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Críticas de Vivoleyendo
Críticas 1.745
Críticas ordenadas por utilidad
8
10 de abril de 2008
56 de 62 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las obras de Bergman son terriblemente difíciles de asimilar y analizar. El excéntrico director sueco avanza muchísimo más allá de la superficie y ahonda directamente en la parte más irracional e incomprensible del espíritu humano.
No olvidemos que estamos hechos de impulsos viscerales, de miedos, de pasiones, de contradicciones, de lagunas, de ilógica, de imprevisibilidad y de intemporalidad. Nos engañamos y creamos una ficticia sensación de seguridad inventando fachadas de autocontrol, racionalidad, lógica, linealidad temporal, comportamientos y sentimientos admitidos socialmente... Como en una pintura de Renoir que muestra paisajes serenos y voluptuosos con estallidos cromáticos, por los que pasean damas aparentemente despreocupadas con vaporosos vestidos y sombrillas blancos... Escenas equilibradas en apariencia, armoniosas, bajo cuya paz superficial tal vez laten las pulsaciones de las almas inmortalizadas en el retrato. Los ojos pueden captar la luz, los colores, las formas, las siluetas. Pero, ¿qué hay debajo?
Bergman, cuando contempla una pintura, cuando contempla cualquier creación, cuando contempla un ser humano, dedica solamente la atención justa al envoltorio exterior, a lo meramente sensorial, para taladrar con su mirada aguda lo que se oculta debajo. El envoltorio es apenas una leve tapadera que él sabe utilizar con maestría para recrear espléndidamente los ambientes, y conoce lo bastante su valor para saber emplearlo y crear una antesala a las verdaderas emociones. Juega con los fondos, bien estudiados. Nada es casual. Un jardín exuberante, una mansión aristocrática. Los tonos, las luces y sombras que resaltan u oscurecen. Bergman reconoce la importancia de los elementos externos y con ellos da lugar a un clima envolvente y sugestivo que emboba casi de forma imperceptible los sentidos del espectador. La veterana y experta fotografía es un testigo ocular más que va trazando una compleja radiografía de lo que se ve con los ojos y lo que se ve con el alma.
Si Bergman, como en el caso que nos incumbe ahora, se centra en una familia acomodada de finales del siglo XIX o principios del XX, cuyo núcleo central son tres hermanas, no se va a conformar con pintar un fresco vistoso y simple. Va a explorar con una sonda invisible pero incisiva lo más inquietante, angustioso, escabroso y pulsante de cada personaje. No se va a limitar a narrar sin más una historia frívola de las hermanas y de quienes las rodean. Va a sondear, incluso despiadadamente, sus inconfesables interiores, sus impulsos e instintos más profundos. Si otros directores se conforman con lo exterior, él presenta a las personas desde su más volcánico y frío interior.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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9
15 de febrero de 2009
54 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
El tiempo nunca vuelve atrás.
No se puede recuperar ese segundo, ese minuto, esa hora, ese día que ya pasó para no regresar.
Los muertos no pueden resucitar, lo que se marchó ya sólo puede existir en la memoria, mientras la memoria dure.
Da igual que la vida se desarrolle en su ciclo normal, o al contrario. Da igual que nazcas con el cuerpo de un anciano e ir rejuveneciendo a medida que los años transcurren.
Porque el tiempo te irá marcando inexorablemente. Tu mente envejecerá. Vivirás multitud de experiencias. Tu cuerpo seguirá el proceso inverso al del resto de la gente, pero al final llegarás al mismo sitio.
Con un extraordinario planteamiento que ha recibido la inspiración de un relato corto de Francis Scott Fitzgerald, “El curioso caso de Benjamin Button” no es más que una fábula sobre la vida. Sobre el tiempo. Sobre el amor, el descubrimiento, el aprendizaje, la soledad y la muerte.
Aún no hemos inventado la forma de engañar a Cronos. Por más que deseemos tener aquí de nuevo a aquéllos que se fueron para siempre, por más que deseemos ahorrar dolor y sufrimiento a quienes amamos, por más que queramos enmendar aquellos errores sin remedio que cometimos… Cronos siempre gana.
Así que, si no podemos ganar la batalla… pues intentemos aliarnos con el enemigo. Vamos a aceptar lo que tenemos, o a hacer el esfuerzo para conseguirlo. Vamos a salir adelante con toda nuestra carga.
El mito de la juventud, divino tesoro… puede que no sea desacertado. Pero no es necesariamente la juventud del cuerpo la que verdaderamente nos trae esa alegría y esas ganas de comerse el mundo. Uno puede tener el cuerpo de un joven pero ser ya un viejo. O al revés. Uno puede tener el cuerpo de un viejo y ser sin embargo un joven.
