisiva, desde la puesta en escena y el montaje, la vida aparece mirada por los cristales del protagonista, con un guión trabajado desde el punto de vista de la puesta en escena y la parquedad verborrágica de los personajes.

El dolor, sus efectos y reparaciones son el gran tema de la película pero no tanto el dolor físico sino más bien el sufrimiento interno. La pérdida irreparable en la historia que se cuenta es un punto de giro en la vida de cada uno de los personajes y la posibilidad de reformular; de seguir viviendo y aceptando que es así. La reparación o reconstrucción es intrínseca, comprendiendo que la muerte es parte del contrato, que está en el tablero de juego, aunque no se quiera ver. La película subraya la posibilidad de que las pérdidas deberían potenciar los lazos que subsisten. Al hablar del dolor, el excelso poeta César Vallejo decía que “... de resultas del dolor,/ hay algunos que nacen, otros crecen, otros mueren’’ . Son éstas las opciones para el personaje, que comienza acorazado emocionalmente, pero que logra ponerse en movimiento. Sin buscarlo, el azar golpea a su puerta para darle la posibilidad de volver a construirse.
A pesar del componente dramático, el director asegura que este filme tiene la esencia de sus tres comedias anteriores que coinciden en el interés de ahondar en las relaciones humanas. El enfoque puede ser algo más duro que en las otras, pero esa esencia se mantiene. Eduardo comienza a transitar un camino que viene desde su pasado y que lo pone en el presente con la necesidad de bucear más profundo, tal vez de forma muda, pero siempre con movimiento. La película tiene una mirada optimista de la vida, porque sigue atravesando historias de personajes, de relaciones humanas que pueden mejorar, de ahí la continuidad. “La Reconstrucción” abre un mundo que sigue decantando después de verla, emociona desde lo profundo. Párrafo aparte merece la sensible iluminación, sorprendente en algunas escenas intimistas, como una de las más dramáticas entre los también buenos actores Claudia Fontán y Alfredo Caseros -que se muestra a contraluz- donde el espectador se siente un espía de momentos inefables. Allí, además, con naturalidad asombrosa el guión se permite un guiño cómico para cerrar un momento de máxima emoción.
rouse cairos
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6
22 de marzo de 2010
15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Diego Rafecas acude al cine, tal como lo hizo en sus dos películas anteriores, para mostrar un malestar de la cultura. En este caso, el terreno creciente de las adicciones más peligrosas en los jóvenes de todos los estratos sociales.
Con "Paco" la intención parece ser abarcar no solamente las causas y efectos de las peores drogas, sino también -y fundamentalmente- el proceso de recuperación de los afectados.
Alejado de visiones estigmatizadoras sobre las adicciones, Rafecas quiere -según sus propias palabras- "Mostrar el callejón oscuro, pero tambien indicar la salida".
Desde un punto de vista formal, "Paco" es irregular, con momentos intencionalmente desprolijos, de una estetica feísta, acorde a lo mostrado.
El director contó para el guión, con la colaboración de Las Madres del Paco, una organización civil de mujeres, cuyos hijos son o fueron víctimas de la "pasta base". Esto inyecta a la película una interesante cuota de veracidad, al nutrirse de información de primera mano.
La banda sonora tiene una importancia protagónica y hace un interesante contrapunto de las acciones: las letras de los Babasónicos y de la cumbia villera ilustran tanto como las imágenes.

La narración combina escenas en flashback, de tono agresivo, filmadas con luz sobreexpuesta y cámara al hombro, con la intención de mostrar el submundo infernal donde los pacientes han tocado fondo, y cambia de tono en las escenas del centro de rehabilitación, con una cámara tranquila y una
fotografía iluminada.
No es casual la alusión a la flor del loto, la más bella en la peor inmundicia, que resplandece en el medio del barro.
Aunque se apela a subtitulos para sintetizar esos procesos temporales, donde algunos cambian y otros reinciden, a la película le sobran algunas frases retóricas, algunas obviedades. Pero el filme se sostiene en la exposición de este problema grave y desatendido que va en expansion. "Vamos en caída libre", alerta el personaje de Aleandro: "Estamos recibiendo entre 40 y 50 casos graves diarios”.
“Paco” es recomendable y valorable por su compromiso y una mirada que intenta comprender antes que condenar, alcanzando su objetivo de mostrar el oscuro callejón abierto hacia la luz.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
rouse cairos
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9
4 de febrero de 2010
15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bergman nos cuenta la breve historia de una joven pareja, donde registra el deterioro del amor que fugazmente une a los protagonistas desde un verano hasta el invierno siguiente.

Una película de estilos y tonos diferentes, donde aparece como fondo la vejez versus el mundo adulto, con sus preocupaciones que contrastan con la soberbia juventud, su rebeldía y deseos de libertad sin límites. Esta etapa más luminosa de la vida encuentra su eco en el desnudo femenino, afín al paisaje fronterizo que lo enmarca delicadamente entre arena, piedra y mar.
El montaje balancea contrastes entre el cielo y la tierra. Nubes a las que se dedican varios planos fijos, versus el "abajo" de la miseria humana, siempre acechante en el resentimiento de agresiones como la del acampante solitario o el tratamiento humillante de los campesinos que encuentran a Mónica buscando comida.

El personaje femenino es avasallante y contradictorio. Una mezcla de mujer fatal y de niña irresponsable. Encarna una salvaje ingenuidad, una sinceridad brutal, un egoísmo hedonista, justificable en su edad y su pobreza. Enamora al protagonista tanto como a la cámara que se detiene en su rotunda sensualidad. que se paladea como una fruta.
La película converge en un símbolo concreto que menciono en el spoiler. Tanto como ese final, son memorables las tomas exteriores del luminoso verano donde Mónica se recuesta sobre la gramilla, mientras una fina red de sombras cruzan su rostro como hilos, en un montaje de asociaciones con la resplandeciente telaraña del insecto, transformado por la luz en una especie de joya. Puro impresionismo poético disfrutable para contrarrestar el intenso sabor de almendra amarga que la Película nos deja, heridos por la pena.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
rouse cairos
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