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Críticas de Iván Roldán
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Críticas 124
Críticas ordenadas por utilidad
5
5 de julio de 2014
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Debut del holandés Raaphorst, desde 1995 cortometrista y a partir de 1998 parte del equipo encargado del arte conceptual de películas como Frágiles (2005), Beyond Re-Animator (2003), Dagon (2001), entre otras. En éste su primer filme seguimos a una unidad militar comunista en una misión de limpieza y rescate a finales de La Segunda Guerra Mundial, ello a través de los ojos de Dimitri, o más bien, del lente que maneja Dimitri, pues ha recibido la orden de documentar con una videocámara la empresa de este pelotón.

Un found footage que al tercio de su duración vira su concepto de documental para convertirse en la representación de algún videojuego en primera persona. Con cámara en mano sortea entre los vestigios de un devastado pueblo y pasadizos subterráneos a la espera no ya de nazis apunto del colapso próximos su derrota sino de feroces monstruosidades, de las cuales se teme y prevé a la vuelta de cualquier esquina su asalto. ¿Quién es el responsable de semejante escenario? Se rumorea es “El Doctor…”

Prácticamente un filme carente de humor negro que en su mismo planteamiento sin pretensiones se burla de sí mismo para ofrecer este título, que en contraste a la mayoría de los found footage no se inspira en la etiqueta “basado en hechos reales”, sino que se regodea de ficción. Nada que ver con su símil norteamericana The Frankenstein Theory (2013) que a base de este concepto de metraje encontrado quiere recrear la realidad del mito de Frankenstein.

Si a través del cine el personaje de Frankenstein ha sido re-versionado una y otra vez, y así mismo el proyecto que este personaje creo –por ejemplo la reciente I, Frankenstein (2014) donde el mismo diablo quiere hacerse del manuscrito del Dr. para crear su ejército– ya era hora de concebir que los nazis le pusiesen las manos encima, estos nazis que hemos visto en otras películas trabajando o siendo zombis y vampiros, forjando bases lunares y recreándose con abominables (y chuscos en veces) experimentos humanos. En este caso podemos imaginar que… –si recuerdas Mary Shelley es inglesa pero Víktor Frankenstein es italiano– tras el armisticio entre Italia y las fuerzas armadas aliadas se sucede el intento de recuperación de Italia por parte de los Alemanes, originándose la República Social Fascista de Saló, pues supongamos que en esa realidad el nieto de Frankenstein es reclutado por el régimen Alemán, sin duda, por si mismo invaluable considerando que a diferencia de su abuelo y padre éste es un loco ansioso de dar rienda suelta a su creatividad.

Y de este modo tenemos un desfile de monstruosidades que me recuerdan un poco a Tetsuo y mucho más a las vistas en videojuegos como Bioshock (Big Daddy) sólo que menos pulcros, pues estás creaciones carecen del concepto biotecnológico corporacional inclinándose más por la idea de engendros generados en un dantesco matadero industrial.

Es una película quizá no tan novedosa pero por su duración y la naturaleza de su propuesta (que obliga a ver sólo a interesados y que por obvias razones ya saben qué esperar y qué no) resulta entretenida si no te empiezan a aburrir los primeros minutos. Peros que le puedo poner es la falta de alguna escena memorablemente grotesca (de esas bizarradas para el recuerdo) o meterle un poco de humor negro ironizando tal vez a la misma historia y a la literatura de donde surge.

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Iván Roldán
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4
7 de abril de 2011
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Hay una frase de Platón que dice que "Los muertos son los únicos que ven el final de la guerra"… una frase tremendamente fatalista y cruda pero muy sutil que refleja en breve las consecuencias de la guerra, y es lo que tenemos acá, de hecho, es lo que se me ocurrió cuando llegó el fraudulento final de Shadow, que nos quiere dar ese mensaje de desolación y daños colaterales que trae el belicismo en acción. Pero claro, desde un una perspectiva muy simple y llena de clichés que al principio remite al terror slasher y de tortura, luego se convierte en un compendio de, sí, más clichés y resoluciones ridículas en un intento de forjar tensión, suspenso y una trasfondo psicológico, y culmina en un ardid que sorprende pero insulta (a mí me pareció insultante).