Como Benjamin Button. Pero ni siquiera él tiene la respuesta. O las reúne todas en ese extraño fenómeno con el que ha nacido y que en realidad no le hace diferente de los demás… El resultado no varía.
Fincher propina uno de los mazazos emocionales más contundentes de 2008 con un drama de original argumento pero con un trasfondo tan familiar como lo que tenemos alrededor cada día. Otra forma de de llegar a lo mismo: que la vida es amanecer, cenit y ocaso, con todo lo que hay desde que despuntamos hasta que nos apagamos en el último aliento.
Con una excelente factura en todos los aspectos, y esa magistral transformación de los personajes, entre las que sorprende la convincente metamorfosis gradual de uno de los guapos más codiciados de Hollywood, David Fincher coloca el listón muy elevado y nos deja una inolvidable reflexión sobre la vida.
Vivoleyendo
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10
15 de diciembre de 2011
53 de 56 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra adaptación de Jane Eyre. ¿Era necesaria? Ni idea pero, lo fuese o no, sí que ha sido un placer reencontrarse con esta vieja amiga. Si Charlotte Brontë supiera que su inmortal novela iba a conocer tantas plasmaciones en un formato que sería algunas décadas después un fenómeno de masas, como lo es el cine, lo más probable es que a duras penas diera crédito a tanta popularidad. Ella, que tenía que escribir bajo seudónimo masculino para tener alguna opción de que su obra fuese publicada y reconocida, y para sortear en lo posible la desaprobación ante una mujer escritora, se abrumaría ante tal cantidad de fans que la Jane Eyre salida de su pluma iba a cosechar.
Las Brontë se criaron con algo especial en el ambiente. No se trataba buena salud, ni de una continua sucesión de jornadas felices, ni de un mullido bienestar, ni de un clima benigno, ni de un hervidero de relaciones sociales. Vivían en los inclementes páramos de Yorkshire, casi aisladas, en una casa muy modesta, con un padre austero y rígido y acorraladas por la enfermedad y la muerte que se llevaba a quienes más querían.
En tal perspectiva más triste que llevadera, su vía de escape era la imaginación. Las condiciones más adversas gestaron a varias artistas que en sus heroínas novelescas huían de sí mismas para citarse con vidas que en lo más íntimo habrían deseado abrazar.
Así nació Jane Eyre. Una huérfana despreciada por los parientes que la acogieron de mala gana, o cuya existencia era desconocida por otros que andaban desperdigados. Confinada a una institución caritativa para niñas abandonadas cuyas terribles condiciones hacían que imperase la selección natural, pues sólo sobrevivían las más fuertes. Hasta su joven adultez no probaría el sabor de la libertad y del afecto, hasta entonces siempre perseguida por una soledad de desierto, exceptuando su breve etapa junto a Helen Burns, la única amiga que había tenido.
Jane es un personaje peculiar, forjado a sí mismo con perseverancia y bajo el lema de que si nadie te quiere, tendrás que quererte tú. Una personalidad firme, una mente bien amueblada y un corazón generoso pero cauto son su estandarte. Cuando va a ser enviada a Lowood por su desalmada tía, el siniestro enviado la entrevista y le pregunta qué debe hacer para evitar ir al infierno, y ella responde con un sentido común aplastante que debe mantenerse sana y no morir. Ahí se advierte un anticipo de su ser individualista y terco.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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10
30 de marzo de 2008
75 de 101 usuarios han encontrado esta crítica útil
Y llegó otra campanada del cineasta hongkonés. Si ya se había consagrado en la filosofía del desencuentro y de la búsqueda y pérdida del esquivo amor en "In the mood for love", "2046" y "Days of being wild" (para mí sus mejores obras junto con la presente), en "My blueberry nights" coloca el broche a una inspiración profusa y variopinta con los exponentes comunes de su cine.
Le fascina la noche. Tanto como le entristece. No importa si el escenario es Hong Kong, o Nueva York, o Memphis, o una ciudad de Nevada. Noches de neón, de calles mojadas de lluvia, casi desiertas. Los trenes circulando y atronando en el silencio, indiferentes. Resplandores de rojos, azules, verdes.
La fotografía posee una individualidad característica y un encanto que encandila y remueve. Experimenta, juega con los encuadres, con los ritmos sincopados, ralentizados y acelerados, se desenfoca con su objetivo inquieto que raras veces parece encontrar lo que busca. Porque tal vez lo que busca es imposible de cazar al vuelo con un fotograma. Tal vez intenta, ambiciosamente, encontrar un modo de fotografiar las almas y nunca termina de lograrlo.
