Alain ha llegado al final de su camino. Hace mucho tiempo que se ha bajado del mundo y tras haberse encerrado durante meses en una prisión espacial y anímica decide realizar un último viaje a la realidad. Una realidad a la que se enfrentará sobrio, distante y sin nada que perder.

Alain camina como una sombra entre viejos amigos y antiguas amantes, serpenteando un París decadente y triste que ya no es el suyo. El alcohol rebota en Alain como recuerdo de su juventud y el paso del tiempo le apuñala a cada paso porque todo ha cambiado y ya sólo es un fantasma en punto muerto. El pasado refleja en su rostro a un borracho al que todos han olvidado, el presente es el vacío, un callejón sin salida en donde ni siquiera puede servirse una copa para intentar ser él mismo de nuevo. El futuro es una pistola apuntando al corazón.

Y Alain, como un Peter Pan aniquilado por el reloj de la madurez, sabe que no quiere seguir jugando, porque todo es mentira para él. Es una sombra caduca, rodeado a su vez de sombras adultas que viven también en un engaño perpetuo. El futuro se abre entonces para Alain. Una pistola. Nada más. Y un fuego fatuo que nunca ha brillado, apagándose para siempre, como un epílogo de alguien que nunca ha existido.

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Aunque intentan vendernos a menudo que los hombres somos libres en realidad existen múltiples factores que nos coartan dicha libertad deviniendo esta en la mayoría de los casos en un mero espejismo. Uno de ellos es arbitrario: el azar. Otros están implantados en nuestra sociedad de las más variopintas formas: trabajo, matrimonio, consumismo... Además funcionan mecanismos manipulativos que buscan en muchas ocasiones dormir a los seres humanos y bloquearlos en un estado donde solo tienen cabida lo banal, lo superficial y la mediocridad lo que suele dar paso a la práctica tan común como deleznable de desahogarse riéndose del supuestamente diferente habitualmente por meras cuestiones de estética o incluso de discapacidad. En este sentido interactúan de manera continuada los llamados mass media con su amplio repertorio de programas de telebasura a la cabeza.

Frank es un hombre que tiene presente muchas de estas cosas. Percibe muchas mentiras a su alrededor y por un lado le irrita ver como la gente que le rodea participa de ellas pero a su vez se siente totalmente aislado y encerrado en si mismo. Así su mente dista mucho de estar estable y habrá de tocar fondo cuando su espejismo particular se venga definitivamente abajo tras dar por fracasado su matrimonio, perder su empleo y recibir unas noticias de su médico que no resultan ser nada esperanzadoras.

No hay salida para Frank salvo tal vez una pistola en la boca que le despida de un mundo por el que se siente traicionado. Pero decide en última instancia darle la vuelta a la situación y por ende a la pistola e iniciar un ajuste de cuentas sin retorno contra todo aquello que considera a la vez causa y efecto tanto de los males latentes en la sociedad como de su estado actual.

En su nuevo periplo no estará solo. Una adolescente se unirá a Frank y ambos emprenderán juntos a tiro limpio su peculiar cruzada. La relación entre ambos es tanto mental como afectiva, muy complementaria, teniendo también cabida una sugerida tensión sexual en la que ella desempeña obviamente el papel de Lolita seductora y Frank por su parte el de hombre maduro firme en su convicción de que nunca estará dispuesto a sobrepasar esa línea.

De principio a fin todo el film está presentado como una especie de fábula que funciona como una sátira estando muy bien equilibradas sus altas dosis de crítica con un humor de tinte muy negro. Por ello empatizar de alguna manera con Frank o al menos comprender sus acciones no resulta del todo descabellado y la sonrisa cómplice o tal vez culpable que suele acompañar al buen humor negro está del todo asegurada.

Atrevida, sugestiva, provocativa, y extremadamente divertida e hilarante God Bless America se postula como una película muy estimulante de rabiosa actualidad que sin embargo ni siquiera llegó a nuestros cines. Pude tener acceso a ella solo mediante su pase en el Festival de Cine de Gijón encuadrada dentro del que suele ser año tras año el ciclo más interesante del festival, el llamado Géneros Mutantes donde bajo la premisa de proyectar películas que subvierten los géneros o los entremezclan hasta diluirlos, se suelen visionar películas tan altamente notables como inaccesibles en los ámbitos comerciales de distribución habituales.