Humm… la actuación es mala porque los personajes están mal hechos (no hubiera ayudado pero de paso menciono que me hubiese gustado una aparición más prolongada de la bella Karina Testa) y la música en lo personal no me gustó. Pero con todo esto no sugiero que la dejen de lado, no... Si véanla, el metraje es breve, en su primera mitad muestra un hermoso paisaje montañoso, el insidioso manejo de la cámara es dinámico e interesante, y tienen una que otra escena de tortura que funciona bien, orquestada por un psicópata lame sapos, obsesionado con los estragos de la Segunda Guerra Mundial.

Si bien para nada se acerca a refrescar el terror italiano (y deja mucho a deber) creo que es una buena pieza en el camino del casi debutante director Zampaglione.

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Iván Roldán
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7
12 de febrero de 2019
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Acosadores, víctimas y espectadores. Mon Mon Mon Monsters es el segundo largometraje de Giddens Ko; una película de terror social que a pesar de girar entorno a la imagen (perturbadora si lo vemos con seriedad) de una juventud desensibilizada, no pretende jamás ofrecer un discurso o un análisis, sino mero entretenimiento. Lo agradezco, la verdad no estoy interesado en diatribas hacía el bullying (en otrora, un ejercicio social bastante funcional...).

Giddens Ko construye su historia en base a la crueldad adolescente y a la magia vudú. Desde un punto de vista despreocupado (y mucho menos lascivo y oscuro que Deadgirl (2008) de Sarmiento y Harel, con la que comparte la misma primicia), en donde nos muestra que la crueldad, como cualquier otro vicio, no necesita de más que de una oportunidad para ejercerse. ¿Qué nos lleva a dicha crueldad y personificar monstruos? Una vida difícil, problemas familiares, frustración, quizá sólo aburrimiento y una enorme carencia de empatía. Así son los personajes de Giddens, escoria humana, y no sólo sus personajes centrales sino prácticamente todos, demasiada mala onda en esta juventud ¿quién da gritos de emoción y busca tomarse la mejor selfie con su profesora en el fondo ardiendo en llamas?

Pese a estos excesos, los personajes de esta historia tienen sus límites y evolución, punto a favor, no son seres planos, intercambiando el concepto de víctima y victimario. El humor negro que guarda su guion y ciertas escenas (la villanía de estos chicos cuando van a un decante refugio para ancianos, el abuso al tendero con déficit mental por Lin, o las lágrimas de Ren-hao) dan tesitura a un filme que fácilmente podría caer en absurdos. Otro punto son la violencia y el derramamiento de sangre sobrenatural que no se hace esperar, y aunque los efectos especiales no son tan buenos, me parece logran su cometido.

En cuanto al resto de sus aspectos, me parece la actuación es la adecuada (sabiendo claro a qué atenernos, el cine asiático taiwanés, así como el japonés o el coreano, es muy exagerado y caricaturesco). A destacar también la fotografía nítida y con altos contrastes de Chou Yi-hsien, aportando un toque sombrío aunque pulcro a las escenas, ya sean entre las penumbras (durante la pequeña mascarada que tienen los estudiantes) o en interiores y exteriores; y aunque su metraje está un poco extendido, no es demasiado. ¿Y qué decir del final? Bueno, bastante asiático/dramático.

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Iván Roldán
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8
12 de noviembre de 2018
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Hay temas que no son mi fuerte y el de la adolescencia, como un pasaje de transición y autodescubrimiento, es uno de ellos, me parece (si es el eje central) tedioso y excesivamente dramático; por otro lado, hoy día ha perdido mucho de su significado, reducible en la mayoría de las veces a mera fisiología en lugar de esa metamorfosis en “adultos”, a esa madurez psicológica… los adultos de hoy día, sin el peso de sacar adelante a una familia a los 18-20 años, siguen siendo adolescentes (a su manera). ¡En fin! No soy prejuicioso, también puedo ver películas donde el eje central sea la adolescencia, y en el caso de Lollipop Monster, una historia repleta de tópicos sacada a flote gracias a la antagónica magia de sus jóvenes protagonistas, su edulcorada puesta en escena, musicalidad y humor negro.

Con un estilo postmoderno la historia explora la improbable amistad entre dos chicas que sólo tienen en común el trato displicente de sus familias. Unidas por el suicidio del padre de Oona, un artista torturado por la infidelidad de su mujer, y la inquietud por experimentar de Ari. Juntas, se perciben como animales carnívoros. Tan opuestas entre sí como en sí mismas: Ari más algodonosa, electropop e instintivamente sexual y perversa, en contraste a Oona, casi asexual, inocente y oscura, inclinada por los sonidos industriales del rock gótico. Juntas, buscaran sobrevivir a sus familias.