Como esas personas que siempre persiguen algo que se escapa.
Jeremy regenta en Nueva York su café especializado en pasteles para postres. Él espera junto con esas llaves que muchos clientes se dejan olvidadas. Llaves que ofrecen la posibilidad de abrir puertas y corazones. Jeremy aguarda su posibilidad y recuerda la historia de cada llave abandonada. Pero no hay llave más especial que la de Elizabeth, quien acude a su local quizás en busca de compañía, de consuelo y de olvido. Entre pasteles de arándanos y helados, ella va forjando la determinación de marcharse en pos de su propio rastro extraviado. Para restaurar por el camino sus pedazos rotos. Y Jeremy contempla sin pestañear su angelical rostro dormido sobre el mostrador y con los labios manchados de helado, ambicionando robarles algún beso.
Quienes trabajan en cafés y bares saben mucho acerca del áspero aislamiento de los corazones y de las penas ajenas, como un espejo de las propias. Muy bien lo sabe Jeremy, y así lo reafirma Elizabeth en su viaje. Las barras de los bares siempre albergan a algún pobre diablo que se ahoga en alcohol. Como Arnie. Su desamor crudo y desgarrador tiene la figura de una mujer de rompe y rasga, Sue Lynne, con las bellísimas facciones de Rachel Weisz.
Y continúa el viaje hacia lo desconocido. Natalie Portman y sus noches ludópatas, fingiendo tener un corazón más duro de lo que es en realidad.
Miles de kilómetros hacia la libertad y el descubrimiento. Puede que no tenga mucho sentido, pero Elizabeth se siente revivir mientras es testigo de las soledades despesperadas por aferrarse a alguna fuente de calor.
Y Jeremy siempre esperándola en Nueva York.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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10
22 de marzo de 2010
64 de 79 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cada vez más inspirado Campanella arroja sobre el rostro un bofetón de nostalgia y provoca un estremecimiento interminable en la espina dorsal.
Un paseo desamparado, solitario y esperanzado por las lindes más persistentes de una añoranza que devora, que consume. Porque echar de menos lo que no se hizo, lo que se debió haber hecho, es lo que mata lentamente. Más incluso que lo que sí existió. Pasar los años arrepintiéndose por aquellas palabras no pronunciadas, por las caricias que no se dieron, por aquellos ojos hambrientos que se quedaron en la estación, clamando que todo fuese diferente, es como una tenia que roe las tripas hasta deshacerlas.
“¿Cómo se hace para vivir una vida llena de nada?”
Eso mismo se ha estado preguntando Benjamín Espósito durante veinticinco años. Cómo pudo dejarla escapar, cómo no tuvo pelotas para leer en su mirada suplicante y hacer lo que les pedía el cuerpo, el alma, el corazón.
Eso mismo se ha estado preguntando Benjamín Espósito durante veinticinco años. Cómo uno puede seguir haciendo como que vive, cómo se puede interpretar el papel de la resignación, de la conformidad, cuando se ha perdido la llama más deslumbrante, el sol, la luz y el calor que avivaban el hogar que pudiste haber poseído, o que apenas llegaste a disfrutar.
Cómo se puede avanzar volviendo perpetuamente hacia atrás, hacia un pasado que se niega a marchar y a liberarte. Que más bien te niegas a dejar marchar, porque no deseas liberarte. Porque si permites que se escape, perderás lo poco que te queda de aquello que nunca viviste, o que apenas llegaste a rozar. Porque te agarras con todas tus fuerzas a lo que se te escapó, o a lo que te quitaron.
Volver eternamente, regresar al momento en que aún era posible, en que aún sus ojos te miraban gritando sin voz el secreto para que lo leyeras, y rompiérais los barrotes invisibles que os separaban.
Volver eternamente, regresar al momento en que aún ella te preparaba un té con limón (¿o era con miel?), porque habías tosido durante la noche y ella te cuidaba.
Un drama con mayúsculas, del que vapulea, romanticismo del que toca las nubes sin el menor esfuerzo, con una autenticidad pasmosa, toques de sonrisa algo tristona, algo condescendiente, e intriga sobresaliente en un caso criminal que, junto con sus indecisiones y frustraciones pasadas, forman el núcleo de todos los giros, de todas las revueltas de Benjamín en el vacío de un vórtice que le succiona hacia el fondo.
El Campanella más desgarrador, experto en retorcer las tripas y remover los espíritus, alcanza el Olimpo con una joya del cine que ya está en mi puesto de las mejores de toda la década.
Vivoleyendo
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