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Es difícil determinar con precisión hasta que punto Mark Chapman estaba fusionado con el protagonista de El Guardián Entre el Centeno. Y más difícil aún enlazar dicha patología con el desencadenante a posteriori del asesinato de John Lennon a las puertas del Edificio Dakota. Es la conexión entre ambas cosas lo que no termina de encajar y hace entrever que Chapman era un psicópata complejo, de vertiente múltiple e imprevisible. Y esa es la principal laguna de la película. Se intenta estudiar a Chapman a través de una radiografía de su peregrinación a New York intentando casar y comprender el rompecabezas de su cerebro y se consigue parcialmente bien cuando se le analiza desde la perspectiva de su analogía con Holden Caulfield, pero falla cuando la misma se conecta de manera un tanto arbitraria con la figura de John Lennon del que nunca sabemos con precisión por qué es el objetivo último de Chapman, su verdadero fin, la razón de su devenir en el mundo.

Es curioso como Chapman se comporta en todo momento como Caulfield, recitando sus frases, realizando sus actos, ensalzando al personaje como el todo filosófico y vital que dirige su mente y sin embargo, tiene un desconocimiento bastante remarcable de los avatares vitales de su otro pilar existencial. No es un fan al uso de los Beatles, ni tampoco de John, se siente amante de su música pero ni se encuentra al día ni recuerda cosas que serían fundamentales para cualquier seguidor medio. Hay un punto intermedio que no se muestra, la conexión entre el ser (Caulfield) y su realización última (asesinar a John Lennon).

Cinematográficamente Chapter 27 funciona apoyado fundamentalmente por una dirección sobria, elegante y comedida y sobre todo por la excelente interpretación de Jared Leto, presente en todas las escenas del film. Las partes más relajadas, aquellas en las que Lindsay Lohan comparte pantalla con Leto, se agradecen por ser un contrapunto al infierno continuo que Chapman tiene en su cabeza. Lohan se maneja bien en su papel de fan de los Beatles y especialmente de John aunque también deja entrever detalles de un amor excesivo hacia la figura del músico que podrían estar también cercanos a la obsesión y a la enfermedad aunque sea desde la perspectiva de la admiración y el platonismo.

A diferencia, por lo que parece, de un sector de fans de John Lennon a mi sí me ha gustado la película, siempre me ha interesado la figura de Chapman, precisamente porque Los Beatles son mi grupo favorito y porque John Lennon es una figura fundamental en la historia del Siglo XX. No me incomoda conocer más profundamente detalles de su asesino y este film me ha aportado cosas en ese aspecto. Indispensable, eso sí, para entender el periplo de Chapman haberse acercado primero a la polémica obra de Salinger.

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Una de las películas más atípicas facturadas dentro del engranaje del Hollywood clásico es sin duda Los Viajes de Sullivan. Viene a ser una especie de vuelta de tuerca a las screwball comedies que tanto proliferaron en la década de los treinta, películas que seguían unos patrones muy definidos y que son aquí subvertidos y enriquecidos de la mano de un imprevisible guión donde terminan confluyendo multitud de géneros. El punto de partida ya es de por sí original, estamos en tiempos de La Gran Depresión y las desigualdades y la pobreza se acentúan en América. Ante esta perspectiva un acomodado director de comedias livianas decide tomar partido y realizar un drama que refleje la crítica situación por la que está atravesando el país. Para documentarse y poder plasmar esa realidad se propone hacerse pasar por un vagabundo desahuciado, juntarse y convivir con los pobres del país, meterse en su piel.