Una película que paralela a la personalidad dispar de sus personajes (incluyendo la extravagante familia de Ari) cobra forma por el talento de su directora, a la hora de construir su relato. Plegado de detalles multicolores, cual collage audiovisual funcionando sin saturar la pantalla, por conducto de las ilustraciones y la pintura, de la musicalidad dominada por la voz de Alexander Hacke (bajista, guitarrista y vocalista de Einstürzende Neubauten), la poesía, y la fotografía coronada por los ángulos que nos arroja la cámara súper 16. Otro punto a favor es el diseño de producción que junto al maquillaje y vestuario erigen con tan sólo un vistazo, la psicología de sus personajes (la casa de Ari, su hermano y la novia de su hermano, sus padres, la habitación de Oona, e incluso los baños del colegio y el bar). Culminando con un final moderadamente idílico y surrealista.

A reiterar, me encanta el maquillaje de las chicas y la voz de Hacke. Buen debut como directora y coguionista de Ziska Riemann, quien después de 7 años se espera estrené en este 2018 Electric Girl, una película acerca de una joven que trabaja en el doblaje de una animación japonesa, y que de poco en poco cree que ella es realmente el personaje principal.

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Iván Roldán
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7
12 de noviembre de 2018
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Es más o menos amplio el abanico de cineastas que admiro, aquellos a los cuales me remito, atento a sus nuevos estrenos o rebuscando entre el basto/escaso material de su carrera cinematográfica. Imposible tocar una de sus películas sin mencionarlo. Maddin es uno de ellos, del vanguardismo al expresionismo alemán, evoca el montaje del cine soviético, el cine de Buñuel y de David Lynch. Su filiación ecléctica le ha permitido desarrollar una estética única consolidada en la saturación y la riqueza de sus recursos audiovisuales. En Keyhole, mirando hacia el paradigma de las más grandes peripecias humanas, aquellas que exigen sacrificios enormes: La Odisea de Homero.

Situado en el corazón del inconsciente, en donde los eventos (y dimensiones) son simultáneos y la muerte no es más que un rumor distante; relata su particular visión (film noir) de la epopeya sin gloria de Ulises. Una tragedia griega revestida de Él ángel exterminador (1962), Una página de locura (1926) y El carnaval de las almas (1962). La acción se centra en un grupo de gánsteres atrincherados junto a sus rehenes en una casa sitiada, la orden es: “los que estén muertos párense junto a la pared, los vivos de éste otro lado, mirando hacia mí”, aunque en realidad, todos yacen muertos, forajidos fantasmas y sus rehenes fantasmas, ambos, rehenes de los fantasmas que residen en dicha casa: una doncella destinada a fregar los pisos por la eternidad y un anciano desnudo y torturador encadenado a la cama. Juntos preparan el escenario para el retorno del héroe Ulises, quien llega cargando sobre sus hombres a una chica ahogada. Entre el fuego de las ametralladoras, los aullidos, el arrastre de las cadenas y una incesante música, la casa de Ulises, el único escenario en esta película, se convierte en el micro-universo de nuestros personajes, y trasladarse entre las habitaciones implica una odisea que intenta llegar a su clímax con el encuentro de Ulises y su esposa Hyacinth. Una misión para recuperar lo perdido y restaurar una imagen de la felicidad familiar que por un momento embrujado se ha diluido en la angustia.

Un filme más que una rareza, cautivador si nos permitimos guiar por su lógica narrativa. Una especie de collage en blanco y negro onírico en donde las traiciones y el delirio (de una mente sin recuerdos) nos introducen en esta adaptación libre. Es de apreciar la exquisita fotografía de Benjamin Kasulke, y el diseño de producción, rico en detalles (las cerraduras, la silla eléctrica, viejas guías telefónicas, falos, y otros artículos). Otro aspecto a favor es el diseño de los personajes, cada cual, por breve que sea su aparición, excéntrico y atractivo. En la actuación, grato es ver a Udo Kier, Jason Patric y Louis Negin (recurrente en la filmografía de Maddin). El metraje otro acierto, de haber durado un cuarto de hora más tal vez habría sido menos satisfactoria. Encontrando a mí gusto su aspecto más débil, solamente, en su final.

Y aunque The Forbidden Room (2015) causó estragos en mi (no me gustó...), creo que el cine de Maddin siempre será una bella extravagancia que apreciar.

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Iván Roldán
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