Llama la atención que en un primer momento parezca que se frivolice con la pobreza. Evidentemente Sullivan no es si no un pobre de postín que en cualquier momento puede finiquitar su experimento y volver a su vida de lujo y privilegios. Se torna así la primera parte de la película un tanto ambigua y también en cierto modo atrevida en su discurso en el sentido de que puede resultar un tanto chocante, tal vez reaccionaria incluso. Sturges por su parte no hace si no aumentar la confusión mezclando recursos cómicos de la más diversa índole recurriendo en ocasiones al slapstick o a gags visuales propios del cine mudo. Y en medio de todo ello la aparición de Verónica Lake fundamental para configurar el toque screwball muy presente en la relación entre ambos.

Pero cuando parece que tanto la película como la historia que se nos narra van a asentarse llega un giro de guión que lo lanza todo por la borda comenzando entonces un film distinto. Aquí es donde te das cuenta de que Los Viajes de Sullivan no pretende ceñirse a los patrones del cine de la época y va un poco a su aire. La pregunta que puede hacerse entonces el espectador es si el desenlace estará a la altura y debe decirse que sí. La película se ha adentrado para entonces en terrenos que parecían a priori tan inhóspitos como el cine social o el drama carcelario cobrando a su vez eso que tanto nos gusta a los cinéfilos, el llamado cine dentro del cine, una especial importancia en el devenir de las peripecias de Sullivan.

En el final de su viaje Sullivan se habrá encontrado a si mismo. La moraleja es sencilla pero Sturges ha sido muy habilidoso a la hora de mostrárnosla. En realidad en esencia la película no versa si no sobre esas crisis de identidad a las que un creador en determinados momentos de su vida suele enfrentarse. La desorientación y la luz al final del túnel. Y un beso de Verónica Lake ¿Qué más quieres Sullivan? Por supuesto, haznos reír con tu siguiente film, y enamorarnos, mostrarnos otra cosa comportaría el llevarnos a todos por el camino equivocado.

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Parece ser que una de las últimas modas a la que se han adherido numerosos críticos hispanos consiste en ensalzar productos como este, que aparte de ser malos con avaricia son estúpidos, insípidos e intrascendentes a más no poder. En un cine bastante lleno pude observar que la gente no es del todo tonta porque en toda la película no se rieron más que en un par de ocasiones, con una risa tímida apenas audible, vamos, como si te estuvieran obligando a ello con una recortada apuntando a tu nuca.

Así que sin apenas nada que destacar asistimos a un aparente festival de tonterías porque de todas maneras cuando la cosa decaiga podrá ser levantada por algún chiste malo de pedos y culos, pues tal vez haya algún niño en la sala o algún adolescente virgen que seguro que se mondan con comentarios que hagan referencia a la mierda o a los órganos genitales. Aparte de lo escatológico y lo sexual parece ser que hay un mensaje subliminal sobre los entresijos de Hollywood pero como es lógico a casi nadie le importa conocer a fondo que es lo que ocurre detrás de las cortinas de las películas y debajo de la cara de los actores. El director de este bodrio sin duda consciente de ello aprovecha para tirar de la palabra "polla" u otras similares a la menor ocasión a riesgo seguramente de evitar que lo llamen plasta, pretencioso o listillo.

Al final lo que queda es la sensación de haber visto a unos cuantos actores a cual más famosillo haciendo el imbécil de una manera supina por lo que no puede uno evitar pensar que esta pandilla de vagos se van a rodar una gilipollez a un país exótico y tras reírse de todos nosotros se llenan los bolsillos a nuestra costa.

Mención aparte se merece el trabajado doblaje hispano que redondea el excremento usando entre otras cosas una canción muy conocida de Alaska y Dinarama que uno de los protagonistas recita en mitad de la función para perplejidad del público asistente que ya no sabe si está viendo una comedia americana o un programa hispano de esos de cutre-montajes.

Eso sí, en prensa y revistas que se dicen especializadas en esto del cine el engendro se lleva cinco estrellas. Apaga y vámonos. Yo ya solo me fío de Sines Crúpulos y como estoy seguro de que a esta cosa le pondría un uno pues yo no puedo pasar del tres. Y a ver si sigue evolucionando la ciencia y podemos clonar a Chaplin o a Billy Wilder. Y pensar que todavía hay gente que reniega del cine clásico... venga, pues eso, que me pongo nostálgico.

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